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Entrevista

Una conversaci¨®n en Mallorca con Don Juan de Borb¨®n

Dar¨ªo Valc¨¢rcel, Camilo J. Cela, Don Juan de Borb¨®n, Alonso Zamora, Miguel Ortega y Joaqu¨ªn Mu?oz

Cela pregunta a Don Juan cuantos d¨ªas de navegaci¨®n necesitar¨¢ para ir desde Malloraca a Estoril.

Don Juan: Cuatro aproximadamente, si hay buen viento y no surgen complicaciones.

Cela: Pero no har¨¢ la traves¨ªa de un tir¨®n.

Don Juan: Quiz¨¢ s¨ª. El ?Giralda? tiene una autonom¨ªa superior a tres mil millas, y de Lisboa estamos a bastante menos de mil.

Cela: En cualquier caso, se?or, no tiene aspecto de salir de una operaci¨®n.

Don Juan: S¨ª, la verdad es que me encuentro muy bien. Es una operaci¨®n rara. No es grave, pero tampoco sencilla. Son tres horas de anestesia en las que le sacan a uno cuatro metros de venas. (Don Juan sufri¨® una intervenci¨®n de varices en Suiza, el pasado mes de abril.)

Cela: ?Qu¨¦ espanto!

Dario Valcárcel, Camilo José Cela y don Juan de Borbón en Palma de Mallorca durante la conversación para EL PAÍS
Dario Valc¨¢rcel, Camilo Jos¨¦ Cela y don Juan de Borb¨®n en Palma de Mallorca durante la conversaci¨®n para EL PA?S C¨¦sar Lucas

Don Juan: Hombre, tampoco es para tanto. Me han dado unas pastillas para no comer. Con la operaci¨®n y las pastillitas he bajado doce kilos, y apenas paso de noventa.

Cela: Al fin y al cabo, el se?or es de talla respetable. Pero lo m¨ªo es mucho m¨¢s grave. Despu¨¦s de asistir, a la Semana del Lac¨®n con Grelos, en mi tierra, me puse en ciento ocho.

Ortega: Tus lectores, y sobre todo las lectoras, no te respetar¨¢n si te ven convertido en un epic¨²reo del lac¨®n.

Cela: Ah, las lectoras. La realidad es que en casos de corpulencia como el de este servidor de Vuestra Majestad, las se?oras quedan, tras los momentos de efusi¨®n, doblemente agradecidas: primero, por el deleite otorgado y luego, por el peso que se quitan de encima.,..

Ortega: Yo creo que eso no se debe publicar. Entre nuestros compatriotas siempre habr¨¢ alg¨²n hip¨®crita que nos acusar¨¢ de libertina e y de falta de respeto a las personas reales...

Cela: ?C¨®mo libertinaje? ?Hay algo m¨¢s santo y creador que el acto que acabo de enunciar?

EL PAIS: En todo caso, EL PAIS pedir¨¢ permiso y lo publicar¨¢.

Don Juan de Borbón en Palma de Mallorca, durante un almuerzo con Camilo José Cela, Alonso Zamora Vicente, Joaquín Muñiz, Miguel Ortega Spottorno y Darío Valcárcel
Don Juan de Borb¨®n en Palma de Mallorca, durante un almuerzo con Camilo Jos¨¦ Cela, Alonso Zamora Vicente, Joaqu¨ªn Mu?iz, Miguel Ortega Spottorno y Dar¨ªo Valc¨¢rcel

Don Juan: Hombre, yo creo que trat¨¢ndose de Cela...

(Pasamos al comedor. Don Juan sienta a su derecha a Cela, a su izquierda a Zamora.

La comida no es complicada: ensalada, carne roja a la parrilla y un postre de dulce de naranja. Tinto de rioja de cinco a?os, abundante. Caf¨¦, sin puros ni licores.)

La superaci¨®n de nuestra guerra civil

EL PAIS: Se?or, queremos darle las gracias por permitir nuestra presencia en esta conversaci¨®n que trasladaremos con la fidelidad posible a nuestros lectores. Independientemente de las posiciones de cada cual, el Conde de Barcelona -hijo de un rey, padre de un rey- ocupa en la vida espa?ola un lugar eminente. Y no s¨®lo como Jefe de la Dinast¨ªa, sino tambi¨¦n, y sobre todo, porque ha sido para muchos espa?oles un hombre de convicciones, un espa?ol de conducta consecuente.

