La gran diana fallida
La diana elegida por Ana Diosdado para blanco de su quinta obra teatral es tan alta, osada y apasionante, que no puede haber ninguna reserva: Y de Cachemira, chales est¨¢ muy por encima, en cuanto a pretensiones del teatro al uso. Se trata nada menos que de esto: un estudio dram¨¢tico, de muy fuerte intensidad, sobre el comportamiento profundo de los seres humanos, supervivientes de una cat¨¢strofe at¨®mica, en el revelador instante en que deben adoptar decisiones de futuro sin haberse acomodado a¨²n, naturalmente, ni al pasado ni al futuro. Hay, pues, un ¨¢mbito clausurado sartriano, apto para el an¨¢lisis existencial. Hay cuatro personajes que, como en los viejos y maravillosos autos sacramentales, ni son solamente ideas ni llegan a ser entes humanos de Circulaci¨®n natural, y que est¨¢n en el deber de asumir, por representaci¨®n, puras y descarnadas notas esenciales del vivir humano. Hay un ?suspense?, que s¨ª se individualiza, sobre el valor de la esperanza. Hay una fricci¨®n entre esos personajes que tiende a obligarnos a una valoraci¨®n de sus respectivas fuerzas que son, en definitiva, nada menos que las que se enfrentan en la dial¨¦ctica de la creaci¨®n del mundo. Hay una estructura metaf¨ªsica, radical, cuya fascinante simbolog¨ªa est¨¢ muy por encima de la ?ciencia ficci¨®n? de simples prospecciones t¨¦cnicas. (S¨®lo Malevil o s¨®lo a Arthur Miller habr¨ªa que recordar aqu¨ª.) Hay una denuncia de las tangibles amenazas a su propia supervivenc¨ªa que ha elaborado nuestra civilizaci¨®n. Hay un poderoso deseo de entender las luchas universales. Hay una petici¨®n de coraje.Y, con todo eso, nada menos que con todo eso, hay que decir que la obra no es buena. Hay que decirlo con ins¨®lita tristeza. Quien elige esa diana est¨¢ demostrando seriedad, ambici¨®n, sentido hist¨®rico, vocaci¨®n teatral. Pero, claro est¨¢, hay que acertar a dar en la diana. Es lo que no hace Ana Diosdado. Le falta coherencia filos¨®fica y potencia, po¨¦tica. La malicia teatral ha hecho creer a la autora que necesitaba manejar peque?as subintrigas para sostener el inter¨¦s, con lo cual, fatalmente, el necesario rigor de un an¨¢lisis de este tonelaje deja paso a una gran arbitrariedad de banal peripecia polic¨ªaca. Y, en cambio, los ?signos? de la abstracci¨®n carecen de lenguaje apto -de lenguaje po¨¦tico, por supuesto-, ¨²nico capaz de concretarlos como sab¨ªa muy bien, por ejemplo, don Pedro Calder¨®n de la Barca.
Y de Cachemira, chales,
de Ana Diosdado,. Directora: Ana Diosdado. Escenograf¨ªa: Antonio Cort¨¦s. Iluminaci¨®n: F¨¦rnando Arribas. Int¨¦rpretes: Sandra Sutherland, Narciso Ib¨¢?ez Menta, Nicol¨¢s Due?as y Jaime Blanch.Teatro Valle Incl¨¢n.
A m¨ª me duele much¨ªsimo este gran fallo. Con un texto de menos pretensi¨®n, con un tema m¨¢s modesto, no andar¨ªa como ando, tantas horas despu¨¦s de haber visto Y de Cachemira, chales, d¨¢ndole vueltas y m¨¢s vueltas a Juan, a Espe, a Dani, y a Biel, al almac¨¦n hundido, al exterior misterioso, al incendio que forzar¨¢ la decisi¨®n de los supervivientes, a las expresiones, los s¨ªmbolos y las veladuras de esta obra. La representaci¨®n me dej¨® terminante e inequ¨ªvocamente insatisfecho, aunque su recuerdo me desazona. Pero no hay soluci¨®n. La comedia no es buena. Es imposible hacer, con este tema, una obra ?discreta?. No hay neutralidad frente al planteamiento de Ana Diosdado. No puede haber indiferencia frente a su proposici¨®n. Por eso, el balance cr¨ªtico tiene que mezclar a partes iguales un profundo respeto y una seria irritaci¨®n.
El espacio esc¨¦nico, dise?ado por Antonio Cort¨¦s, era una bella abstracci¨®n, muy bien iluminada. Los campos de expresi¨®n apoyaron en todo momento el simbolismo permanente. Como la direcci¨®n de la propia autora no puede dudarse de que las alteraciones r¨ªtmicas del texto -muy graves- fueron percibidas y relativamente diluidas por una marcaci¨®n de actores que, en cierta forma, tend¨ªa a eliminarlas. En ese sentido fue impecable y soberbio el tenso esfuerzo de Ib¨¢?ez Menta. Blanch y Due?as, con menos recursos, fueron muy honestos y sirvieron a fondo lo que se les ped¨ªa. M¨¢s ?servido? estaba el papel a que prest¨® su encanto Sandra Sutherland.
?Qu¨¦ l¨¢stima! Una comedia sin clis¨¦s sociopol¨ªticos, sin golpetazos er¨®ticos, sin floklore, sin estampidos verbales, sin lugares comunes, se cae precisamente por su alto empe?o. Hay veces en que uno piensa que s¨®lo pueden escribir teatro, gran teatro, los poetas.
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