F¨²tbol de la China
Los negocios pr¨®speros requieren de una mezcla de pasi¨®n y dinero, que prometa gloria y v¨¦rtigo, y que vuelva locos a terceros
Es encomiable que los chinos aspiren a convertirse en la meca del f¨²tbol. Muy espor¨¢dicamente estas pretensiones desaforadas funcionan. Me viene a la cabeza el caso de Las Vegas. ?Qu¨¦ hab¨ªa en Nevada? Nada. Las Vegas s¨®lo era una cochambrosa parada con una fuente en la que se deten¨ªan a repostar agua los trenes entre Los ?ngeles y Albuquerque. Pero un d¨ªa se legaliz¨® el juego, y aquel desierto se volvi¨® la meca del vicio. No s¨®lo te pod¨ªas hacer rico en una noche, o mejor a¨²n, quedarte sin blanca, sino que en el sal¨®n de al lado cantaban Elvis o Frank Sinatra. Por no hablar de los templos para oficiar matrimonios r¨¢pidos, absurdos y divertidos. ?ltimamente incluso hay un museo (dedicado a la mafia, al crimen organizado).
Fuera de Las Vegas no se me ocurren m¨¢s ejemplos en los que se implantase con ¨¦xito una tradici¨®n artificial, sin arraigo. Salvo el de aquella pareja del norte de Inglaterra que en cierta ocasi¨®n decidi¨® acompa?ar el rodaballo a la plancha con una botella de piperm¨ªn. En realidad, lo que se propone China, en una loca carrera por convertirse en una potencia futbol¨ªstica, sin pasado, s¨®lo con futuro, lo ensay¨® en los 70 Estados Unidos. Esos d¨ªas se experimentaba con todo, tambi¨¦n con el f¨²tbol. En 1968 fundaron una liga con 17 equipos, a los que llamaron Los Fantasmas, Los Lobos, Los Espartanos y cosas peores. Fue una iniciativa postiza. Dos a?os antes, la NBC hab¨ªa retransmitido la final del Mundial de Inglaterra y cosechado buenos ¨ªndices de audiencia.
?Qu¨¦ hicieron los aficionados? Nada, no hab¨ªa aficionados. Los estadios siempre estuvieron vac¨ªos. No tardaron en desaparecer muchos equipos. De 17 se pas¨® a una liga de cinco, y despu¨¦s a 21, y luego a 18, y a¨²n despu¨¦s a 9, y as¨ª. El desorden era bell¨ªsimo cuando irrumpieron unos tipos de Atlantic City con mucho dinero, crearon de la nada un equipo en Nueva York y ficharon a Pel¨¦. Despu¨¦s llegar¨ªan Beckenbauer, Cruyff, Neeskens, Chinaglia, M¨¹ller, incluso George Best, todos en horas bajas. No sirvi¨® de nada. El futbol no arraig¨®. Para amarlo hab¨ªa que tener costumbre desde peque?o, y antes deb¨ªa tenerla tu padre, tu abuela, tu bisabuelo y, por supuesto, tambi¨¦n tus amigos y sus familiares muertos.
?Triunfar¨¢ China donde fracas¨® Estados Unidos? Dif¨ªcilmente. Los negocios pr¨®speros requieren de una mezcla de pasi¨®n y dinero, que prometa gloria y v¨¦rtigo, y que vuelva locos a terceros. Por eso en Europa y Sudam¨¦rica el f¨²tbol pervive despu¨¦s de un siglo. Porque tiene mucho que ver con una emoci¨®n inexplicable, y con la belleza de la historia. A los jugadores les agrada pensar que sus gestas se recordar¨¢n siempre. Compiten para ganar dinero y disfrutar de la ¨¦poca. Unos pocos alcanzar¨¢n t¨ªtulos, otros habr¨¢n vivido, que no es poco. En el momento ¨¢lgido de una carrera, el dinero puro y duro, chino, no basta. Necesitas la vor¨¢gine que rodea la competici¨®n. El f¨²tbol es locura, no un museo. Si quieres visitar uno, e interesarte por la cultura, te vas a Las Vegas.
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