"Secreto a voces", por Zaj
Sin muchas esperanzas en nuestros modernos se habr¨¢n vuelto los ZAJ para Mil¨¢n, tras su Secreto a voces en la galer¨ªa Juana Mord¨®. ?M¨¢s no que el no? como le llamaba John Cage, Zaj desde su creaci¨®n en 1964 por Juan Hidalgo y Walter Marchetti, a quienes en distintos momentos estuvieron vinculadas gentes tan diversas como Ram¨®n Barce, Tom¨¢s Marco, Millares, Jos¨¦ Luis Castillejo, etc¨¦tera, ha representado una de las pocas tentativas coherentes de nuestra vanguardia. Ni m¨²sica, ni ?artes pl¨¢sticas?, ni mucho menos teatro; tampoco happening ni event: en un concierto Zaj apenas ocurre nada, no hay que ?explicar? ni ?interpretar? nada.Juan Hidalgo, Ester Ferrer y Walter Marchetti sentados de derecha a izquierda. Reloj en mano y con su aire imperturbable de costumbre, Juan le cuenta (o hace que le cuenta) una historia a Ester, la cual escucha con inveros¨ªmil atenci¨®n. Tras largos minutos en esta casi total inmovilidad del cuerpo, la acci¨®n se traslada, variando no su objeto (el relato) sino los sujetos. Walter, que hasta ese momento hab¨ªa estado abstra¨ªdo es ahora requerido por Ester como ella lo hab¨ªa sido por Juan. Durante toda esta nueva acci¨®n, suenan fragmentos a todo volumen de Adversus, composici¨®n de Walter Marchetti en la que se utiliza como sonido las emisiones de par¨¢sitos con que los poderes de Estado acallan (en el Oeste como en el Este) la voz de las emisoras clandestinas. Se alternan ruido y silencioso paso de la cinta virgen. Juego fasciante de la movilidad y la inmovilidad; ¨¢mbito de silencio y ruido que incorpora como objet trouv¨¦ silencio y ruido de los espectadores; l¨®gica intersubjetiva de gestos, miradas y tiempos de no acci¨®n.
Muy pronto iba a empezar la seudoparticipaci¨®n, a cargo de un grupo cuya pretendida imaginaci¨®n libertaria no pod¨ªa provenir (ellos mismos nos lo confirmaron) m¨¢s que de Bellas Artes. Hasta tal punto la miser¨ªa del medio estudiantil no pierde ocasi¨®n de revelarse a trav¨¦s de sus representantes m¨¢s cualificados en ignorancia. Para ellos, alterar el concierto Zaj era por lo visto el colmo del revolucionarismo. Brillando por su ausencia, en estos espont¨¢neos, la imaginaci¨®n, vinieron a sustiuir a los buenos burgueses epatados de anta?o; adversarios de Adversus, o int¨¦rpretes equivocados de una teor¨ªa de la participaci¨®n, su verdad a voces (y la de algunos galeristas, escritores y fot¨®grafos de sobra conocidos en nuestro mundillo que con su burla o su exhibicionismo no lograron alterar la presencia serena y radical de ZAJ) fue incapacidad para sacar adelante otra cosa que un pataleo, que si rizaba alg¨²n rizo era el de su propia sintomalidad como figuras de una descomposici¨®n.
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