Froome resiste los ataques de Quintana y Gesink gana en el Aubisque
Los corredores se han enfrentado a una de las etapas m¨¢s exigentes de la Vuelta
Cuando el ciclismo se mete en la m¨¢quina del tiempo, sale con cara de ni?o reci¨¦n lavada. Da gusto verle. Las arrugas del tiempo parecen soles, son muecas, gestos, sonrisas y rastro de l¨¢grimas, mand¨ªbulas apretadas, ganas de ganar, o sea, ganas de sufrir. Y surge ese ciclismo que combina muchas carreras en una, muchas batallas en una, muchas victorias en una. Un ciclismo sin derrotas ni derrotados, por m¨¢s que Alejandro Valverde, por ejemplo, se quedase cortado, o que Nairo Quintana no consiguiese despegar a Chris Froome o que Alberto Contador volviera a ceder unos segundos, casi intrascendentes.
Los que llegaron, cuando llegasen, como un rosario rodando por una cuesta, hab¨ªan ganado, metidos en la m¨¢quina del tiempo, all¨ª donde reluce el ciclismo en un aparente desorden perfectamente organizado. Pero alguien lleg¨® el primero: Robert Gesink, la promesa incumplida del ciclismo holand¨¦s, candidato a tantas causas perdidas, accidentes incluidos, que hasta hoy no hab¨ªa ganado ninguna etapa en una gran Vuelta. Y eligi¨® la mejor de la ronda espa?ola, la reina, la emperatriz de la carrera, con cuatro puertos como cuatro soles, el primero de asfalto rugoso y al borde de un continuo precipicio; los otros tres, viejos conocidos del Tour, o sea, largos, o sea, duros. Inacabables.
Fue una carrera de locos muy cuerdos, de estrategia aut¨¦ntica, no falsaria, de escapados reales y escondidos. Un cruce de caminos entre los que miraban hacia adelante y los que miraban hacia atr¨¢s, cabezas de puente con los jefes que llegaban a lo lejos. La primera escapada fue m¨¢s una partici¨®n del pelot¨®n, porque as¨ª debe llamarse a un grupo de 41 tipos que se lanza hacia el abismo. Solo era un principio, algo as¨ª como el precalentamiento de una jornada ¨¦pica.
Y trat¨¢ndose de ¨¦pica, nunca puede faltar el Orica, el equipo de las gestas m¨¢s que de los gestos. Ten¨ªa a tres corredores por delante y al mismo tiempo tiraba del pelot¨®n por detr¨¢s. Cosa de locos... Pero nada de eso. Cuando Yates solt¨® al pelot¨®n en las primera rampas de Marie Blanque fue como destapar la caja del regalo. El brit¨¢nico sali¨® imperial, con la boca abierta dispuesta a tragarse al sinf¨ªn de corredores que le preced¨ªan Y as¨ª fue llegando hasta los suyos, hasta Gerrans, Nielsen, Keukeleire. Los cuatro no echaron un mus, formaron su particular pelot¨®n en un duelo con el Sky, que ahora si tiraba del pelot¨®n, porque Yates no es un don nadie. Y el Movistar tambi¨¦n se puso al tajo.
La novela de aventuras ya ten¨ªa protagonista. M¨¢s a¨²n cuando Simon Yates dej¨® a sus compa?eros, ya extenuados, se fue a su ritmo en busca de alejar al pelot¨®n lo m¨¢s posible y, por qu¨¦ no, de la victoria de etapa. Por delante el rosario iba perdiendo cuentas que Yates se tragaba como un ni?o come gominolas. Por detr¨¢s, los reyes esperaban sentados en sus tronos.
El riesgo y la aventura
Si Yates hubiera llegado le corresponder¨ªan todos los maillots y todos los premios. Le falt¨® poco, alg¨²n kil¨®metro m¨¢s de ascensi¨®n para encontrar su hornacina particular en la historia del ciclismo. No lleg¨® a tiempo, pero dio igual. Lo que hab¨ªan hecho ¨¦l y su equipo vale m¨¢s que una victoria. Hab¨ªan rescatado al ciclismo de los viejos tiempos otorg¨¢ndole el viento de la modernidad: ciclismo colectivo y ciclismo individual, el de siempre, el del riesgo, el de la aventura, el de aqu¨ª estoy yo porque he venido y porque me voy.
No fue el ¨²nico, pero s¨ª el m¨¢s grandioso. Todos fueron en cierto modo ¨²nicos, aunque uno, Gesink, se llev¨® la gloria. El holand¨¦s dej¨® atr¨¢s en el esprint final a Silin y a Elissonde, que con su peque?a estatura parec¨ªa un ni?o queri¨¦ndose colar entre las piernas de sus larguiruchos compa?eros. No le dejaron, aunque fue segundo tras el holand¨¦s.
Quedaba la guerra por los minutos, por los segundos, entre los dos generales: Quintana y Froome. No hubo armisticio, porque el colombiano lo intent¨® cuatro veces y a las cuatro le sac¨® el sable el brit¨¢nico. Todo fue en los ¨²ltimos cinco kil¨®metros de ascensi¨®n. S¨ª, Nairo lo intent¨®, pero eran ataques cortos a los que Froome respond¨ªa sin tartamudear. Falt¨® el ataque largo, o quiz¨¢s faltaron las fuerzas. As¨ª que la renta que Nairo quiere acumular antes de la contrarreloj no resulta productiva. En el Aubisque se le escap¨® la mejor oportunidad, pero sigue siendo l¨ªder y eso siempre da derecho a so?ar. Incluso a so?ar con el viejo ciclismo, el de un muchacho llamado Simon Yates: con cara de ni?o, reci¨¦n lavada. Como un sol.
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