Don Juan: Muchas gracias. Creo que ¨¦sa es una interpretaci¨®n generosa. Mi trayectoria personal ha estado rodeada con frecuencia de dificultades, pero creo no haber dado lugar a demasiados equ¨ªvocos. Nac¨ª en La Granja, cuando Don Alfonso XIII trataba, todav¨ªa con muchas esperanzas, de encontrar la estabilidad en un sistema que permitiera el turno abierto de acceso al poder. La enfermedad de mis dos hermanos mayores indic¨® muy pronto cu¨¢l ser¨ªa mi responsabilidad futura en la dinast¨ªa. Al llegar la dictadura de Primo de Rivera, yo ten¨ªa diez a?os. A los dieciocho comenz¨® el destierro: mi padre decidi¨® que continuara mi carrera de marino en la Armada brit¨¢nica. Recorr¨ª el mundo durante cinco a?os, con una disciplina muy dura, pero con los mejores profesionales del mar. Al comenzar nuestra guerra civil naci¨® mi hija Pilar. Yo me hab¨ªa casado un a?o antes, a los veintid¨®s. Pens¨¦ que no pod¨ªa hurtarme a la tragedia de mi pa¨ªs y ped¨ª mi incorporaci¨®n a las filas nacionales, en el Ej¨¦rcito de Tierra.

EL PAIS: ?No trat¨® de incorporarse al ?Baleares??

Don Juan: Eso fue despu¨¦s. Primero se me devolvi¨® a la frontera. M¨¢s tarde, el General¨ªsimo Franco me dio una segunda negativa cort¨¦s, en t¨¦rminos conocidos. Desde el fin de la guerra hasta la muerte de mi padre estudi¨¦ Humanidades y Derecho en la Universidad de Florencia, m¨¢s tarde en Roma. Tuve buenos profesores espa?oles. Pas¨¦ algunos apuros econ¨®micos porque ya ten¨ªa tres hijos y las circunstancias no me permit¨ªan trabajar y ganar mi vida.

EL PAIS: Si hubiera sido posible, ?qu¨¦ hubiera elegido?

Don Juan: Sin duda, mi carrera, la de marino.

Ortega: ?No fue por entonces, se?or, cuando se produjo la suspensi¨®n de su conferencia?

Don Juan: Ah, s¨ª, eso fue curioso... y bastante sintom¨¢tico, es verdad. La Universidad de Florencia me hab¨ªa pedido que hablara sobre un tema de la especialidad hist¨®rica que yo preparaba. Por mi titulaci¨®n universitaria y tambi¨¦n por tener una cierta posici¨®n social, no pod¨ªa negarme. Se anunci¨® mi conferencia, que ten¨ªa un t¨ªtulo muy ambicioso: "Los emperadores espa?oles en Roma". Yo hab¨ªa estudiado con cierta profundidad el reinado de Adriano, de Trajano y, sobre todo, de Teodosio. Al general-Franco, sin embargo, no le hac¨ªa muy feliz que yo pronunciara una conferencia, y gestion¨® su suspensi¨®n. Yo no le conoc¨ªa entonces. No s¨¦ si pensaba que yo era un imb¨¦cil incapaz de hablar en p¨²blico, o que era una insolencia empezar sin permiso una carrera de conferenciante. Se me indic¨® que razones de Estado desaconsejaban mi intervenci¨®n. Yo era entonces un joven inexperto y disciplinado y suspend¨ª el acto. El claustro de la Universidad no lleg¨® a comprenderlo del todo.

Cela: Es curioso el tiempo transcurrido y la presencia de la guerra entre nosotros. Creo, se?or, que lo que m¨¢s me ha aproximado a Vuestra Majestad ha sido nuestra obstinaci¨®n mutua por superar esa tremenda guerra que todav¨ªa vive en muchos de nosotros.

Don Juan: Este es un gran tema, quiz¨¢ el primordial de nuestra vida colectiva. Yo he sostenido, hace treinta a?os, que nuestro pa¨ªs hab¨ªa de vencerse a s¨ª mismo y remontar esa ca¨ªda. No es la superaci¨®n de una situaci¨®n b¨¦lica la que nos preocupa a ti y a m¨ª, sino la superaci¨®n de un esp¨ªritu fratricida, que destroz¨® el pa¨ªs, sobre todo en las retaguardias.

