Lleg¨® la sequ¨ªa
Par¨ªs (ALA). Un verano de fuego reseca el noroeste de Europa. Desde Alemania hasta Escocia las lluvias han desaparecido, los r¨ªos bajan de nivel, los campos amarillean y muchas cosechas se pierden. La prensa recuerda que esto no se ve¨ªa desde hace 50 o 100 a?os. Temperaturas t¨®rridas de 36 y m¨¢s grados cent¨ªgrados azotan las grandes ciudades. Par¨ªs languidece bajo una implacable bocanada de horno. Las fuentes p¨²blicas se han convertido en piscinas y los parques en refugio de una muchedumbre que, mira con desesperanza un cielo de inalterable y quemante transparencia azul.Los especialistas en esa especie de ¨²ltima ciencia m¨¢gica que nos queda, que es la meteorolog¨ªa, dan una explicaci¨®n que explica todo. Todo parece que se inicia en diciembre de 1975 cuando un anticicl¨®n, o sea grandes masas de aire de alta presi¨®n, provenientes del Sahara, se instalan de una manera tenaz entre Aleman¨ªa y Gran Breta?a.Desde entonces, con una extraordinaria regularidad, se han estado moviendo en un vaiv¨¦n sin t¨¦rmino entre esos dos extremos. Esto explica la raz¨®n por la que toda la regi¨®n cubierta ha recibido menos de la mitad de las precipitaciones pluviales que han debido caer en el per¨ªodo y por qu¨¦ se han mantenido las altas temperaturas inusitadas. Explican hasta all¨ª pero no m¨¢s all¨¢. Habr¨ªa que saber por qu¨¦ esa masa de aire de altas presiones se estabiliza inexplicablemente castigando toda una vasta regi¨®n y modificando de ra¨ªz, por un largo tiempo, su clima.
No han faltado quienes se lanzan a hablar, con bastante ligereza, de que estos raros fen¨®menos clim¨¢ticos significan el comienzo de una nueva edad glacial para el planeta. Ser¨ªan la se?al de que un inmenso proceso de cambio de las condiciones de vida del globo ha iniciado una mutaci¨®n de proporciones imprevisibles y seguramente catastr¨®ficas. Se evoca la visi¨®n perdida en la memoria de los tiempos de un mundo cubierto de hielo donde el espacio de la vida se reduce. Estas imaginaciones de ciencia ficci¨®n no parecen tener mucho asidero serio- Desde hace por lo menos dos millones de a?os los per¨ªodos glaciales e interglaciales se han sucedido con un ritmo aproximado de 100.000 a?os. El actual per¨ªodo interglacial en el que estamos no tiene m¨¢s de 10.000 ,a?os. Esto significa que, por lo menos en este aspecto, los hombres de hoy disponemos de tiempo para prepararnos.
Disponemos de tiempo, pero no de medios. Es poco todav¨ªa lo que se sabe sobre la meteorolog¨ªa y los climas. Si se compara con lo que se ha logrado en otros dominios cient¨ªficos es escandalosamente desproporcionado. El hombre ha alcanzado la fisi¨®n y la fusi¨®n del ¨¢tomo, ha llegado a penetrar los procesos b¨¢sicos de la producci¨®n de la vida, pero sabe muy poco sobre el tiempo. Casi tan poco Como nuestros remotos abuelos que confiaban, en se?ales y anuncios que, en gran parte, formaban parte del folklore o de la magia.
Con motivo de esta alarmante e imprevista sequ¨ªa lo acaba de reconocer la m¨¢s alta autoridad mundial en la materia, la Organizaci¨®n Meteorol¨®gica Mundial (OMM), en una publicaci¨®n oficial. La declaraci¨®n se?ala que, adem¨¢s de los cambios clim¨¢ticos de plazo corto que ocurren en la actualidad, es posible que est¨¦ ocurriendo uno de mayor alcance y extensi¨®n, pero desgraciadamente no ha habido hasta ahora manera de estudiarlo. Y a?ade que ?en el estado actual de nuestros conocimientos del comportamiento de la atm¨®sfera no es posible evaluar con precisi¨®n la amplitud de estos cambios?. Es una desconsoladora conclusi¨®n. Para todo lo esencial de la vida, en lo. econ¨®mico y en lo social, para el bienestar fundamental del ser humano, seguimos dependiendo fundamentalmente del clima. Los ¨²ltimos a?os han dado dram¨¢ticas lecciones al respecto. Hemos visto subir escandalosamente el costo de la vida y padecer verdaderas hambrunas grandes porciones de la humanidad, por que algunas zonas primordiales de producci¨®n agr¨ªcola fueron afecta das por sequ¨ªas mal previstas.
Hemos ido hasta la Luna y ma?ana llegaremos a Marte, somos capaces de fabricar esas peque?as estrellas de destrucci¨®n y muerte que son las bombas nucleares pero, frente al clima, su conocimiento y su previsi¨®n hemos adelantado muy poco. Cuando uno mira, en las ilustraciones de los peri¨®dicos, la imagen de esos agricultores desconsolados que recogen en las manos pu?ados de polvo del suelo calcinado por la can¨ªcula y que miran al cielo sin nubes como si toda humedad hubiera desaparecido, piensa que no es muy distinta su actitud de la que debieron tener frente a las sequ¨ªas de su ¨¦poca los campesinos sumerios. Hay mucha distancia de la azada que aqu¨¦l usaba a nuestras flamantes maquinarias agr¨ªcolas, pero nuestra indefensi¨®n ante el clima, sigue siendo casi la misma.
Entre tanto el vaho de horno se queda sobre Par¨ªs como si lo transportara mal¨¦volamente de los jardines del Sena al m¨¢s ardiente Sahara.
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