Eriksen, el renacido, barre al Chelsea
El campe¨®n de Europa sufre la peor goleada de la temporada (1-4) ante el peque?o Brentford, en el primer partido en Stamford Bridge sin Abramovich y en v¨ªsperas de recibir al Madrid en Champions
La multitud de seguidores del Chelsea se congreg¨® en su estadio, expectante por ver c¨®mo reaccionaba el equipo que jugaba en casa por primera vez desde que la Premier League expuls¨® al due?o del club, Roman Abramovich, porque caben pocas dudas de que alguna vez hizo favores a Vladimir Putin. La procesi¨®n de hinchas march¨® a cantarle al desamparo y la orfandad, al final de una era de 19 a?os que culminaba con una pandemia, una guerra, un t¨ªtulo de Champions y una goleada en contra por 1-4 a manos del Brentford, el equipo de barrio liderado por Christian Eriksen, que juega con un desfibrilador por si el coraz¨®n se le para.
Los aficionados acudieron a refundar lazos de comunidad en torno al equipo. Lo que se descubrieron fue de todo menos un ritual l¨²gubre: Christian Eriksen jug¨¢ndose la vida en el 1-2. ¡°Born is the King¡±, rezaba la pancarta en lo alto del anillo que coronaba la porter¨ªa de Mendy. Ha nacido el Rey. Un mensaje premonitorio, considerando el abrazo apasionado que le dieron todos los compa?eros a Eriksen, el mismo que en el verano de 2021 permaneci¨® diez minutos cl¨ªnicamente muerto tras sufrir un paro card¨ªaco mientras jugaba al f¨²tbol en la Eurocopa. Este s¨¢bado meti¨® su primer gol en la Premier desde que el Inter le despidi¨® por considerarle m¨¦dicamente incapaz.
Las pantallas gigantes del estadio anunciaban las oportunidades mercantiles que brinda el Forex. La megafon¨ªa encadenaba Time of the Season, Park Life y el dulce Liquidator. Las se?oras ingresaban calzadas en zapatillas de Prada. Se abr¨ªa el cielo nuboso y el term¨®metro sub¨ªa de 0 a 15. Era primavera en el oeste de Londres y la hierba de Stamford Bridge reflejaba la luz de un sol digno de M¨¢laga cuando los dos equipos entraron al campo. ?Inflaci¨®n? ?Qu¨¦ inflaci¨®n?
Jugaban el Chelsea y el Brentford. El vigente campe¨®n de Europa, el club intervenido por el Gobierno Brit¨¢nico para arrebat¨¢rselo al oligarca ruso, recib¨ªa al equipo del pueblo que antiguamente hab¨ªa cinco kil¨®metros r¨ªo arriba, y que ahora es un suburbio de la gran ciudad. Despu¨¦s de un par de revueltas, los hinchas consiguieron que los interventores gubernamentales les permitieran ingresar. Por haber, hab¨ªa hasta reventa. En la grada visitante no entraba un alfiler. El primer ministro, Boris Johnson, como siempre, se mostr¨® ben¨¦volo con aquellos que reclaman que el show debe continuar. Con pandemia lo mismo que con guerra. Los ingleses se desenmascaran en masa y ni el pico de contagios de Covid ni la subida de precios de la fruta y el combustible previenen a los acomodados seguidores que acuden joviales a ver c¨®mo reacciona su equipo sometido a la realidad del caos.
Lo primero que ven es desolador: Jorginho en el banquillo y Ruben Loftus-Cheek en el eje dirigiendo las operaciones. Tomas Tuchel, el entrenador, ha vuelto a tomar una decisi¨®n recurrente que solo a ¨¦l le resulta estimulante. ¡°Eleg¨ª al mejor equipo¡±, dijo, cuando alguien le pregunt¨® si la alineaci¨®n obedec¨ªa a la preparaci¨®n de la visita del Madrid, que viene el pr¨®ximo mi¨¦rcoles a disputar la ida de los cuartos de la Champions. ¡°Absolutamente. No pens¨¦ en dosificarlos para el Madrid¡±.
