Sin el as
Siete de bastos, cinco de oros y cuatro de copas ser¨ªa una combinaci¨®n p¨¦sima para jugar al truco, nuestro juego de cartas m¨¢s popular, que se gana o se pierde en base a la suerte a la hora de ligar y la capacidad para mentir sin que se note mucho cuando no ligamos nada. Parece que la semana pasada una vez m¨¢s nos toc¨® el cuatro, el cinco y el siete falso. No ligamos, quedamos fuera del Sudamericano sub-20 en la primera rueda y, otra vez, como en Egipto, miraremos el Mundial de la categor¨ªa por Internet.
El ¡°no ligamos¡± del truco, es, como el tango, el mate y el asado, parte de nuestro acervo cultural. Es nuestra explicaci¨®n de una realidad negativa que simplemente acontece, porque s¨ª, como una inercia de la vida. De esa misma forma, como una loter¨ªa, tratamos al ¨¦xito: ¡°le toc¨®¡±, decimos, o ¡°ligaron m¨¢s¡± y preparamos el terreno para el resentimiento. ?Por qu¨¦ le toc¨® a ¨¦l y no me toc¨® a m¨ª? Resumimos en ese par de sentencias nuestro desd¨¦n por la cultura del esfuerzo, nuestro recelo por la meritocracia y por los tiempos que, inevitablemente, requieren los procesos de formaci¨®n.
Hace 25 a?os en Argentina bastaba con la t¨¦cnica y la personalidad; hoy en la ¨¦lite no vale con la improvisaci¨®n
Un pa¨ªs que desprecia a sus maestros, que carece de referentes morales y que, desde tiempos inmemoriales, pospone cada a?o el inicio escolar por conflictos salariales, est¨¢ a a?os luz de apreciar una verdadera educaci¨®n deportiva. El problema empeora cuando, en una sociedad que tiende a ser v¨ªctima de sus propias riquezas, hemos vivido muchos a?os en la gesti¨®n de la abundancia, habituados a surtir con jugadores de f¨²tbol a nuestro propio campeonato y a las grandes Ligas europeas al mismo tiempo. Tal vez esa abundancia del pasado nos lleve a creer que podemos seguir siendo potencia produciendo gambeteadores que salgan directamente del potrero. Tal vez por eso nos negamos a aceptar que el f¨²tbol evolucion¨®. Que si hace 25 a?os nos alcanzaba con la t¨¦cnica y la personalidad, hoy no existen equipos que funcionen en la ¨¦lite con la improvisaci¨®n como bandera, sin velocidad, sin din¨¢mica, sin inteligencia y sin profundidad t¨¢ctica; que, salvo los talentos excepcionales, a quienes se les otorga el tiempo de aprender en el camino, es cada d¨ªa m¨¢s dif¨ªcil jugar sin centrocampistas que roten, sin marcadores que sepan defender regresando, sin centrales que sepan achicar los espacios a 40 metros del arquero o sin arqueros que sepan utilizar los pies.
As de espadas, cuatro de copas. Ligamos o no ligamos. Con felices excepciones, dejamos los procesos formativos librados a la evoluci¨®n salvaje del talento natural, a la inspiraci¨®n, al azar. Pensamos nuestro f¨²tbol en t¨¦rminos de rock chabon, con ese chauvinismo de cortada de barrio que se pretende moralmente superior porque representa no s¨¦ qu¨¦ valores patrios, no s¨¦ qu¨¦ superioridad aut¨®ctona. Sublimamos la escuela de la calle y nos reafirmamos en nuestras carencias, percibimos lo acad¨¦mico como sospechoso y elitista y consideramos que no tenemos nada que aprender de ellos, de los de afuera. Que, como somos bicampeones del mundo y campeones ol¨ªmpicos, ya sabemos todo. Nos aislamos en la historia y, ciegos a las causas, culpamos de las consecuencias al destino, a la baraja, al corte.
Mientras los alemanes, que jam¨¢s dejaron de ser potencia, reciben a Guardiola con orgullo y sin complejos, nosotros desde ac¨¢, desde Altamira, sostenemos que la soja es un yuyo y que el futbolista nace. Quiero vale cuatro.
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