Zamora: Esta posici¨®n es la que inspir¨® una corriente de respeto hacia Don Juan dentro de los medios intelectuales, incluso entre los que somos de inclinaciones pol¨ªticas muy dispares. Ve¨ªamos c¨®mo se fomentaba la dial¨¦ctica vencedores-vencidos, c¨®mo se permit¨ªa el odio, la imposici¨®n por la fuerza y la reacci¨®n peligros¨ªsima del rencor. Cuando por primera vez, en plena guerra mundial, se levant¨® la voz de Don Juan pidiendo la reconciliaci¨®n y la superaci¨®n de los enfrentamientos nos pareci¨® un gesto de gran alcance. Nadie, hasta entonces, se hab¨ªa atrevido a utilizar aquel lenguaje desde aquellas posiciones.

El desaf¨ªo al poder

Don Juan: Yo ten¨ªa entonces considerables apoyos en el interior, unos civiles y otros no. Tambi¨¦n ten¨ªa un cierto respaldo diplom¨¢tico entre las potencias occidentales, que estaban a punto de derrotar los fascismos. Sin embargo, ahora, con los a?os por medio, recuerdo que comprend¨ª claramente la reacci¨®n que provocar¨ªa mi actitud. Toda una parte de la sociedad espa?ola -la m¨¢s autoritaria, la m¨¢s comprometida con el r¨¦gimen- podr¨ªa asociarme interesadamente con los ?eternos enemigos de la Patria?. Yo sab¨ªa que comenzaba a correr un grave riesgo y tom¨¦ mi decisi¨®n en solitario. A partir de entonces, creo que s¨®lo en este tema -la superaci¨®n de nuestra guerra- he sido inflexible.

Cela: Fue entonces Vuestra Majestad un raro ejemplo de rey no reinante, de rey resistente, si me permite esta expresi¨®n.

Don Juan: Yo trat¨¦ m¨¢s bien de presentar la monarqu¨ªa como una instituci¨®n nacional, ¨²til para la pacificaci¨®n y modernizaci¨®n del pa¨ªs. Nunca fui antifranquista sistem¨¢tico. Lo que sostuve es que la monarqu¨ªa era una opci¨®n distinta e independiente del r¨¦gimen del general Franco. Esta actitud, que en los a?os cuarenta no se me perdon¨®, empieza ya a fructificar. Entonces, en plena postguerra mundial, me preocupaba el aislamiento de mi pa¨ªs, el hecho de que Espa?a pudiera vivir durante a?os y a?os de espaldas al mundo.

EL PAIS: ?Cu¨¢les fueron realmente las posibilidades de una monarqu¨ªa democr¨¢tica en la d¨¦cada de los 40?

Don Juan: Ser¨ªa largo de explicar, pero ya empieza a existir una bibliograf¨ªa abundante sobre aquella ¨¦poca. Yo sostuve -creo que con moderaci¨®n y desde posturas a veces muy conservadoras- que pod¨ªa existir una monarqu¨ªa democr¨¢tica e integradora, como pod¨ªa haber una rep¨²blica -o ?regencia?- excluyente y fascista. En 1947 firm¨¦ mi segundo manifiesto al pa¨ªs: el r¨¦gimen del general Franco es un sistema represivo y totalitario, ven¨ªa a decir. Como Jefe de la Dinast¨ªa, yo conmin¨¦ a Franco ante la opini¨®n p¨²blica nacional para que devolviera la soberan¨ªa al pueblo espa?ol.

Cela: La ?geopol¨ªtica? jug¨® entonces a fondo. Truman estaba ya en plena guerra fr¨ªa y Estados Unidos reconsider¨® su actitud: nada de cambios en la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica. Europa era entonces internacional mente inexistente.

Zamora: Eso se percibi¨® claramente en el interior. En los momentos inmediatos al fin de la guerra mundial, la clase dirigente espa?ola comprendi¨® que el sistema se pod¨ªa consolidar. Y form¨® en orden cerrado.

Don Juan: S¨ª, el proceso es claro y ha sido bien descrito por los historiadores, desde Carr y Brenan, hasta Pab¨®n y Madariaga. En el frente exterior, lo que ocurriera en Espa?a ten¨ªa una importancia que aqu¨ª no se valoraba bien. ?ramos una pieza clave en el nuevo equilibrio.

No es un tema de personas, sino de contenido

EL PAIS: Jos¨¦ Mar¨ªa Gil-Robles ha contado con alg¨²n detalle en las p¨¢ginas de nuestro peri¨®dico la primera entrevista Franco-Don Juan, en 1948...

