Mourinho, el nuevo Salieri
Puede que alg¨²n d¨ªa veamos al portugu¨¦s reconocer la derrota sin p¨¢tinas de barro ni disculpas peregrinas, por fin una aceptaci¨®n sincera de la realidad
Andaba yo bailando el vals con uno de mis gatos en brazos, que es como acostumbro a acompa?ar las series de pases tan propias de los equipos entrenados por Pep Guardiola, cuando el tel¨¦fono m¨®vil me avis¨® de que ten¨ªa un mensaje nuevo. Lo enviaba un buen amigo desde Londres, solicitando atenci¨®n para el rictus de Jos¨¦ Mourinho cada vez que las c¨¢maras de televisi¨®n constataban su presencia, como si el desarrollo del partido invitase a recalcarla para que nadie pudiese acusar al t¨¦cnico portugu¨¦s de incomparecencia. ¡°Esa cara de tenerlo todo bajo control cuando lo est¨¢n bailando es de estafador profesional¡±, dec¨ªa el peque?o comunicado de mi estimado, un buen conocedor de los banquillos, los vestuarios profesionales y el f¨²tbol en general. Siguiendo su consejo regres¨¦ a la comodidad del sof¨¢, fij¨¦ mi atenci¨®n sobre la televisi¨®n, y a la que apareci¨® el se?alado en pantalla no puede m¨¢s que mostrar mi disconformidad con el veredicto.
Lo que yo vi, desde la distancia y la m¨¢s absoluta ignorancia, fue a un hombre sobrepasado por las circunstancias; a un obstinado competidor vapuleado por la realidad; a un ser impotente que sucumb¨ªa, una vez m¨¢s, al empe?o de la historia por desplazarlo a un segundo plano frente a la excepcionalidad de su m¨¢s encarnizado rival. Lo que yo ve¨ªa en aquellos planos, en definitiva, no era la retransmisi¨®n habitual de un simple partido de f¨²tbol sino un logrado remake de Amadeus, la oscarizada pel¨ªcula dirigida por Milos Forman. ¡°Pero por qu¨¦, por qu¨¦ hab¨ªa elegido dios a tan obsceno ser como instrumento suyo. Era incre¨ªble. Aquella obra ten¨ªa que ser un accidente, deb¨ªa de serlo¡±, se lamenta un envejecido Antonio Salieri en este film de culto, y algo similar cre¨ª entender en la mirada afilada de Mourinho, las manos en los bolsillos y media cara embozada bajo el cuello del anorak mientras contemplaba al portero rival, Ederson Moraes, tocar m¨¢s balones con los pies que la suma de sus propios delanteros.
Habitualmente publicitados como un simple cruce de estilos, los duelos entre Mourinho y Guardiola van camino de convertirse en un verdadero choque cultural, una lucha de car¨¢cter generacional en la que constatar, nuevamente, la victoria del progreso frente al continuismo. Pocas dudas ofrecen unos n¨²meros que se decantan abrumadoramente por la propuesta del t¨¦cnico catal¨¢n, casi ninguna los rostros sonrojados de los aficionados locales que abarrotaron las gradas de Old Trafford para animar a los suyos y terminaron avergonzados ante las bondades de la nueva locomotora. En el f¨²tbol, como en la m¨²sica, la repetici¨®n de los viejos clich¨¦s sobrevive lo que tarda en aparecer una nueva singularidad, un encaje diferente de las notas sobre la partitura que invita a dejar de lado los pensamientos oxidados y abrazar las nuevas melod¨ªas.
Resistencia, eso es lo que yo intu¨ª en los gestos de Mourinho durante el partido, tambi¨¦n en la rueda de prensa posterior. Puede que alg¨²n d¨ªa, qui¨¦n sabe, lo veamos reconocer la derrota sin p¨¢tinas de barro ni disculpas peregrinas, por fin una aceptaci¨®n sincera de la realidad que situar¨¢ frente al espejo a quienes se empe?an en defender sus argumentos, como ocurr¨ªa con la confesi¨®n final de Salieri en la pel¨ªcula de Forman mientras recorr¨ªa los pasillos de un manicomio: ¡°Mediocres del mundo, yo os absuelvo¡±.
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