El malentendido
El ni?o quiere que gane su equipo. El adulto, prefiere que ganen sus ideales

Uno se hace aficionado de un equipo cuando a¨²n no ha alcanzado la edad de la raz¨®n. Por eso, cada vez que se relaciona con ese equipo regresa a la primera infancia, a lo irracional. De ah¨ª, que sea imposible una cierta madurez al tratar asuntos referidos a tu equipo. Se invent¨® la prensa deportiva para tratar del juego y la competici¨®n desde una visi¨®n profesional y anal¨ªtica que compensara el terreno de las pasiones. Pero, como sucede con casi todos los artilugios a su servicio, el hombre acaba por deformarlos a su antojo y capricho hasta conseguir que no sirvan para lo que fueron concebidos. Es una especie de proceso de domesticaci¨®n agravado por la dictadura del consumo, cuya regla de oro es que el cliente siempre tiene la raz¨®n, como se dec¨ªa en los comercios, aunque no tenga la raz¨®n. As¨ª, el comentario deportivo, salvo valientes excepciones, ha abandonado an¨¢lisis y moderaci¨®n por un esforzado y a veces hist¨¦rico ejercicio para reforzarlas y extremarlas.
Ganar se ha convertido en la medicina que todo lo cura. El que gana se lleva la gloria, solo faltar¨ªa. Pero si ¨²nicamente el resultado importa, como parecemos pensar por h¨¢bito, la cr¨®nica en s¨ª misma carecer¨ªa de sentido y lo m¨¢s inteligente ser¨ªa titular la p¨¢gina con el marcador final y pasar a otra cosa. Ganar el partido parece suponer ganar tambi¨¦n la cr¨®nica. Sin embargo, a poco que uno preste atenci¨®n cuidadosa, ver¨¢ que en algunos triunfos hay una l¨ªnea fin¨ªsima que lo separ¨® del fracaso. Y viceversa. Un detalle, un azar, un golpe de fortuna, un oportunismo, una fatalidad, todo eso a veces ha condicionado tanto el resultado final como para que resulte innoble obviar los m¨¦ritos, el juego, la disciplina, el ingenio y hasta el talento de los contendientes m¨¢s all¨¢ del marcador. A estas alturas del proleg¨®meno, muchos lectores habr¨¢n intuido que est¨¢n delante de otro aficionado del Atl¨¦tico de Madrid que trata de endulzar su derrota, su eliminaci¨®n si sucede, de enfangar las dos Copas de Europa perdidas ante el Real Madrid en la final justificando pat¨¦ticamente que el ganador jug¨® mal y poco, que fueron inmerecidas, injustas. Resolvamos el malentendido.
Ver perder a mi equipo no me entristece si la propuesta fuera digna, audaz, un reclamo del desaf¨ªo por el juego, por la alegr¨ªa, por el riesgo. Igual que ganar me resulta repelente si se hace desde el oportunismo, la piller¨ªa o la renuncia a crear para esperar el error contrario, la chispita de la suerte inmerecida. Ese es mi drama: que ganar no me basta. Y esa es mi cr¨®nica particular tras el partido: que perder no me asusta. La cr¨®nica del qu¨¦ se hizo, c¨®mo fue, qui¨¦nes somos, para qu¨¦, esa s¨ª me interesa. El marcador, eso lo ve cualquiera. El ni?o quiere que gane su equipo. El adulto prefiere que ganen sus ideales. En cada partido se enfrentan uno y otro. No nos enga?emos.
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