Don Juan: Yo ten¨ªa que organizar sin mayor retraso los estudios de mi hijo. El Pr¨ªncipe iba a cumplir diez a?os. Algunas personas me pidieron que no le enviara a Espa?a, advirti¨¦ndome lo que, a largo plazo, esa situaci¨®n podr¨ªa producir. Pero ?c¨®mo iba yo a impedir que mi hijo estudiara en su patria?

Cela: Sin embargo, la presencia de Vuestra Majestad gravit¨® fuertemente en la pol¨ªtica espa?ola durante veinte a?os m¨¢s, al menos hasta 1969.

Don Juan: S¨ª, es posible, aunque yo se?al¨¦, con toda sinceridad por cierto, que para m¨ª la instituci¨®n mon¨¢rquica no era un tema de personas, sino de prop¨®sito y contenido ideol¨®gico.

A lo largo de los a?os, desde que en 1941 recib¨ª de mi padre esta responsabilidad, trat¨¦ de conseguir dos cosas: la independencia de la monarqu¨ªa frente al poder personal, de un lado, y de otro trat¨¦ de dotar de un contenido amplio pero inequ¨ªvoco a la instituci¨®n. Yo creo que el sentido de la monarqu¨ªa, en la Europa actual, s¨®lo puede hallarse a partir de una concepci¨®n democr¨¢tica de la sociedad basada en el humanismo occidental.

EL PAIS: ?Qu¨¦ significa exactamente ?concepci¨®n democr¨¢tica??

Ortega: Hombre, Pinochet o Idi Amin sostienen que ellos son perfectos modelos de democracia. Nosotros llamamos democracia a los reg¨ªmenes en que la soberan¨ªa reside en la sociedad. Para ello es necesario que haya sufragio universal, control del poder, ejecutivo fuerte y pluralismo organizado. Creo que esto es lo que expresaba el Rey cuando hablaba de democracia y humanismo.

Don Juan: Exactamente. Y por encima de todo esto, las democracias de Occidente son las que proporcionan un nivel m¨¢s alto de respeto a los derechos humanos. Este creo que es un argumento determinante.

Ortega: Curiosamente, la monarqu¨ªa que propugn¨® Don Juan era una monarqu¨ªa ajena al hecho de que hubiera o no mon¨¢rquicos.

Cela: Hombre, esto es clar¨ªsimo. Quienes nos hemos mantenido al lado de Vuestra Majestad no somos, en muchos casos, mon¨¢rquicos de toda la vida, sino defensores de los hombres consecuentes. Si la monarqu¨ªa futura se apoyase en: los mon¨¢rquicos, no dar¨ªa yo dos duros por ella. Siempre pienso que en Inglaterra no hay mon¨¢rquicos, y la cosa marcha bastante bien...

Ortega: Habr¨ªa que distinguir, sin embargo. En estos a?os, la situaci¨®n espa?ola ha producido mon¨¢rquicos excelentes y otros deplorables. Muchos no entendieron la monarqu¨ªa sino como una f¨®rmula m¨¢s apta para proteger un esquema de intereses. Estos olvidaron cuando les convino el fundamento hist¨®rico de la legitimidad: su olvido les convirti¨®, sin saberlo, en republicanos militantes. ?Esto s¨ª que es frivolidad! En cambio, otros mon¨¢rquicos -me acuerdo, por ejemplo, de don Julio Palacios- supieron hacer de la instituci¨®n la ¨²nica salida al r¨¦gimen de Franco.

La renovaci¨®n de la Universidad

Don Juan: Lo que dice Miguel, es en parte, muy cierto. Pero, en fin, dejemos estos temas y hablemos de cosas m¨¢s interesantes. Yo quer¨ªa preguntarle al profesor Zamora por la situaci¨®n actual de la Universidad. En la crisis presente yo preguntar¨ªa: ?una Universidad renovada, nueva o procurar inspirarse en la que hab¨ªa?

Zamora: La Universidad espa?ola de 1934-35 exportaba ciencia y disfrutaba de autonom¨ªa, autonom¨ªa aut¨¦ntica, no de la otra... Es verdad que su molde ya no valdr¨ªa, sobre todo por la masificaci¨®n actual, pero s¨ª estar¨ªan vigentes sus ideas maestras sobre el trabajo, la libertad de elecci¨®n y, aunque parezca algo cursi, la pureza de intenci¨®n. Eso, como tantas otras facetas de la vida colectiva, solamente con di¨¢logo entre todos, con voluntad de entendimiento, podr¨ªa rehacerse. Y creo que tenemos la obligaci¨®n de intentarlo.

