La afici¨®n hace campe¨®n de salto con p¨¦rtiga a Thiago Braz
El pertiguista derrota a Lavillenie con un salto de 6,03m, r¨¦cord ol¨ªmpico, y da a Brasil su primer oro en el Estadio Ol¨ªmpico
En la tierra de Adhemar Ferreira da Silva, el h¨¦roe brasile?o de los Juegos no pod¨ªa salir de otro lugar que no fuera el estadio de atletismo. Da Silva, campe¨®n de triple salto en Roma 60 despu¨¦s de convertir su cuerpo atl¨¦tico en un icono con su actuaci¨®n en Orfeo Negro, la pel¨ªcula del carnaval, es la gran leyenda del atletismo brasile?o. Thiago Braz da Silva, que derrot¨® a Renaud Lavillenie en la final de p¨¦rtiga m¨¢s peleada que se recuerda, un cuerpo a cuerpo entre dos atletas que parec¨ªan boxeadores, devolvi¨¦ndose los golpes sin descanso hasta que uno de ellos, el franc¨¦s, dijo basta, tiene todas las cualidades para sucederle. Para derrotar a Lavillenie, el campe¨®n de Londres, el recordman del mundo que con 6,16m acab¨® con Sergu¨¦i Bubka, Braz da Silva, de solo 22 a?os, debi¨® superar la barrera de los seis metros por primera vez en su vida. Lleg¨® a R¨ªo con una mejor marca de 5,92m. Despu¨¦s de la noche en la que el viento se calm¨®, y la lluvia, y se conjuntaron los astros convocados por un p¨²blico escaso pero enloquecido, sali¨® del Engenhao con una marca de 6,03m, r¨¦cord ol¨ªmpico, y con una medalla de oro, la primera de su pa¨ªs en el Estadio Ol¨ªmpico.
La competici¨®n se anunciaba plana. Llevaba el camino de la rutina. De la calma de Lavillenie, el ¨²ltimo saltador en agarrar la p¨¦rtiga. Lo hizo cuando la noche se hab¨ªa serenado, cuando el list¨®n se hallaba en 5,75m. Cuatro saltos limpios le colocaron a Lavillenie en 5,98m. R¨¦cord ol¨ªmpico. Para ganar solo necesitaba esperar que los dem¨¢s siguieran fallando.
Braz da Silva llegaba al round final cargado de nulos. Hab¨ªa saltado 5,75m a la segunda y tambi¨¦n 5,93m. El p¨²blico entr¨® en juego entonces. Celebrando interminablemente cada uno de sus saltos y abucheando con la misma intensidad los intentos del franc¨¦s, su ¨ªdolo se recarg¨® de fuerza y energ¨ªa, y Lavillenie se fue desmoronando. El locutor pidi¨® por los altavoces que se respetara sus preparativos, que se guardara silencio mientras saltaba. Solo consigui¨® que se le abucheara m¨¢s, que se aplaudieran sus fallos, que se jaleara m¨¢s al ¨ªdolo.
En un ambiente ya plenamente futbolero y loco, conoci¨® el mundo el valor de jugar en casa. Cuando el local decidi¨® pasar de intentar 5,98m, que no le habr¨ªan dado nada, y se lanz¨® a por 6,03m, la balanza se decant¨® a su favor. A Lavillenie, ya muy tenso, le toc¨® atacar primero la nueva altura. Fall¨® a la primera. Tambi¨¦n Braz. Fall¨® a la segunda. Braz, no. Elevado por el fervor de su afici¨®n, en su segundo intento se levant¨® limpiamente por encima de la barra. Despu¨¦s de la agon¨ªa, fue el ¨¦xtasis. ¡°Pero¡±, dijo Braz, ¡°el p¨²blico tan fervoroso me perjudicaba. Me obligu¨¦ a concentrarme en mi t¨¦cnica, a olvidarme del p¨²blico¡±.
Lavillenie, hundido, reconoci¨® el valor de la afici¨®n. ¡°En 1936, la multitud de Berl¨ªn estaba contra Jesse Owens¡±, dijo. ¡°No hab¨ªamos visto algo parecido desde entonces. Es algo con lo que tenemos que lidiar, pero no es una buena imagen la del p¨²blico. Yo no le he hecho nada a los brasile?os¡±.
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