El boxeador y el ¨¢rbitro de f¨²tbol, personajes insustituibles
El a?o nos ha brindado varios sucesos deportivos verdaderamente notables. Por ejemplo, el de que los boxeadores mexicanos hayan amenazado a sus promotores con el paro y los ¨¢rbitros belgas de f¨²tbol a los hinchas con la dimisi¨®n. Unos han pedido m¨¢s dinero, y los otros, m¨¢s seguridad.Nos encontramos as¨ª con que los profesionales de la agresi¨®n se niegan a atacar, y los vapuleados jueces de negro se oponen a ser agredidos. ?Nos hallamos ante la rebeli¨®n de los esclavos? Con su existencia, los boxeadores hab¨ªan reforzado el argumento de los psic¨®logos seg¨²n el cual llevamos dentro un demonio llamado agresividad. El cambio de golpes de los boxeadores pod¨ªa ser una escenificaci¨®n del cambio de palabras que solemos aceptar diariamente por cualquier motivo. Descend¨ªamos del cavern¨ªcola. estaba claro.
Pero, ?y el problema de los arbitros? Hasta ahora era el blanco perfecto de todos los agresores a distancia que quisieran probar los dos m¨¦todos m¨¢s sencillos que se conocen: insultar y arrojar una botella de naranjada sint¨¦tica. Y, naturalmente, tambi¨¦n apoyaban la teor¨ªa de que no proced¨ªamos del mono, sino del cafre.
Si se marcharan p¨²giles y ¨¢rbitros de f¨²tbol, el deporte perder¨ªa a dos de los tipos humanos m¨¢s ins¨®litos que existen: los que se golpean por dinero (mejor que ?ins¨®litos? deber¨ªa decirse ?comunes? y los que se dejan golpear gratuitamente. Aquellos ped¨ªan en M¨¦xico un aumento de sueldo, ¨¦stos solicitaban en B¨¦lgica una disminuci¨®n del castigo. Al cabo del tiempo. unos han negado el derecho a que alguien pueda enriquecerse con el dolor del vecino, y los otros han pedido que se suprima la costumbre de que un c¨®rner mal se?alado valga, discrecionalmente, un insulto o un botellazo.
Ser¨ªa aleccionador que nos pregunt¨¢ramos qu¨¦ ocurrir¨ªa si hicieran huelga los hombres del deporte que representan la violencia reglamentaria, y los que tienen que silbar a satisfacci¨®n de 50.000 personas cada domingo para salir indemnes.
?Son insustituibles? Habr¨ªa una manera de salir de dudas: hacer una encuesta entre los doscientos millones largos de hinchas de todo el mundo. Preguntarles, respectivamente: ?A que personajes de la pol¨ªtica querr¨ªa usted ver vapulearse sobre un ring?, y ?a qu¨¦ personaje har¨ªa pasear por el c¨¦sped de los estadios Santiago Bernab¨¦u, San Siro de Mil¨¢n o Wembley, con el grader¨ªo repleto y una vez que los hinchas hubieran consumido sus refrescos de naranjada sint¨¦tica?.
Sabr¨ªamos, por fin, qui¨¦nes podr¨ªan sustituir a los boxeadores y los ¨¢rbitros en el coraz¨®n de la hinchada.
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