Don Juan: ?Lo cree f¨¢cil?

Zamora: Muy f¨¢cil, muy f¨¢cil, no. Habr¨¢ que contar con todos. Y no s¨¦ si conciencias acostumbradas a un largo privilegio van a saber acoplarse al estilo de vida de unos compa?eros excluidos durante tantos a?os. Sin embargo... Este es el aspecto que considero m¨¢s doloroso ante el inmediato porvenir: el pa¨ªs cambiar¨¢ su rostro pol¨ªtico, creo, incluso con rapidez. Ya lo estamos viendo. Pero la conducta, especialmente la conducta social... Las conciencias, la interioridad del espa?ol ha sido tan tenazmente condicionada durante tanto tiempo que mucho me temo que no sea empresa llana liberarla de esa forzada ortopedia. Ni mucho menos. En fin, Dios dir¨¢.

La conversaci¨®n deriva luego, entre Don Juan y el profesor Zamora, hacia la situaci¨®n de la Academia Espa?ola. El problema principal hoy en la Academia Espa?ola es el econ¨®mico. En la Academia se trabaja mucho, denodadamente, cada d¨ªa m¨¢s. Estamos en relaci¨®n de igualdad con las Academias hispanoamericanas. Toda esa labor requiere muchos gastos.

Regiones, pa¨ªses y patria com¨²n

EL PAIS: El tema de los dialectos nos lleva al problema de la diversidad regional, que, desear¨ªamos plantear al debate de esta mesa.

Cela: Yo fijar¨ªa un punto de partida con una an¨¦cdota personal: en 1938, estando yo en el frente como cabo, vi c¨®mo un suboficial m¨ªo llamaba a un soldado con el que yo estaba hablando en gallego. Sin mediar palabra, le sacudi¨® un gran tortazo y aclar¨® luego: ??Toma, para que hables espa?ol!? Ahora vivo en Mallorca, donde los naturales hablan poco castellano. Tengo en casa, trabajando desde hace a?os, un matrimonio de Padr¨®n, con el que hablo, naturalmente, en gallego. Sin nuestro idioma no podr¨ªan resistir la distancia y tendr¨ªan que abandonar la isla.

Don Juan: Yo aprend¨ªa a hablar catal¨¢n hace a?os; me ense?¨® don Carlos Card¨®. Y mi hijo ha aprendido tambi¨¦n. Yo creo que un Rey de Espa?a no puede llegar a L¨¦rida si no es capaz de pronunciar un discurso en lengua local. Canalejas trat¨® de aprender el vasco...

Zamora: Si no hubiera varias lenguas en Espa?a yo me quedar¨ªa sin trabajo. A mis colegas extranjeros les he ense?ado con orgullo el conjunto de pa¨ªses que es Espa?a; por eso su unidad, una vez lograda, es m¨¢s profunda que en la mayor parte de los pa¨ªses de Europa.

Don Juan: Y por eso, tambi¨¦n, es indispensable el reconocimiento efectivo del hecho regional. En esa variedad est¨¢ nuestra riqueza y nuestra fuerza. No es admisible que un profesional o un empresario de la periferia tenga que desplazarse a Madrid cada vez que ha de conseguir una firma oficial o un tr¨¢mite administrativo. Es comprensible la alergia de muchas regiones hacia Madrid. Sin embargo, no veo clara la aparici¨®n de algunas personalidades regionales de diferenciaci¨®n dudosa. Es evidente que Catalu?a, Vasconia o Galicia son, como se ha dicho, algo m¨¢s que una peculiaridad?

Cela: Francia tiene una unidad diferente. Nosotros somos varios pa¨ªses unidos en una misma naci¨®n.

Don Juan: Hay que matizar mucho estos t¨¦rminos. Valencia, por ejemplo, no quiere ser llamada regi¨®n: quiere que se hable del Pa¨ªs Valenciano.

Cela: Y, sin embargo, es in¨²til luchar contra el fen¨®meno regional.

Zamora: Aunque esto se haya repetido, yo creo que es bueno advertir que la unidad de Espa?a est¨¢ amenazada no s¨®lo por los separatistas, sino tambi¨¦n por los que desean una Espa?a uniformada y artificialmente igualada...

