Los ciclos en la m¨²sica "pop"
Ninguna de las ramas del mundo del espect¨¢culo se encuentran en un estado de expectativa como el mundo del disco. El cine, la televisi¨®n y la radio gozan de una estabilizaci¨®n a nivel internacional en el sentido de que no es presumible ning¨²n fen¨®meno que conmueva sus cimientos y que les marque nuevos caminos, al menos en los inmediatos meses o a?os. No ocurre as¨ª con el disco, que desde hace m¨¢s de treinta a?os viene cumpliendo unos ciclos claros en lo que es la m¨²sica que dio lugar al rock, el rock y sus derivados en las diversas corrientes.La primera se?al del bautista discogr¨¢fico que anuncia la llegada del ¨ªdolo es la fecha. Los mediados de las decenas, desde hace un par de ellas, han sido el tiempo en que un fen¨®meno musical ha conmovido la juventud del mundo, quiz¨¢s coincidiendo, pues, con el relevo de generaciones. Casi podr¨ªamos decir que hay impaciencia, porque en en esta decena de los setenta el ¨ªdolo viene con retraso. Recordemos que antes de finales del 56 ya Elvis Presley hab¨ªa conseguido sus primeros seis discos de oro y hab¨ªa hecho su primera pel¨ªcula Love me tender, motivada, evidentemente, por ese ¨¦xito. En el mes de septiembre de ese mismo a?o la RCA V¨ªctor super¨® todos los r¨¦cords anteriores, lanzando simultaneamente al mercado siete discos singles de Elvis, y en las listas norteamericanas se coloc¨® permanentemente en el n¨²mero uno de ventas, desde agosto hasta diciembre. En este mes de agosto de 1976 no podemos decir que ning¨²n m¨²sico mundial pueda acercarse, ni de lejos, al impacto que hace 20 a?os estaba produciendo Presley.
Nueve a?os m¨¢s tarde, Il feel fine era el octavo ¨¦xito consecutivo de los Beatles en las listas americanas y en el mundo, porque ya hab¨ªan actuado en Australia, Europa y Am¨¦rica, y hab¨ªan hecho su primera pel¨ªcula, Qu¨¦ noche la de aquel d¨ªa, dirigida por Richard Lester. Por su parte Bob Dylan entend¨ªa perfectamente el fen¨®meno y cantaba Los tiempos est¨¢n cambiando. Y ya el a?o anterior, desde febrero hasta julio, encabezaron las listas americanas cada semana.
La verdad es que, ya pasada esta mitad de los a?os setenta, no es lo posible encontrar un fen¨®meno paralelo al que produjeron Beatles y Presley. A Bowie, con su carga espectacular y discogr¨¢fica, que es el ¨²nico cercano, aunque a¨²n a mucha distancia de ellos, le falta universalidad y una aut¨¦ntica fijaci¨®n a toda su generaci¨®n. El, en realidad, pertenece a otros tiempos. Es viejo, como resultan viejos los Rolling en este sentido, puesto que el tap¨®n Beatles les impidi¨® mostrarse a pleno gas en sus momentos m¨¢s entusiastas. Y la ver dad es que, hoy por hoy, los grandes brujos del rock han llegado hasta donde ten¨ªan que llegar. La mayor¨ªa son millonarios exc¨¦ntricos con los que ning¨²n joven de los setenta puede identificarse si no es porque, ?a falta de pan, buenas son tortas?. Marvin Gaye y Stevie Winwood, genios de la m¨²sica negra, est¨¢n cada vez m¨¢s encerrados en sus sofisticadas f¨®rmulas, que representan a una sociedad negra cada vez m¨¢s castrada en esta creatividad conforme va adapt¨¢ndose sin rigor a las migajas del american a way of life. Desde otro punto de vista, Pink Floyd y tantos de sus a seguidores andan empe?ados en la misma lucha que los compositores cl¨¢sicos de nuestro tiempo: la de no repetir f¨®rmulas anteriores. Y por ello mismo est¨¢n encerrados en la tela de ara?a de la vanguardia, tan positiva como est¨¦ril, en la b¨²squeda de presupuestos mayoritarios. The Who y Elton John ya est¨¢n cansados del ¨¦xito y no pueden arrancar. Rick Wakeman y otros, por los mismos terrenos que Pink Floyd, se quedan m¨¢s atr¨¢s al pretender complacer a los m¨²sicos cl¨¢sicos, de qualit¨¦, pero de generaciones anteriores, como si se excusaran o pidieran perd¨®n por el rock que los movi¨®. Bruce Springteen y Patty Smith no dejan de ser la punta de lanza de un movimiento, excesivamente grosero, de idolizaci¨®n por narices, o mejor dicho, por d¨®lares. Ya hemos repetido en estas mismas columnas que esos d¨®lares, en cantidades industriales, pueden producir una gran figura internacional, pero nunca el gu¨ªa de una generaci¨®n musical juvenil.
Los nuevos
S¨ª, est¨¢n todos impacientes, y quiz¨¢s esperen las siguientes se?ales de que algo est¨¢ ocurriendo, pero en este caso, seg¨²n ense?a la historia, es que hay muchos que se resignan a desaparecer, que se han instalado en el negocio de vender a los j¨®venes y no se resignan a quitarse de en medio como no sea por las malas. Si la desgracia sirvi¨® de paso y abono a los Beatles... ?habr¨¢ que esperar semejantes cat¨¢strofes para que llegue el nuevo ¨ªdolo? Porque lo cierto es que John, Paul, George y Ringo se asentaron s¨®lidamente sobre un Elvis con el par¨®n de la mili, y las detenciones y encarcelamientos de Chuck Berry y Jerry Lee Lewis; o lo que es m¨¢s triste, sobre las desapariciones tr¨¢gicas de Buddy Holly y Eddie Cochran y las abiertas heridas de Carl Perkins o Gene Vincent.Habr¨¢ que recordar que, tras ellos, una nueva generaci¨®n tambi¨¦n pag¨® el tributo de los elegidos, porque as¨ª se puede considerar la ausencia de Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison. Pero esto no parece ser suficiente y la tabla rasa de los grandes creadores de los sesenta todav¨ªa no ha sido completada. Don Mac Lean parece haber tenido una bella intuici¨®n con The day the music died ("El d¨ªa en que la m¨²sica muri¨®"). Quiz¨¢s el p¨²blico monstruoso del espect¨¢culo exija nuevas v¨ªctimas, como tan bien ha sabido expresarlo el director brit¨¢nico John Schlesinger en su cinta The day of the lockust.
Sin teorizar, y sin exagerar, lo cierto es lo que dec¨ªamos al principio. Ya hay impaciencia y nervios en los grandes capitostes del disco, porque la rentabilidad no est¨¢ en vender muchos discos de muchos artistas, sino much¨ªsimos de uno solo. Y, salga el que salga, ya sabemos que engrosar¨¢ el cat¨¢logo de alguna de las cuatro grandes (CBS, EMI, RCA o el complejo Philips-Polydor). Para algo sus tent¨¢culos son multinacionales. Mientras llega Tommy soportemos con cristiana resignaci¨®n, meditaci¨®n trascendental o fatalismo la oleada de promociones especiales que, a base de millones, intentar¨¢n convencernos de lo que es imposible: que toda una nueva l¨ªnea creativa, toda una m¨²sica para el final de los sesenta y principio de los setenta puede ser producida amontonando billetes verdes o por la santa voluntad de esos jefazos que, por otra parte, mandan y controlan todo lo dem¨¢s en este mundo del rock.
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