Arde el Madrid
Hay cierta belleza en ver arder al equipo de Zidane, al menos desde la distancia
Tres cosas significaban la felicidad m¨¢s absoluta para mi bisabuela Elvira: que al Madrid le pitasen un penalti a favor, que el toro derribase al caballo durante el tercio de varas y sentarse a contemplar el fuego mientras com¨ªa gusanitos de ma¨ªz. Que yo recuerde, nunca sali¨® de casa sin su caja de cerillas y una navaja chata que le serv¨ªa para casi todo. En cuatro rastrojos secos adivinaba ella una oportunidad de gozo y esa fue, quiz¨¢s, la mejor lecci¨®n que yo haya recibido jam¨¢s sobre la verdadera naturaleza del madridismo: disfrutan del fuego, viven del fuego, son el fuego.
Arde cada poco tiempo el Madrid y con gran virulencia, un poco como Galicia pero sin necesidad de declarar el Santiago Bernab¨¦u como zona catastr¨®fica, al menos no de momento. Todo comienza con peque?as fallas que parecen controladas: los pitos a un determinado jugador, el runr¨²n con las decisiones del entrenador, las miradas desconfiadas hacia el palco, un art¨ªculo de opini¨®n¡ Nadie les concede gran importancia porque, como ya he dicho, el madridismo es el fuego y no se teme a s¨ª mismo. Entonces aparece el olor a chamusquina, se desata un cierto p¨¢nico, suena una especie de gong y de la nada aparece un personaje de chiste (¡°dicen que van un espa?ol, un italiano y un franc¨¦s¡±) para apagar el incendio con la poca agua que debe caber dentro de una Copa de Europa. Detonante, acelerador y remedio: as¨ª es y ha sido siempre el madridismo.
Hay cierta belleza en ver arder al Madrid, al menos desde la distancia. Uno siente una especie de escalofr¨ªo que le recorre la espalda, mitad placer y mitad temor, consciente del sufrimiento que azota al m¨¢ximo rival pero temeroso de las futuras consecuencias. Del ¨²ltimo gran incendio, aquel que adelant¨® el carnaval de C¨¢diz a diciembre con la alineaci¨®n indebida de Den¨ªs Ch¨¦ryshev, se levant¨® el club blanco conquistando la Liga de Campeones en primavera y repitiendo entorchado al a?o siguiente, como si acumular vasijas formase parte de su arcaico plan antincendios. Es un mecanismo de acci¨®n-reacci¨®n que parece funcionar pero de dif¨ªcil implementaci¨®n en otros clubes. Tan solo Luis Enrique fue capaz de algo semejante en Barcelona, un club de naturaleza tan l¨ªquida que necesita fluir para campeonar. El del asturiano fue el en¨¦simo ejemplo de que uno debe nacer madridista para dominar las llamas, poco importa si muda la piel por el camino: prendi¨® la pira tratando de expedientar a Leo Messi, atiz¨® las flamas hasta provocar la convocatoria de elecciones y termin¨® conquistando un triplete majestuoso que nos permiti¨®, por primera vez en nuestra historia, refocilarnos felices entre cenizas.
Despu¨¦s de ganar dos Ligas de Campeones en a?o y medio vuelven a divisarse peque?as fogatas en las gradas del Bernab¨¦u, en los bares, en las colas del supermercado, en los editoriales¡ En cualquier otro club se conceder¨ªa la partida al fuego procediendo al balance de da?os y planificando la siguiente temporada pero no en el Real Madrid donde, como en el Par¨ªs de Ninotchka, ¡°la sirena nunca es una voz de alarma sino una morena¡±. Por si alguien albergaba dudas sobre por qu¨¦ caminan tan alegres y risue?as las mocitas madrile?as, con la que est¨¢ cayendo, ah¨ª tienen la respuesta: siempre llevan una caja de cerillas en el mandil.
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