¡°Fue el primer despertar de Estados Unidos¡±
La convocatoria ol¨ªmpica de los NBA naci¨® en los Juegos de 1972, cuando la selecci¨®n de su pa¨ªs cosech¨® su primera derrota tras un pol¨¦mico final contra la URSS
Las medallas de plata las tiene a¨²n el Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional. Hay testamentos que proh¨ªben a los herederos de aquellos jugadores aceptarlas. Son consideradas un monumento a la verg¨¹enza, un deshonor, por quienes debieron colg¨¢rselas del cuello. ¡°Nos la han metido¡±, dijo Richard Nixon, el presidente de los Estados Unidos. ¡°Ahora s¨¦ que Dios existe¡±, fue la reacci¨®n de Leonidas Breznev, el secretario general sovi¨¦tico. La URSS se acababa de proclamar campeona ol¨ªmpica de baloncesto en los Juegos de M¨²nich 1972, protagonizando la primera derrota de Estados Unidos en una final. Fue un hito en la historia ol¨ªmpica y un cap¨ªtulo destacado en los almanaques de resultados inexplicables: los estadounidenses celebraron el oro, dando el partido por acabado, hasta que William Jones, entonces secretario de la FIBA, orden¨® que se volvieran a jugar los ¨²ltimos segundos¡ y se impusieron los sovi¨¦ticos (50-51).
¡°Fue el primer despertar de Estados Unidos, el primer toque de atenci¨®n, la primera se?al de que ten¨ªan que enviar a los mejores jugadores a los Juegos¡±, cuenta Clifford Luyk, que vio aquella derrota de los universitarios estadounidenses en directo y ahora piensa que en ella estuvo el germen de que EE UU env¨ªe a los profesionales de la NBA, capaces de propinar palizas hist¨®ricas como la que encaj¨® Nigeria en Londres (156-73).
Las medallas de plata las tiene a¨²n el Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional. Los estadounidenses nunca las aceptaron y prohibieron en su testamento que lo hicieran sus herederos
Esto es lo que pas¨® en la final de 1972. Doug Collins, que se ha quedado groggy tras una violenta falta, anota dos tiros libres (50-49). Ataca la URSS. Con un segundo, los ¨¢rbitros interrumpen el juego porque su t¨¦cnico ha reclamado tiempo muerto durante los tiros de Collins. La mesa de anotaci¨®n dice que no procede. Jones se?ala que quedan tres segundos. El duelo se reanuda con uno. Los sovi¨¦ticos fallan. Estados Unidos celebra el oro, invaden los espectadores la pista. En una decisi¨®n sin precedentes, los ¨¢rbitros recuerdan que no se han competido aquellos tres segundos¡ y se vuelve a jugar. Es la segunda oportunidad sovi¨¦tica. La URSS gana. En plena Guerra Fr¨ªa, el oro es comunista (50-51).
¡°De aqu¨¦l partido¡±, dice Luyk, que vio el pulso sentado en el suelo del parquet ¨Cno quedaba ni un asiento, hasta los reyes de Grecia tuvieron que mancharse los pantalones--; ¡°recuerdo sobre todo a un pionero europeo, William Jones, que no le ca¨ªa bien todo el mundo ni tampoco le ca¨ªa mal a todo el mundo¡±. ¡°Tuvo que bajar del palco al campo para intentar arreglar el tinglao¡±, a?ade. ¡°Todos pensaron que, como buen ingl¨¦s, favorecer¨ªa a su peque?o gran hermano, que mirar¨ªa hacia el Oeste y no hacia el Este¡ Pues no. Su decisi¨®n favoreci¨® a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Nadie entend¨ªa nada. Cualquier decisi¨®n que hubiera adoptado no habr¨ªa sido muy bien aceptada¡ ?menos la de repetir una cosa que era irrepetible!¡±
Con los sovi¨¦ticos celebrando el oro, empez¨® una ristra de protestas, impugnaciones y reclamaciones infructuosas. ¡°Gan¨® el equipo equivocado¡±, titularon los peri¨®dicos estadounidenses, y empezaron las investigaciones. Unos dijeron que Jones recib¨ªa frecuentes regalos de los sovi¨¦ticos (vodka, caviar o puros). Otros, que aquello era costumbre, y que tampoco iban cortos los estadounidenses (whisky, perfumes, sedas, maquetas de trenes). Al final, hubo quien incluso insinu¨® que era un esp¨ªa sovi¨¦tico. ¡°Nunca he sido comunista¡±, se vio obligado a contestar Jones. ¡°Soy un leal s¨²bdito de la reina Isabel II y no pertenezco a ning¨²n partido¡±.
¡°Est¨¢bamos sentados en uno de los fondos, en el suelo, creo¡±, rememora Wayne Brabender, internacional en aquellos Juegos con Espa?a, que perdi¨® un a?o m¨¢s tarde con aquella URSS la final del Europeo. ¡°Aquellos sovi¨¦ticos, para empezar, nos sacaban todos una cabeza. Su fuerza f¨ªsica era impresionante. De t¨² a t¨² hab¨ªa que mover mucho el bal¨®n, no pod¨ªamos tirar con ellos encima, hab¨ªa que elegir muy bien los tiros¡±, contin¨²a. ¡°En la final del 73, salimos a matarnos. Parar a Belov, uno de los mejores de todos los tiempos, era imposible, aunque s¨ª logr¨¦ frenarle. Por eso, sal¨ª contento. Si le dejabas dos botes hacia la derecha, te dejaba en el suelo con su salto¡±.
Belov, que declin¨® participar en este art¨ªculo, marc¨® a aquella generaci¨®n de jugadores sovi¨¦ticos. A los estadounidenses, sin embargo, les marc¨® otra cosa: un oro perdido que vivieron como una herida abierta el resto de su vida.
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