Don Juan: Eso no tiene el menor sentido. La unidad de Espa?a la hemos construido entre todos. A m¨ª me impresiona ver, por ejemplo, c¨®mo no existe gran empresa naval sin presencia vascongada. Desde Juan II, a comienzos del XV, los vascos aparecen incesantemente en todas las iniciativas marineras, desde nuestros primeros desembarcos en Sicilia hasta la traves¨ªa de Etayo.

Cela: Hace poco o¨ª esta frase a un pol¨ªtico madrile?o que se autoconsideraba progresista: ?Cuando lleguemos al poder os concederemos la autonom¨ªa?.

Don Juan: ?Qu¨¦ barbaridad! Eso no es as¨ª: no se trata de conceder nada, sino de reconocer lo que est¨¢ ah¨ª.

El tema de Europa: CEE y OTAN

EL PAIS:?Y Europa?

Don Juan: Yo he cre¨ªdo y creo en Europa. En los ¨²ltimos treinta a?os las circunstancias me han permitido conocer bien a los grandes europeos, desde Churchill y De Gaulle, hasta Brandt o Giscard. He seguido con enorme inter¨¦s los avances y los retrocesos de la construcci¨®n europea. Me parec¨ªa insensato ver la situaci¨®n actual con optimismo...; la verdad es que estamos a¨²n lejos de la verdadera integraci¨®n.

Cela: Somos un conjunto de pueblos viejos, celosos de nuestra nacionalidad. Y luego hay los intereses en pugna.

Don Juan: El espect¨¢culo de 1973, durante la crisis del petr¨®leo, fue lamentable. La insolidaridad de unas naciones con otras, en aquel momento, ha da?ado mucho la imagen de la Comunidad. Creo que en aquellos meses retrocedimos a?os...

Ortega: ?Retrocedimos?... Don Juan habla como si estuvi¨¦ramos dentro de Europa.

Don Juan: ?Pues faltar¨ªa m¨¢s! T¨² y yo somos unos ciudadanos tan europeos como el ministro de Comunicaciones de Luxemburgo-

Cela: Claro que la insolidaridad no ha parado en el tema de la energ¨ªa.

Don Juan: Claro que no, y esto es lo preocupante: luego han venido las terribles jugadas que se han hecho en el terreno monetario, en la agricultura...

Zamora: Y, sin embargo, la inteligencia sigue viviendo aqu¨ª...

Don Juan: Exacto: salvo alguna zona americana -California, Nueva Inglaterra...-, yo no he sentido en ning¨²n punto del mundo la densidad de inteligencia, de creatividad, que percibimos en nuestros viejos pa¨ªses.

Zamora: Es realmente el continente con contenido...

EL PAIS: ?Cree, se?or, en una incorporaci¨®n inmediata de Espa?a?

Don Juan: Yo repito que soy europeo de profesi¨®n: quiero decir que profeso la fe europea. Y, sin embargo, comprendo que en esto de los tratados hay que ser pragm¨¢tico. No est¨¢ claro que el ingreso en la CEE nos interese, ahora mismo, desde todos los puntos de vista. Tampoco hay que caer en la beater¨ªa europea porque s¨ª. Somos un pa¨ªs de peso, de un cierto peso y respetabilidad. Acabamos de terminar una etapa complicada, que nos ha proporcionado cosas de todo orden, pero, entre otras, un largo aislamiento. Pero Espa?a tiene hoy unas realidades, unas cifras y una dignidad que poner sobre la mesa. No somos Islandia ni Albania, qu¨¦ diablo...

EL PAIS: Pero ?es posible que Espa?a separe su ingreso en la OTAN de la CEE, como ahora puede ocurrir?

Don Juan: Esos son problemas de Estado en los que yo no deseo entrar. Mi impresi¨®n personal, sin embargo, es que Espa?a debe negociar una y otra incorporaci¨®n separadamente. Hoy, las dificultades de ambas negociaciones siguen siendo pol¨ªticas.

A lo largo de la conversaci¨®n se abordan otros temas. ?La evoluci¨®n de la Iglesia Cat¨®lica va por delante de la sociedad espa?ola y deja fuera de juego el esquema confesional que propon¨ªa nuestro Estado?, dice Ortega. Don Juan est¨¢ de acuerdo con su apreciaci¨®n. ?Los cat¨®licos espa?oles debemos acostumbrarnos a pagar nuestra iglesia de nuestro bolsillo. En 1976, todos los concordatos son malos.?

