Guaraj¨¢, los 100 a?os de un equipo de una zona rural de Brasil que sobrevive por amor al f¨²tbol
El milagro de un club que sigue convocando a jugadores e hinchada cada fin de semana en un ejercicio de convivencia en comunidad
El 20 de junio de 1920, mi bisabuelo fund¨® el Guaraj¨¢ F¨²tbol Club, bautizado as¨ª en homenaje a un ind¨ªgena. El equipo, que celebra 100 a?os este s¨¢bado, es el m¨¢s antiguo de la ciudad de Tocantins, en Minas Gerais, y ha ganado siete veces el campeonato Ruralz?o, que se disputa en una zona rural del Estado al sureste del pa¨ªs. La mera existencia de un equipo que, a lo largo de un siglo, ha preservado el amateurismo de sus d¨ªas de fundaci¨®n es un peque?o milagro en medio del sistema mercantilista que se ha apoderado de todas las esferas del f¨²tbol.
Aprend¨ª a disfrutar de los partidos en la banda, animando a mis t¨ªos y a mi padre, los ¨ªdolos de mi infancia. Ten¨ªa 12 o 13 a?os cuando debut¨¦ en el segundo equipo del Guaraj¨¢. Poder llevar ese uniforme ancho, mucho m¨¢s grande que mi flacucho cuerpo preadolescente, fue como cumplir un sue?o, que todav¨ªa considero mi mayor logro deportivo. Me sent¨ª plenamente realizado al jugar en el equipo de la familia, algo que todav¨ªa me emociona cada vez que regreso a Tocantins.
Modestia aparte, el campo del Guaraj¨¢ tiene la vista m¨¢s hermosa del mundo, con la Sierra dos Pires al fondo y un yambo detr¨¢s de la porter¨ªa. Las gradas est¨¢n en un barranco, pero los hinchas m¨¢s animados se sientan en la banda para saludar al ¨¢rbitro y a los jugadores del equipo visitante. Cada fin de semana que hay partido, ya sea amistoso o de campeonato, es un gran evento social. Se re¨²nen m¨¢s de 50 jugadores, decenas de familias participan en la fiesta, se juegan partidas paralelas de dados y cartas, y la ¨²nica tienda que queda en la regi¨®n tiene las ventas garantizadas.
Guaraj¨¢ sobrevive al tiempo y a la modernidad. El f¨²tbol sigue siendo el mejor plan para los domingos, a pesar del mediocre nivel t¨¦cnico de muchos de los partidos y la competencia desleal de las actividades que han tra¨ªdo las facilidades tecnol¨®gicas ¡ªinimaginables para los j¨®venes de otros tiempos y que desentonan con la monoton¨ªa campesina¡ª, como hacer maratones de series en Netflix, pasarse la noche entera jugando a videojuegos o incluso ver ¡°partidos de verdad¡± por la tele.
El Guaraj¨¢ tambi¨¦n sobrevive a los profundos cambios que se han producido a su alrededor. En las ¨²ltimas d¨¦cadas, gran parte de los j¨®venes que abastec¨ªan sus filas ha emigrado de la comunidad rural al ¨¢rea urbana de Tocantins y a las periferias de las grandes ciudades. Fue el caso de mi padre. En la d¨¦cada de 1970, cuando todav¨ªa trabajaba en la labranza, el 40% de la poblaci¨®n de Tocantins viv¨ªa en el campo. Actualmente, ese porcentaje se ha reducido a menos de la mitad. En una ciudad de 15.000 habitantes, encontrar no solo trabajadores para cultivos modestos, sino tambi¨¦n jugadores que garanticen la longevidad de los equipos rurales es una tarea ardua. Muchos clubes que antiguamente jugaban contra el Guaraj¨¢ han desaparecido. Cada vez es m¨¢s dif¨ªcil formar equipos para disputar el Ruralz?o, un torneo que re¨²ne a los clubes de los pueblos de la zona.
Adem¨¢s de la escasez de poblaci¨®n, el f¨²tbol amateur se ha convertido en un negocio, inspirado en el modelo de clubes profesionales, lo cual ha contribuido a la extinci¨®n de los equipos que no pueden pagar bonificaciones y salarios a sus jugadores, a menudo contratados en otros Estados y ciudades. Precisamente por esta raz¨®n, en estos 100 a?os, el mayor m¨¦rito del Guaraj¨¢ no han sido sus haza?as deportivas, ni la galer¨ªa de trofeos que se exhiben con orgullo en su sede, sino su insistencia en poner a dos equipos en el campo todos los domingos, formados por deportistas de fin de semana que no juegan por dinero, sino porque sienten los colores y tienen devoci¨®n por el deporte.
La cultura capitalista que ha demolido las bases populares del f¨²tbol se apropi¨® de este deporte y ha hecho que sea prohibitivo mantener clubes cuyo ¨²nico prop¨®sito es el de reforzar los lazos comunitarios. Sumergidos en la l¨®gica de mercado que sofoca a los menos afortunados, equipos como el Guaraj¨¢ ya no deber¨ªan existir. O, en el mejor de los casos, en el que afortunadamente encajamos, tienen que conformarse con que su existencia penda de un hilo. Posponer el final es el dilema que persigue a nuestra familia en esta jornada para mantener la tradici¨®n que inici¨® mi bisabuelo Isolino, aunque eso implique hacer continuos sacrificios personales. Como mis t¨ªos, que nunca han salido de Tocantins y, como valientes defensas, mantienen el ritual sagrado de cada domingo.
El t¨ªtulo m¨¢s importante que puede ganar un club de este tama?o es seguir movilizando a las personas del campo, ofrecer una convivencia en comunidad y oportunidades para que los jugadores j¨®venes puedan ponerse las botas por primera vez. La llama necesaria para no desanimarse ante los contratiempos. Con la pandemia, hemos tenido que suspender la conmemoraci¨®n del centenario, una fecha en la que la ciudad est¨¢ de luto por la muerte de Zico Doutor, un hincha s¨ªmbolo de nuestro equipo que nos ha dejado a los 97 a?os, dos d¨ªas antes de ver como el equipo al que nunca se cans¨® de animar llegaba a los 100 a?os.
Mantener un equipo rural en actividad continua, durante tantos a?os, como un emblema familiar que conecta generaciones, es un gesto de amor por el deporte y, sobre todo, un acto de resistencia contra las reglas impuestas por el f¨²tbol moderno. La historia del Guaraj¨¢ me lleva a creer que, de alguna manera, el campo ha ganado.
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