El hombre que corre
Este hombre que se entrena para un futuro y doble marathon: ¨¦l debe vencer con el esfuerzo de sus m¨²sculos y el otro m¨¢s complejo de ,sus propias convicciones, es un jud¨ªo americano, hijo de un profesor perseguido en tiempos de McCarty hasta llevarle al suicidio. De sus dos hijos, el que interpreta Dustin Hoffman dedica sus esfuerzos y sus estudios a reivindicar su memoria. El otro, el mayor, forma parte de una de las agencias ya habituales en el cine de hoy, dedicadas a resolver asuntos sucios vedados a las polic¨ªas de los pa¨ªses respectivos.William Goldman, a lo largo de un gui¨®n basado en una novela propia destinada m¨¢s al gran p¨²blico que a otro tipo de riesgos literarios, viene a contarnos c¨®mo, si las razones fallan, es mejor recurrir a la fuerza de las armas, moraleja bien conocida y difundida en el cine americano, aunque siempre se justifique al final con la manida mentira de la defensa propia. Si Dustin Hoffman da vida a un antih¨¦roe pasivo, convertido m¨¢s tarde en brazo armado de la justicia. Laurence Oliver encarna a su vez el esp¨ªritu del mal, un nazi perdido en un remoto pa¨ªs de Hispanoamerica, salido de su retiro tropical a fin de rescatar sus bienes en peligro por la ambici¨®n de sus intermediarios.
Marathon man
Gui¨®n de William Goldman, basado en la novela propia del mismo t¨ªtulo. Fotograf¨ªa de Conrad Hall. Int¨¦rpretes, Dustin Hoffman, Laurence Oliver. Color. Aventuras. EE. UU. 1976. Local de estreno: Cine Palafox.
As¨ª, sobre estos dos personajes opuestos y a la vez complementarios y alguna buena dosis de alusiones y simbolismos, se desarrolla la aventura, montada con habilidad, medida, cronometrada se dir¨ªa, en la que situaciones y secuencias, unas veces sorprenden y en ocasiones emocionan aunque a la postre, a medida que la historia avanza, su grado de credibilidad vaya cediendo sacrificado a lo espectacular o a lo esquem¨¢tico.
Todos cuantos elementos pueden ser ¨²tiles a tal fin se amontonan implacables, desde cierto tipo de costumbrismo que enriquece el arranque de la pel¨ªcula, con la disputa de los dos conductores, hasta el sadismo calculado del tormento con el torno del dentista, el doble juego de los agentes especiales o los viejos criminales de guerra, m¨¢s o menos perversos, y a¨²n sedientos de diamantes, con cuchillos escondidos en las mangas del traje. Lo que en un principio parec¨ªa un planteamiento m¨¢s o menos riguroso, an¨¢lisis en profundidad de una cuesti¨®n pol¨ªtica y humana, acabar¨¢ al final en pelea de mu?ecos con un duelo cl¨¢sico que por lo ins¨®lito resulta acostumbrado.
John-Schlesinger ha realizado con buen pulso este filme. Conocedor de los recursos de tal tipo de cine, su mano se nota en la forma brillante con que envuelve la historia, este relato negro disfrazado de alegato pol¨ªtico, gracias a algunos leves toques superficiales. Su buen hacer aparece, tambi¨¦n, en la direcci¨®n de actores, aunque los dos monstruos. sagrados aludidos antes se persiguen y enfrentan seg¨²n sus estilos opuestos y habituales.
Cuando el hijo menor, del profesor perseguido arroja al agua la pistola de su padre tras la acostumbrada hecatombe general de agentes amigos y enemigos, viene a ser como si en esa corriente misma se lavara las manos, como si la vida, a su vez volviera a su cauce. Lo cual, evidentemente, es poco veros¨ªmil, tal como sucede con esta aventura en general por muy bien realizada que est¨¦, arropada por uno de esos repartos que suelen movilizar para tales historias los grandes mercados del filme americano.
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