La clase trabajadora, gran pagadora

Aparece luego en el di¨¢logo alguna alusi¨®n al refer¨¦ndum: ?En los actuales planes de reforma me preocupa que temas tan importantes como la reforma sindical se traten con excesiva rapidez y con escasa representatividad. No creo que en una consulta popular pueda mezclarse tan importante asunto con otros tan distintos como la estructura del poder legislativo o la mec¨¢nica sucesoria?. En otro momento, Don Juan a?adir¨ªa: ?Si una de las prioridades que tenemos ante nosotros es la continuaci¨®n de nuestro desarrollo, no comprendo c¨®mo puede abordarse sin un replanteamiento a fondo de la vida sindical?. Y m¨¢s tarde: ?La clase trabajadora ha sido la gran pagadora de nuestros a?os malos. Y, sin embargo, ha dado el gran ejemplo de solidaridad. Es necesario respetar sus derechos, de una vez por todas.?

EL PAIS: Nosotros querr¨ªamos conocer la opini¨®n del Conde de Barcelona sobre lo que ha dado en llamarse ?la reforma?.

Don Juan: Muy por encima de las reformas pol¨ªticas, creo que lo que cuenta es la reforma de la sociedad. Tu padre -a Miguel Ortega- escribi¨® claramente sobre este tema, hace ya cincuenta a?os, creo que en ?La Redenci¨®n de las provincias?. A veces pienso que los reg¨ªmenes no son m¨¢s que una superestructura visible, un simple resultado de la propia sociedad. Por debajo de los reg¨ªmenes fluyen en Espa?a parecidos problemas, en los a?os 70 o medio siglo antes. Era la sociedad la que hab¨ªa que transformar, en sus prop¨®sitos, sus aspiraciones y sus diferencias. Confundir la transformaci¨®n de la sociedad con la pol¨ªtica de superficie es ilusorio. A no ser que la pol¨ªtica lo sea de verdad, es decir, no permanencia en el poder por el poder, sino capacidad para movilizar la ilusi¨®n colectiva.

En un momento de la conversaci¨®n, uno de los interlocutores dir¨ªa: ?Parece, a veces, como si una parte del pueblo espa?ol tuviera miedo a la libertad?-. ?Yo creo que una constituci¨®n -puntualizarla Don Juan- no s¨®lo debe reconocer las libertades, sino protegerlas jurisdiccionalmente.?

La popularidad de Don Juan Carlos

Cela: La verdad, se?or, es que Don Juan Carlos tiene hoy, entre los espa?oles, una popularidad muy superior, a la que yo esperaba antes de la muerte del general Franco.

Don Juan: S¨ª, yo creo que esto es as¨ª, y tengo que decir, por ejemplo, que estoy orgulloso del respeto con que el joven Rey se ha hecho o¨ªr en Estados Unidos.

Ortega: Y, sin embargo, a m¨ª me preocupa que en las actuales circunstancias el poder parezca m¨¢s atento a los movimientos internos de la clase pol¨ªtica, que a los grandes problemas y a las grandes, realidades nacionales.

Don Juan: Quiz¨¢ sea as¨ª en parte. Pero no se puede pedir a la Corona que juegue un papel que no es el suyo. La Corona puede amortiguar tensiones, facilitar el entendimiento entre los sectores y propiciar, como dec¨ªamos antes, la reconciliaci¨®n aut¨¦ntica de ?os espa?oles.

Cela: Pero esa reconciliaci¨®n requiere unas condiciones previas.

Don Juan: Por supuesto que s¨ª. Pero el primer paso, muy importante, consiste en instalar en la cumbre del Estado una cierta mentalidad conciliadora, superadora de las diferencias; una voluntad que abra una etapa de comprensi¨®n mutua, de negociaci¨®n y de entendimiento. Ese creo que es el estilo de la Monarqu¨ªa.

Cela: Evidentemente eso est¨¢ claro: si la Monarqu¨ªa no es instrumento de reconciliaci¨®n, es un esquema vac¨ªo de sentido.

Ortega: ?Y Vuestra Majestad es optimista en este punto?

Don Juan: S¨ª lo soy. Yo creo que ¨¦ste es el estilo d¨¦ mi hijo. Y creo no equivocarme. Mi hijo es un hombre cauto, que piensa despacio las cosas y se mueve con mucha prudencia. Pero yo creo que sabe bien hacia d¨®nde va. Esperemos que logre todo el espacio de movimiento que necesita para llevar a cabo la transici¨®n. Estos meses van a exigir mucho tacto, mucha decisi¨®n y un despliegue muy complejo, dif¨ªcil, para llegar a una democracia desde un sistema no democr¨¢tico. Pero, por Dios, no hablemos del asunto como si el cambio del pa¨ªs, despu¨¦s de cuarenta a?os de autocracia, fuera coser y cantar...

