La carga de la caballer¨ªa hace temblar al gigante
Mickelson, McIlroy, Rose y Woods tienen su mejor d¨ªa, y Spieth afrontar¨¢ la ¨²ltima jornada con solo cuatro golpes de ventaja
Contaba Arnold Palmer que hace 50 a?os, cuando a¨²n hab¨ªa clases, su caddie, Nathaniel Ironman Avery (todos los negros ten¨ªan apodo), ni le daba consejos sobre qu¨¦ hierros usar, ni le dec¨ªa las yardas a las que se encontraba el hoyo, ni siquiera le ayudaba a leer las ca¨ªdas de los greens. ¡°Solo me hablaba cuando yo le preguntaba. Y nunca le preguntaba nada¡±. Un domingo, sin embargo, cuando luchaba por su cuarta chaqueta verde, Palmer necesito tres putts para embocarla en el 10. Su bogey colocaba al segundo, Dave Marr, a solo cuatro golpes. Y entonces, Ironman no pudo aguantar m¨¢s y rompi¨® a?os de silencio. ¡°?Qu¨¦ pasa, jefe?¡±, le dijo a Palmer. ¡°?Nos estamos cagando?¡± La provocaci¨®n psicol¨®gica fue efectiva: Palmer no volvi¨® a fallar un golpe.
Como el?caddie de Jordan no es un trabajador casi analfabeto sino un profesor de matem¨¢ticas en excedencia, se supone que cuando el prodigio texano empez¨® a cagarse en la soleada Augusta ayer, cuando necesit¨® tres putts y su correspondiente bogey para acabar con el hoyo cuatro, no le dir¨ªa algo tan vulgar ni con efecto tan instant¨¢neo. Seguramente le plantear¨ªa una complicada integral, una p¨ªldora de efecto retardado y fluctuante, para mantenerlo abstra¨ªdo, combatir la ansiedad y generar, al mismo tiempo, la necesaria agresividad que le permitiera combatir.
Entonces, en aquel momento, alrededor de Spieth, el ¨²ltimo llegado al campo, solo pod¨ªan o¨ªrse exclamaciones y bravos celebrando las gestas y haza?as de los gigantes del golf, que llegaban cargando. El campo de Augusta, tan sobrepoblado y ruidoso, parec¨ªa un cine de pueblo de los de antes, a reventar de chiquiller¨ªa jaleando la trompeta del S¨¦ptimo de Caballer¨ªa que acababa con los malvados indios justo a tiempo. Salieron calientes y decididos Rory McIlroy, Tiger Woods y Phil Mickelson y desde los abismos comenzaron a encadenar birdies y miedo. Spieth, que no hab¨ªa necesitado tres putts en todo el torneo, que solo hab¨ªa hecho un bogey en 36 hoyos, empez¨® a manchar sus calzoncillos, aparentemente, y su tarjeta visiblemente. Un segundo bogey, en el siete, fue su punto de rebote, el momento en el que la medicina de su charlat¨¢n matem¨¢tico empez¨® a surtir efecto eficaz e intermitente. Fue para Spieth una jornada de birdies (siete, su media habitual este Masters) y tambi¨¦n de bogeys (tres) y hasta un ins¨®lito doble bogey, que le permiti¨® mantener el liderato por tercer d¨ªa.
No es que se le hubieran acercado mucho los gigantes, salvo Phil Mickelson, el zurdo de San Diego, que record¨® al ganador de tres chaquetas, con su mezcla de audacia, inconsciencia y genio. Cont¨® Mickelson, como todos, con la ayuda de un campo ni infernal ni diab¨®lico, sino amable y acogedor: la insidiosa y a veces imposible posici¨®n de las banderas se contrarrestaba con unos greens en los que la pelota no sal¨ªa, como habitualmente, despedida como si chocara contra un front¨®n, sino clavaditas en su sitio. Solo el efecto psicol¨®gico, el miedo que achica mentalmente el tama?o de los greens, turbaba pulso de los jugadores. Con 67 golpes, su mejor tarjeta en tres a?os, algunos de ellos geniales, algunos de recuperaci¨®n de su err¨¢tico y selv¨¢tico driver, algunos de excelencia, como el putt de 20 metros para birdie en el 16, Mickelson mantuvo la presi¨®n constante sobre Spieth, quien casi cede definitivamente en los dos ¨²ltimos hoyos, cuando ya no hab¨ªa medicina que le salvara, pues al constante californiano zurdo se le uni¨® al final la insurgencia tenaz del ingl¨¦s Justin Rose, un europeo por fin en Augusta, 16 a?os despu¨¦s de la ¨²ltima victoria de Olazabal. Con cinco birdies en los nueve ¨²ltimos hoyos y una tarjeta de 67, Rose, de 34 a?os y ganador del Open de Estados Unidos en 2013, partir¨¢ en compa?¨ªa de Spieth en el ¨²ltimo partido del d¨ªa hoy, pero a cuatro golpes de distancia.
Los grandes del juego, el n¨²mero uno mundial del momento, McIlroy, y el n¨²mero uno del siglo, Woods, solo pudieron cargar en los nueve primeros hoyos, que acabaron en 32 golpes. Despu¨¦s se quedaron en el par y partir¨¢n el ¨²ltimo d¨ªa a 10 golpes de Spieth, seis de Rose y cinco de Mickelson.
Con tanta integral, Spieth finalmente a punto estuvo de desintegrarse ¨¦l solo. Lleg¨® al 17 con -18 (un r¨¦cord en Augusta) y se fue del campo, dos hoyos m¨¢s tarde, con -16. El -18 hab¨ªa sido casi heroico, un s¨ªntoma de otra de las grandes virtudes del joven de Dallas: su capacidad de recuperaci¨®n, su poder para despu¨¦s de un mal hoyo dar un golpe genial en el siguiente. Su -16 fue un mal menor. Tras el bogey en el 14 fue el momento de otra integral de su matem¨¢tico ayudante: el viernes, cuando se acercaba a su r¨¦cord de 130 golpes en las dos primeras rondas, fue conservador como un conductor jubilado en los pares cinco 13 y 15, que afront¨® cauto, logrando birdies tras llegar a green de tres golpes despu¨¦s de arduos c¨¢lculos. Ayer, tras su bogey en el 14, no necesit¨® pensarlo: tras el primer golpe ech¨® mano a la bolsa y sac¨® un h¨ªbrido, ni madera ni hierro, un palo peligroso, en vez del c¨®modo hierro. Se la jug¨® y lleg¨® al green de dos, haciendo inevitable el birdie. Un nuevo -1 en el 16 pareci¨® zanjar el debate, pero a¨²n faltaba un ¨²ltimo momento, espectacular, de fragilidad: cuatro errores encadenados con driver, hierro, chip y putter, de nuevo triple, acabaron en doble bogey. Solo la forma incre¨ªble en que salv¨® el par imposible del 18 apag¨® todos los fuegos y exclamaciones de la caballer¨ªa, que hoy, seguramente, seguir¨¢ cargando.
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