Gente mani¨¢tica
Qu¨¦ importantes son los rituales absurdos, casi tontos. Nuestra vida cojear¨ªa igual que una silla con una pata m¨¢s corta que el resto si de repente no pudi¨¦semos agarrarnos a ellos. En ese grito que Carolina Mart¨ªn lanza despu¨¦s de cada punto ganado, y que suena a pu?etazo en la mesa, o a vaso roto a prop¨®sito contra la pared, descansa todo su juego. Descansa ¡ªest¨¢ bien dicho¡ª despu¨¦s de una extenuaci¨®n, y antes de la siguiente. Es un grito hist¨¦rico, que quita la sed, o que la da, pues en deportes que se interrumpen tras la obtenci¨®n de un punto, constantemente, hay que hallar en cada breve pausa la determinaci¨®n para empezar de nuevo. Llega un d¨ªa en el que el grito se vuelve autom¨¢tico, invisible, y todo el mundo lo escucha menos ella. Para Carolina se vuelve un gesto t¨¦cnico, susceptible de perfecci¨®n, y para el resto, informaci¨®n de primera mano. Si por alguna raz¨®n no grita, todos sabemos, aunque le demos la espalda al partido, que hay malas noticias.
En los a?os que viv¨ª en Santiago tuve un vecino con un viej¨ªsimo Opel Corsa azul, cuyo motor tos¨ªa tres o cuatro veces antes de arrancar, trastabillado. No ten¨ªa cierre centralizado, y cada noche, al regresar del trabajo y aparcar en la calle, el due?o daba una vuelta a su alrededor revisando puerta por puerta si estaban bien cerradas. Le qued¨® el gesto, como una mancha en una camiseta, y cuando cambi¨® de autom¨®vil y se pas¨® a un Renault Megane, con puertas que se abr¨ªan y cerraban a distancia, ¨¦l sigui¨® con su absurdo ritual, rodeando el coche, a semejanza de un idiota. Me preguntaba, cuando lo ve¨ªa, si se dar¨ªa cuenta.
Con el tiempo, me qued¨® claro que el hombre necesitaba realizar aquella absurda maniobra. Calmaba sus nervios. En el fondo, no se fiaba de las vulgares suposiciones. ?Qu¨¦ garant¨ªas ten¨ªa de que el mando a distancia funcionar¨ªa porque hasta la fecha lo hab¨ªa hecho siempre, sin excepci¨®n? Muchas veces me acuerdo de ¨¦l cuando veo jugar a Rafa Nadal, y antes de cada saque el tenista despliega todo su ritual de leves y desesperantes gestos: toma tres bolas en una mano, se queda con dos, se ajusta el slip, se toca el hombro izquierdo y el derecho, despu¨¦s la nariz, la oreja izquierda, de nuevo la nariz y por ¨²ltimo la oreja derecha. Juntas, estas peque?as ceremonias forman un camino a la victoria. Proporcionan seguridad. Hay que pasar por ellas.
Arrojado a la soledad por el esfuerzo, el deportista tiene a veces que inventar compa?eros de viaje. Sus ritos son tan ¨ªntimos e insignificantes que repetidos una vez y otra, y un d¨ªa tras otro, adquieren sentido. Quiz¨¢ esa clase de sentido que implica que algo no lo tenga, y sin el cual uno no sabr¨ªa dar un paso. Carecer de rituales, o pautas, con el pretexto de que te servir¨ªan para calmar los nervios, y a ti lo que te gustan son los nervios desatados, no deja de ser una actitud propia de gente mani¨¢tica.
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