Juicios y prejuicios
Los errores arbitrales y las quejas, eternas sombras del paisaje futbolero, nos acompa?an desde siempre
Hay pocas verdades absolutas en el f¨²tbol. Una de ellas es que los ¨¢rbitros siempre benefician al rival. Sea por el fragor de la competencia, por la identificaci¨®n visceral que forjamos con un equipo o, simplemente, porque la objetividad no es m¨¢s que esa aspiraci¨®n imposible de intentar ver las cosas prescindiendo de nuestra propia mirada, solemos ser muy sensibles con las injusticias que se cometen contra nuestro equipo y no tanto con las que se producen contra otros. Tan sensibles somos que, a veces, vemos errores arbitrales que nos afectan incluso all¨ª donde no los hay. Todo lo contrario de la invisibilidad que protege algunos errores propios que dejamos inconscientemente bien camuflados detr¨¢s de los de los ¨¢rbitros.
Estos comportamientos no deben alarmar a nadie. Son sensaciones que compartimos la mayor¨ªa de los futbolistas en muchos partidos e incluso, cuando hay competencia, en los entrenamientos. Los s¨ªntomas son tan dif¨ªciles de aliviar que ni siquiera la vieja receta de Freud de intentar hacer consciente lo inconsciente logra erradicarlas. Tampoco debe alarmar a nadie la queja. En un mundo ideal todos entender¨ªamos, magn¨¢nimos, y pondr¨ªamos la otra mejilla ante un error del ¨¢rbitro. Pero en un mundo ideal el ¨¢rbitro no se equivocar¨ªa nunca y los jugadores, incapacitados para el ego¨ªsmo, compartir¨ªamos la felicidad de nuestros rivales y nos abrazar¨ªamos con ellos cada vez que marcaran un gol. Los errores arbitrales y las quejas, eternas sombras del paisaje futbolero, nos acompa?an desde siempre y, como otras imperfecciones, seguir¨¢n ah¨ª mientras el f¨²tbol dure. El problema no es que estas sombras existan inexorablemente, sino su proporcionalidad.
Diego Abal cometi¨® un error en el gol de Colon cuando, con criterio equivocado, indic¨® a su auxiliar que bajara la bandera y dejara seguir la acci¨®n mientras todos los defensores de San Lorenzo caminaban tranquilos hacia fuera del ¨¢rea asumiendo como un hecho el fuera de juego. Ese gol justificaba el enfado y la queja de los jugadores e hinchas del cicl¨®n. Lo que no justificar¨ªa jam¨¢s ese error son las agresiones y los desmanes que una treintena de descerebrados hicieron despu¨¦s del partido. Tampoco el error ajeno elimina la responsabilidad sobre errores propios: antes del gol, los defensores se detuvieron sin que el ¨¢rbitro hubiera hecho sonar el silbato. San Lorenzo, incluso con derecho a sentirse damnificado, no puede ignorar que la angustia del descenso lo aqueja en ¨²ltima instancia no por culpa de los ¨¢rbitros, sino por la pobreza de puntos en sus ¨²ltimas tres campa?as. Ahora se enfrenta adem¨¢s a una posible sanci¨®n que prohibir¨ªa la entrada al estadio de su propio p¨²blico. Como ya es triste tradici¨®n en el f¨²tbol argentino, la reacci¨®n desmedida de unos pocos determina el presente y el futuro del resto.
Hay pocas verdades absolutas en el f¨²tbol. Una es que los ¨¢rbitros siempre benefician al rival
Salvando las significativas distancias entre hechos, unos d¨ªas despu¨¦s, al otro lado del charco, el Madrid tambi¨¦n fue v¨ªctima de la exageraci¨®n: tras una falta, supuestamente rigurosa, que culmin¨® en el gol del Villareal por un fallo propio, el equipo se olvid¨® del juego para centrarse en el ¨¢rbitro y termin¨® el partido con una catarata de expulsados. No parece un negocio rentable para el Madrid, tras hilar una racha fant¨¢stica de victorias que le dio tantos puntos de ventaja, obsesionarse en ver c¨®mo es tratado por los fallos arbitrales en la zona gris de las jugadas. De esa forma, parece olvidar su propio potencial futbol¨ªstico. Pierde concentraci¨®n, desperdicia recursos importantes como Pepe u ?zil y, sobre todo, env¨ªa al m¨¢ximo rival y perseguidor el peor mensaje posible: nerviosismo.
El Madrid pareci¨® notar los s¨ªntomas y el equipo llam¨® al silencio antes del partido con la Real Sociedad. Una buena idea si se trata de intentar prevenir una espiral autodestructiva y lo ayuda a focalizarse una vez m¨¢s, como el s¨¢bado, en hacer lo que mejor le sale: jugar.
Adem¨¢s, ?para qu¨¦ malgastar energ¨ªas? Los ¨¢rbitros seguir¨¢n beneficiando al rival. Igual que siempre.
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