Lento, pesado, cargado del deber imposible de desplazar su mole de percher¨®n con una mente de procesos tan dilatorios como sus giros, Loftus-Cheek no llega casi nunca ni al corte, ni al apoyo, ni a la anticipaci¨®n. Alrededor del mediocentro, el Chelsea comienza a atascarse. El juego es predecible. No hay m¨¢s atisbo de vida que aquella que proyectan los pases verticales de Alonso y Azpilicueta por sus bandas, a ver si Mount, Ziyech o Werner se inventan algo. Pero no inventan nada. Al contrario, parecen abatidos. Moralmente y f¨ªsicamente inferiores a los abnegados visitantes de Brentford, el largo Ajer, el rubio Roerslev, el poderoso Toney y el barbudo Mbeuma, dirigidos por el renacido Eriksen.
El Chelsea se va al descanso con un 0-0 revelador. El equipo solo consigue estabilizarse cuando el Brentford no lo presiona. Si los aprietan en su campo, los centrales no saben qu¨¦ hacer con la pelota y Loftus Cheek resume la actitud general: nadie ofrece soluciones. Al regreso del descanso no cambia nada. Jorginho, el pivote m¨¢s en forma del mundo junto con Busquets, permanece sentado.
Antionio R¨¹diger hace un gol ins¨®lito. Un tiro plano desde 30 metros que se incrusta pegado al palo del portero del Brentford. Algo que deber¨ªa cambiar el sentido de un partido en Stamford Bridge definitivamente, pero que solo sirve para abrir los contenedores de la realidad. Dos minutos despu¨¦s, en pleno jolgorio de la muchedumbre local, se hizo un silencio tajante. Bryan Mbeumo amaga en el ¨¢rea, Azpilicueta se deja burlar, y su pase lo remata Janelt.
¡°Eventos anormales¡±
¡°Fue una sucesi¨®n de eventos anormales¡±, dijo Tuchel, cabizbajo y sin quitarse la gorra. ¡°No ¨¦ramos conscientes del peligro¡±. Nadie en el Chelsea pareci¨® percatarse del peligro que acarreaba el galope de Mbaumo por la banda izquierda, con la compa?¨ªa de Eriksen en el carril central, destinatario del pase postrero y autor de un gol de arremetida: el 1-2. Un toque de alto riesgo sobre la salida aparatosa de Mendy, un golpe sutil para superar al portero por arriba y cantar su primer gol con el Brentford en la Premier. ¡°Le examinamos todo su cuerpo¡±, dijo Thomas Frank, el entrenador del Brentford, el paisano de Eriksen, tras el partido. ¡°Y sab¨ªamos que estaba bien. Lo que no imagin¨¢bamos es lo asombrosamente r¨¢pido que alcanzar¨ªa este nivel¡±.
Janelt y Wissa metieron el 1-3 y el 1-4 respectivamente. El 1-3 fue un calco de todo aquello que hab¨ªa intentado hacer Tuchel con sus centrales y con Werner y Havertz. Bal¨®n largo, prolongaci¨®n del nueve, dejada y contradejada. Toney la peina, Mbeumo la deja, y Janelt la mete. Juego de equipo peque?o bien ejecutado por el Brentford, y mal digerido por el Chelsea.
Antes del pitido final la procesi¨®n de hinchas abrumados comenz¨® a abandonar Stamford Bridge por donde vino, sin decir esta boca es m¨ªa, intentando lo imposible, olvidar a Roman Abramovich, el hombre que convirti¨® a un club de barrio en una potencia global, el hombre de Putin, el hombre del Kremlin, el hombre que no pudo ver el 1-4 en directo, perseguido por el Gobierno y a?orado por la hinchada que despidi¨® a sus jugadores como corresponde a unos ingleses que se precien. Con un poco de iron¨ªa y sentido del humor, se re¨ªan del drama del f¨²tbol cantando a capela Qu¨¦ Ser¨¢, Ser¨¢.
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