Los cristianos y la pol¨ªtica
La historia de las relaciones entre la religi¨®n y la pol¨ªtica es larga, confusa y con frecuencia deprimente. Ambas convergen en la vida del hombre. y no es f¨¢cil se pararlas. Pero si se quiere alguna claridad para el presente, conviene reducir el tema a aquellas ¨¦pocas -cercanas, si se mira bien- en que ha habido pol¨ªtica como un tema general. como una ocupaci¨®n de todos los hombres (o, si no, como una privaci¨®n). M¨¢s o menos, desde la Revoluci¨®n francesa, cuando se intent¨® so meter a los eclesi¨¢sticos a jurar la ?constituci¨®n civil del clero? y esto los dividi¨® en los asserment¨¦s o ?juramentados? y los ?refractarios?, fieles a la obediencia a Roma. Poco despu¨¦s se invent¨® aquella lamentable ?alianza del trono y el altar?, que hab¨ªa de tener tan largas consecuencias, y de la que se encuentra una temprana muestra en las palabras del an¨®nimo denunciante de Jovellanos, en 1800, que hace mucho tiempo cit¨¦ en Los espa?oles: acusa a los que: ?asestan sus tiros contra la cabeza de la Iglesia procur¨¢ndola destruir. haciendo rid¨ªculo de lo m¨¢s sagrado de nuestra religi¨®n cat¨®lica, y concluyen echando por tierra y hollando los tronos, los cetros y las coronas, porque conocen que unidas las dos potestades, son, absolutamente invencibles; mas separadas, ni una ni otra puede resistirles?. Esa alianza, a decir verdad no muy santa, ha llevado a muy tristes consecuencias, y no ser¨¢ a espa?oles a quienes sea menester record¨¢rselo. Y su ejemplo ha estimulado otras alianzas en que los poderes p¨²blicos o las fuerzas pol¨ªticas buscan el apoyo o la fuerza persuasiva de la Iglesia, y ¨¦sta puede caer en la tentaci¨®n de buscar un ?seguro? para un futuro dudoso. Naturalmente, las cosas no se presentan, nunca con toda su crudeza: ha habido y siempre habr¨¢ ?justificaciones?: es notoria la propensi¨®n irreligiosa o antirreligiosa que han tenido muchos movimientos pol¨ªticos contra las estructuras y fuerzas tradicionales. y la ?defensa de la religi¨®n? era el pabell¨®n que pod¨ªa cubrir todos los reaccionarismos, aun los m¨¢s opresivos; no es menos evidente que la pretensi¨®n de defender a los pobres y a los oprimidos suscita fuertes resonancias evang¨¦licas, aunque a la vez se destruya el n¨²cleo mismo del mensaje evang¨¦lico.Para un cristiano, la utilizaci¨®n de la Iglesia o, con mayor motivo, de la religi¨®n como tal para fines ajenos es inaceptable. Pero esto no quiere decir que ese mismo cristiano no se encuentre en la necesidad de saber a qu¨¦ atenerse en cuestiones pol¨ªticas, y es falso que su cristianismo nada tenga que hacer en ello. Este es el delicado problema que hoy tenemos planteado en todo el mundo.
En todo, es cierto, pero de muy diversas maneras. Acabo de leer con vivo inter¨¦s una nota pastoral publicada por los obispos del Sur (Andaluc¨ªa y Canarias). Se ha informado de ella con gran desigualdad, desde el texto completo hasta una m¨ªnima y arbitraria selecci¨®n de p¨¢rrafos fuera de contexto. Empieza el documento con estas palabras: ?Ante la multiplicidad de opciones pol¨ªticas que solicitan la adhesi¨®n de los ciudadanos, son muchos los fieles que nos piden una orientaci¨®n moral. Creemos que es nuestro deber pastoral iluminar la conciencia de los cat¨®licos desde el Evangelio para que adopten una decisi¨®n libre y responsable.?
Nada menos ?intemporal?. Los obispos andaluces hablan ?ante la multiplicidad de opciones pol¨ªticas que solicitan la adhesi¨®n de los ciudadanos?. ?En cu¨¢ntos pa¨ªses -y en qu¨¦ fechas se pueden o han podido escribir palabras semejantes? En Espa?a, durante cuarenta a?os, por supuesto, no. Y hoy, ?acaso en Chile. o en Cuba, o en el Per¨², o en Polonia, Hungr¨ªa, Checoslovaquia, Rumania, la Uni¨®n Sovi¨¦tica, o en ninguna de las dos Coreas, o en Vietnam, o en los pa¨ªses ¨¢rabes. o en casi ninguna parte de Africa? Y casi lo mismo podr¨ªa decirse, con alguna atenuaci¨®n, de otra enorme porci¨®n del mundo. Los obispos fechan su texto: ?Adviento 1976?. En Espa?a, donde escriben, se trata de otro advenimiento menor, con modesta min¨²scula. pero bastante excepcional: el de las opciones pol¨ªticas, el de la posibilidad y la necesidad de elegir, frente al uso generalizado de que todo est¨¦ ya elegido por los dem¨¢s.
