Todo por un derbi
Ganar al equipo de tu misma ciudad equivale a una de esas victorias m¨ªseras que lo son todo
Entre vecinos, la envidia es san¨ªsima. Proporciona otra suavidad a los d¨ªas. Te hace sentir joven y podrido. Por eso nos gustan tanto los derbis. Si los Bar?a-Espa?ol, Betis-Sevilla o Atl¨¦tico-Madrid vibran de un modo casi irracional es porque existe entre los contendientes un odio cotidiano, acogedor, que caliente al estilo de la chimenea; como para prescindir de ¨¦l. Son partidos que valen tres puntos, como los dem¨¢s, pero en qu¨¦ cabeza entra que s¨®lo valgan eso. Un derbi es algo important¨ªsimo, sin demasiada importancia. Si el f¨²tbol ha sobrevivido hasta aqu¨ª, pese a la que ha ca¨ªdo, es porque concede justamente importancia a cosas que carecen de ella. Algo bueno deb¨ªa de tener la envidia. Bill Shankly, que no s¨®lo gui¨® al Liverpool FC a sus mayores ¨¦xitos, sino que convirti¨® el odio al Everton en una motivaci¨®n, acostumbraba a decir que en su ciudad s¨®lo hab¨ªa dos equipos: el Liverpool y los suplentes del Liverpool. El Everton le merec¨ªa tal desd¨¦n que si jugase en el jard¨ªn de su casa, dec¨ªa, correr¨ªa las cortinas para no verlo.
Manuel Rivas cuenta la historia de un se?or que envidia a su vecino en silencio. Cree que todo lo suyo era mejor. Entonces pacta con el diablo y su suerte cambia. Al vecino le pasa por encima un cami¨®n y lo manda al hospital. Tras la convalecencia, el d¨ªa que regresa a casa el hombre resentido lo vigila desde la ventana, por si acaso. Este ya no tiene nada que envidiarle, y sin embargo, al verlo salir del coche, deja escapar un lamento: ¡°Qu¨¦ bien cojea este cabr¨®n¡±.
Un vecino es alguien dispuesto a recordarte que te gan¨® en una ocasi¨®n, aunque no haya vuelto a hacer nada relevante desde ese d¨ªa. Cuando vive puerta con puerta, la rivalidad se encarniza. No descansa jam¨¢s. Dos equipos vecinos pueden mantener las apariencias, pero por dentro siempre se envidian. Aunque no haya nada que envidiar. Estos irracionalismos los entiende cualquiera. No hay que explicarlos. Hace casi dos a?os me sent¨¦ a tomar un caf¨¦ con un concejal de mi ciudad. Estaba en la oposici¨®n y hac¨ªa tan bien su trabajo, seg¨²n ¨¦l, que lo medios lo ignoraban. En ese instante abri¨® el peri¨®dico y vio una gran foto de Ana Botella, que consum¨ªa sus ¨²ltimos d¨ªas como alcaldesa. ¡°Qu¨¦ envidia, lo hizo todo mal. No querr¨ªa saber c¨®mo habr¨ªa acabado si hubiese cosechado alg¨²n acierto¡±, dijo. Pens¨¦ para m¨ª que sin envidia el mundo dejar¨ªa de hacer ruido y resultar¨ªa un tanto aburrido.
Ganar al equipo de tu misma ciudad equivale a una de esas victorias m¨ªseras que lo son todo. Su afici¨®n la forma gente con la que te ves a diario, con la que coincides en las clases de biolog¨ªa, en las reuniones de padres, con la que operas en un quir¨®fano, con la que tienes un trato continuo, afable, a veces incluso con la que haces el amor. ?C¨®mo no sentir envidia ante la idea de que alguien tan pr¨®ximo salga bien parado? Quien tenga un hermano, y haya jugado contra ¨¦l al parch¨ªs o al Scrabble, sabr¨¢ enseguida de qu¨¦ hablo.
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