Monta?as huecas
Desde luego, ni Edurne Pasaban ni Juanito Oiarzabal parecen seguidores de George Mallory, cuando asegur¨® que sub¨ªa las monta?as "porque est¨¢n all¨ª". Sin m¨¢s ni m¨¢s. Aquellas ense?anzas han pasado al olvido para algunos, que han convertido la monta?a en un show basado en la tragedia o en el riesgo (que siempre existe) y, sobre todo, en el espect¨¢culo medi¨¢tico que acaba convirtiendo el ascenso a aquella cumbre en un tr¨¢nsito ineludible a la fama. De la escalada a la monta?a se ha pasado a la escalada a la fama. Se puede llegar v¨ªa S¨¢lvame, Gran Hermano, La Noria, candidatura antiinmigraci¨®n o v¨ªa Eurovisi¨®n (aunque esta es m¨¢s ef¨ªmera).
El monta?ismo (a fin de cuentas todo son monta?as, m¨¢s o menos altas), naci¨® del romanticismo y en el romanticismo m¨¢s puro se mor¨ªa por amor, no por un late night. Eso muri¨® para una buena parte de los practicantes monta?eros que de pronto se convirtieron en profesionales del atletismo de las cumbres, a base de sherpas, cordadas comerciales o previas, como si la monta?a fuera un matrimonio de conveniencia en vez del cortejo necesario para alcanzar el ¨¦xtasis. Era como si aquello de Hillary en vez de evolucionar hubiera involucionado hacia la Edad Media.
El ¨²ltimo espect¨¢culo entre Edurne Pasaban y Juanito Oiarzabal anuncia la muerte de la monta?a; la monta?a vac¨ªa, hueca de contenido, la monta?a medi¨¢tica, m¨¢s propia de programas enlatados de hombres contra mujeres, de freaks aparentemente enfrentados, de p¨¢ginas de insultos, de cultivo del dolor o la pasi¨®n, obviando a quienes siguen escalando las monta?as "porque est¨¢n ah¨ª" y no porque ellos est¨¢n ah¨ª. Ah¨ª est¨¢ ladiferencia.
Juanito Oiarzabal no se da cuenta de que est¨¢ dando la vuelta a su propio calcet¨ªn y se siente el conquistador del fin del mundo. El personaje, una vez m¨¢s, se ha apropiado de la persona y el laberinto le ha confundido. No hay ning¨²n desdoro en ser rescatado y su propia comparaci¨®n de Edurne con la princesa del pueblo delata sus intenciones medi¨¢ticas. Hay que saber parar. Hace poco tiempo arremeti¨® contra sus compa?eros de cordada del mismo modo que se evadi¨® de su ¨²ltimo fracaso, con final tr¨¢gico. Todo anuncia una b¨²squeda del conflicto como argumento medi¨¢tico, un mundo del coraz¨®n en las cumbres de la cada vez m¨¢s violada cordillera del Himalaya. Dudo que eso anime a los posibles patrocinadores, pero el espanto es libre.
Edurne Pasaban tampoco se ha librado de la carrera mediatica. Enfrascada en su batalla con Ms. Oh se olvid¨® de lo conseguido (los 14 ochomiles) y prefiri¨® centrarse en lo conseguible (ser la primera del mundo), seguramente por razones de patrocinios futuros que sostengan su pasi¨®n.
Resultaba pat¨¦tico escuchar a Oiarzabal renegar de lo que hab¨ªa hecho (aprovechar cordadas comerciales) para llegar a la cumbre, como si eso no estuviera previsto, no lo hubiera planificado, para una vez conseguido repudiarlo en un acto de ¨¦tica tard¨ªa.
Est¨¢is matando la monta?a, piensan muchos de quienes siguen la ense?anza de Mallory. Est¨¢is yendo al resultadismo para luego reclamar el arte, y de paso si se pone un poco de salsa rosa en esta ins¨ªpida ensalada pues mejor que mejor. El riesgo existe, la muerte es probable, el rescate es habitual, el fallo es inevitable, la ayuda venerable. Cuando esos valores se pierden la monta?a deja de tener sentido, se convierte en algo literalmente incre¨ªble. Tan incre¨ªble como quienes participan de ese credo.
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