Lo m¨¢s interesante de esta pastoral andaluza es que es religiosa. Los obispos han hablado a hombres civiles, a ciudadanos que tienen deberes y parece que van a tener derechos -y el deber de usarlos-; pero no pierden de vista que sobre quienes tiene autoridad espiritual es sobre los cat¨®licos, y precisamente en cuanto lo son. Por eso, tras una introducci¨®n en que apelan a la responsabilidad pol¨ªtica, el realismo y sentido cr¨ªtico y el respeto a los discrepantes -todo ello temporal y v¨¢lido para hombres civilizados sin m¨¢s distinciones-. consideran desde el cristianismo las exigencias absolutas de cualquier opci¨®n pol¨ªtica: la libertad. la justicia, la moralidad. (Los obispos dicen: ? El valor libertad ?. ?el valor justicia? y ?el valor moralidad?. y no estoy muy seguro de que estas expresiones sean las mejores; lo mismo que cuando dicen que los fieles piden ?orientaci¨®n moral ?. Esto lo pueden dar muchos hombres, creo que a los obispos hay que pedirles ?orientaci¨®n religiosa, aunque no desde?en los valores lo que primariamente deben buscar es la salvaci¨®n de los hombres. Para ello hace falta que la pol¨ªtica de los cristianos tenga libertad, justicia y moralidad; la pol¨ªtica de los cristianos y no la ?pol¨ªtica cristiana?, porque esto no existe.)
Y los obispos andaluces piden que la cosa no se quede en palabras y proclamaciones, sino que llegue a las obras. ?Lo que importa no es lo que se dice, sino lo que se hace?, escriben. Yo creo que tambi¨¦n importa lo que se dice, porque decir es una de las m¨¢s importantes cosas que los hombres hacen, pero la intenci¨®n es clara y justa.
No hay una pol¨ªtica cristiana, porque los cristianos pueden tener muchas y muy diversas; lo que hay ciertamente es pol¨ªticas -demasiadas- que no pueden ser cristianas; aquellas que destruyen o pretenden destruir aquello en que consiste el hombre para un cristiano, y por su puesto su vida sobre la tierra. Si se despoja al hombre de su libertad pol¨ªtica y social; si se niega su libertad personal, si se reduce su horizonte al de este mundo y se lo despoja de su esperanza en una vida perdurable. dej¨¢ndolo abandonado a la radical desesperaci¨®n de la adversidad, la mutilaci¨®n, la enfermedad, la vejez o la muerte sin otra alternativa; si se lo utiliza y explota como un medio; si se lo priva de sus derechos en este mundo, remiti¨¦ndolo hip¨®critamente al otro: si se disminuye la producci¨®n por cualquier motivo, condenando a los dem¨¢s a la pobreza innecesaria: si se desprecia la voluntad de los hombres y no se cuenta con ella ni se tolera su expresi¨®n, si no se siente la responsabilidad por el destino de los dem¨¢s, se ha abandonado radicalmente la condici¨®n cristiana y no se la puede invocar con ning¨²n pretexto (porque pretexto hay siempre para todo).
No es muy brillante la historia de la Iglesia -o, si se prefiere de los eclesi¨¢sticos- en sus relaciones con la libertad. Nominalmente ha aceptado con demasiada facilidad la existencia de formas pol¨ªticas y sociales que faltaban a la justicia, pero de hecho ha paliado la injusticia dominante en muchas ocasiones. Frente a la libertad, las cosas han sido peores, porque despu¨¦s de una proclamaci¨®n de la libertad ?esencial? del hombre. poco se ha hecho para defenderla, asegurarla, reclamarla. Hoy, que las cosas est¨¢n cambiando tanto y tan de prisa, la reivindicaci¨®n de la justicia, causa de innumerables m¨¢s para aceptar la falta de libertad o al menos olvidarla. sin querer advertir que la privaci¨®n de libertad es la m¨¢s profunda injusticia, causa de innumerables m¨¢s.
Tengo esperanza de que en el ¨²ltimo cuarto de este siglo la Iglesia tome posesi¨®n plena y sin restricciones de esa porci¨®n nuclear del cristianismo y comprenda que es simplemente irrenunciable.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.