Navegaci¨®n de altura
Orquestada en cuatro tiempos, n¨ªtida y deliberadamente diferentes, esta tercera novela de Guelbenzu participa del combate, que describe, entre conceptos e im¨¢genes. Sobre la figura central masculina se ensa?a uno de los m¨¢s infrecuentes an¨¢lisis de la educaci¨®n sentimental que haya producido la novela espa?ola. Conmocionada por las disgresiones de la sensibilidad, la traves¨ªa de este pasajero del yo, navegando en la mar abierta de la subjetividad, se expone a los vendavales de la exterioridad, a los embates de unas im¨¢genes, ilusorias casi siempre. En el combate, la reflexi¨®n lleva la mejor parte.Nunca agradecer¨¢ bastante el lector que no se haya propuesto Guelbenzu una novela totalizadora. Ese prop¨®sito de contarlo todo en un solo libro constituye una plaga de la novel¨ªstica contempor¨¢nea. Probablemente por causas literarias, El pasajero de ultramar, novela desbordante de ideas, se sit¨²a en el polo opuesto de la pretenciosidad y su inevitable secuela, el aburrimiento. Penetrar en su orbe conceptual, deslumbrante, ser¨ªa quiz¨¢ mi primera obligaci¨®n ahora, ineludible agradecimiento a un corpus de ideas, sin ideolog¨ªa manifiesta, que tan incitante resulta. Pero por estrictos motivos de deformaci¨®n profesional, me inclino m¨¢s a considerar los mecanismos narrativos de esta novela, que, como de ciertas mujeres se dice que son muy mujer, es, ante todo, muy novela.
El pasajero de ultramar,
de Jos¨¦ Mar¨ªa GuelbenzuBarcelona. Galba Edicions. 1976
Para quienes hayan le¨ªdo, El mercurio y Antifaz, no es secreto la facilidad imaginativa de su autor. El pasajero de ultramar patetiza un designio de renovaci¨®n. Y sin embargo, sobrenadando la austeridad de peripecia, el vapor imaginativo escapa por mil fisuras o se expele incontenible, como en el episodio en que un cuervo ofrece el alegato m¨¢s corrosivo del libro. Incluso, esas disgresiones de una sensibilidad pat¨¦tica est¨¢n dominadas por un humor sutil¨ªsimo, por una impalpable (o esot¨¦rica) habilidad, que hace posible contar como, en nuestra sociedad, todo va comedidamente mal.
Guelbenzu practica a lo largo del relato, con una condenada simplicidad, un procedimiento de desrealizaci¨®n de la realidad mediante tan invisibles hilos como, por ejemplo, en las novelas de Beckett. El endemoniado truco, uno de los fruct¨ªferos hallazgos de la novela moderna, consiste en el relato de acontecimientos con una ¨®ptica naturalista y que, por el contrario, provoca la certidumbre de que lo que sucede, si es que sucede, no es lo que se nos cuenta. Uso de la apariencia, fundament¨¢ndose en el remedo de la mera apariencia, persigue manifestar la irrealidad, establecer la dial¨¦ctica negativa y, en un mundo regido por el azar, confesar las tribulaciones pormenorizadas de la tragedia de existir.
El joven arquitecto, que desde Madrid viaja a las playas vascas tras una mujer y en pos de su memoria, pregunta a su antagonista: ??Acaso sabe usted lo que significa la imposibilidad de amar a alguien de quien se est¨¢ locamente enamorado??. Durante la singladura, el aprendizaje sentimental le llevar¨¢ del desencanto a la perplejidad, de la pasividad a la acci¨®n, le obligar¨¢ a preguntarse c¨®mo podemos ser ?tan tristes que ni nuestra propia desgracia nos destruye?, le enfrentar¨¢ con la conciencia de degradaci¨®n. Este viaje, efectivamente, se realiza -si se realiza- por los caminos de la interioridad. Pero durante este viaje, el paisaje, las ciudades y sus luces, unas mujeres asirenadas, unos malhechores, un hombre corrompido por la experiencia, imponen como en la vida cotidiana, una sensaci¨®n de sospechosa realidad. La novela quiz¨¢ cuente unas vacaciones en la niebla de un alguien cuya suma de errores acabar¨¢ por condenar -y glorificar- a la soledad en la tierra de nadie. ?Verdaderamente este joven, que escapa de un Madrid tan concreto que se trata de que no lo sea, alcanza al final las riberas ultramarinas del conocimiento del ser, desde la baranda de un hotel provinciano, que significa su existencia s¨®lo por las risas de las camareras en el silencio de la ma?ana?
La amnesia alcoh¨®lica del protagonista permite una incursi¨®n por los infiernos contempor¨¢neos, a la que da una firme persuasi¨®n el cambio sin soluci¨®n de continuidad de la primera a la tercera persona verbales que efect¨²a la voz narrativa. Ya en sus anteriores novelas Guelbenzu exploraba ese mal de vivir, de ra¨ªz existencialista, que llena las p¨¢ginas de la mejor novela actual. Pero en El pasajero de ultramar sus modos, tan expl¨ªcitamente depurados, son m¨¢s inquisitivos, m¨¢s apasionados debajo de la fr¨ªa piel del relato. De acuerdo con su estructura, el lenguaje, que se necesita comedido en la tarea indagatoria, estalla a borbotones, cuando, sobre la meditaci¨®n, se abalanza la energ¨ªa incomprensible de vivir a¨²n en contra de la inexorabilidad temporal. La exposici¨®n de las cat¨¢strofes de la lucidez se hace en una lengua l¨²cida.
A Guelbenzu la man¨ªa pedag¨®gica le clasifica, entre los adelantados de una nueva novela. Quiz¨¢ pertenezca, en efecto, a ese grupo de escritores parcialmente liberados de la tradicional, asfixiante y entra?able sujecci¨®n a la cultura francesa, y que respiran en atm¨®sferas culturales anglosajonas. Esa inflexi¨®n de gustos y de influencias, sin duda est¨¢ saneando nuestra literatura, aunque s¨®lo fuese porque suelen ser sus practicantes gentes con m¨¢s saludable humor del usual. En todo caso, El pasajero de ultramar denota mayor empe?o que el del experimentalismo o tumba abierta, fosa com¨²n de algunos colegas de Guelbenzu. Parece m¨¢s justo pensar -y celebrar- que Guelbenzu, consciente de lo que supuso la novel¨ªstica que en este pa¨ªs le precedi¨®, donde algunos no se equivocaron mucho, es cierto, pero siempre en lo esencial, ha elegido el riesgo de la navegaci¨®n de altura, que como es sabido, consiste, sin ver la costa, en dirigir la derrota del buque cambiando la estima con la observaci¨®n.
Babelia
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