Cela: Pericles y Abraham Lincoln, en una sola pieza, sudar¨ªan tinta para sacar adelante ese carro.

Don Juan: Por eso no se debe abandonar al joven Rey en un momento dif¨ªcil del pa¨ªs. Y, por cierto, yo creo que hay que agradecer a la prensa la distinci¨®n que ha hecho en estos meses entre la Corona y el Gobierno.

Ortega: El problema consiste en que, en, este momento hist¨®rico, la Corona podr¨¢ ser admitida por una gran zona de espa?oles que la aceptar¨¢n con m¨¢s o menos reservas. Pero exigir¨¢n que la Corona intervenga, y no una vez, sino varias. Varias intervenciones, y todas decisivas, y todas ahora: no s¨®lo en las alternativas de la pol¨ªtica diaria, sino tambi¨¦n en la creaci¨®n del marco constitucional...

Don Juan: S¨ª, verdaderamente se va a pedir mucho.

Cela: Y todo en un plazo de tiempo limitado.

Ortega: As¨ª es, y yo, que he defendido a la Monarqu¨ªa como ¨²nica alternativa democr¨¢tica viable, comprendo que es as¨ª. Y pie preocupa que el tiempo, en definitiva, juegue contra la Corona.

Zamora: El problema consiste en que salimos de una etapa en que el tiempo pol¨ªtico era m¨¢s dilatado que el tiempo real. Ahora sucede exactamente lo contrario, y eso tampoco es bueno.

Ortega: Sin embargo, tambi¨¦n ahora vemos c¨®mo una serie de construcciones que eran puro artificio se deshacen solas. Son como edificios de cart¨®n despu¨¦s de un d¨ªa de lluvia. No eran, ya se ha visto, sino emanaci¨®n del poder.

Cela: De un poder determinado, que no existe ya.

Ortega: Ahora viene la toma de tierra, la realidad y el fin del encantamiento.. Yo he visto algunos enfermos en esta situaci¨®n: el choque es demasiado fuerte y surge la neurosis.

Las posibilidades de la Monarqu¨ªa

Cela: Por eso, se?or, yo pienso que la Monarqu¨ªa tiene una misi¨®n doble: la superaci¨®n de los viejos enfrentamientos y la devoluci¨®n del pa¨ªs oficial a la realidad. Es algo as¨ª como si se promulgara un decreto e texto tan breve como ¨¦ste: Se acabaron los sue?os.

Don Juan: S¨ª, yo creo que la Monarqu¨ªa ha de impulsar la transformaci¨®n profunda de la sociedad espa?ola. Por encima de los intereses del inmovilismo. M¨¢s all¨¢ de las reformas superficiales. M¨¢s all¨¢, tambi¨¦n, de quienes suponen, ut¨®picamente, que se puede empezar desde cero. El mayor valor que puede ofrecer la Monarqu¨ªa es el de la autenticidad.

Cela: Bueno, esto ya no es el terreno de los principios. Vuestra Majestad acaba de hacer una precisi¨®n en el plano de las realidades.

Don Juan: Hombre, yo creo que el planteamiento est¨¢ bastante claro, ?no? Pero me temo que si seguimos por este camino vamos a pasar la tarde hablando de pol¨ªtica, y esto no era lo pactado...

EL PAIS: Una ¨²ltima pregunta, se?or, si nos permite el inevitable estilo d¨¦ los reporteros norteamericanos: ?cu¨¢l es su balance personal? ?cu¨¢l es su mayor satisfacci¨®n? ?siente alguna frustraci¨®n?

Don Juan: No, no siento ninguna frustraci¨®n, aunque, s¨ª a veces, una cierta melancol¨ªa. He visto muchas cosas a lo largo de los a?os. He podido conocer versiones extraordinarias y muy distintas del ser humano. No siento ninguna satisfacci¨®n especial hacia m¨ª mismo. Pero a estas alturas de la vida tengo la vaga sensaci¨®n de haber cumplido con mi conciencia. Como casi toda la gente de mar, duermo pocas horas, pero con bastante tranquilidad interior.

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