Un pacto para la democracia
LA REUNION celebrada el pasado martes con asistencia de liberalea democristianos y socialdem¨®cratas es un acontecimiento alentador para todos los que deseen el afianzamiento de la democracia en Espa?a. Ser¨ªa ahora necesario que nuevos pasos siguieran al a dado y que pudieran cristalizar en un pacto electoral.Traa los resultados del refer¨¦ndum los observadores coinciden en pronosticar que la gran mayor¨ªa del pa¨ªs se orienta hacia soluciones moderadas. Si la consulta electoral de la pr¨®xima primavera se realiza con plenas garant¨ªas, los partidos socialistas y las organizaciones comunistas rivalizar¨¢n entre s¨ª para atraerse los votos de la izquierda, si bien la magnitud de este sector se presta a conjeturas, no es pensable creer que tenga mucho m¨¢s de un tercio del electorado. En lo que a los continuistas declarados abiertos se refiere, el naufragio del no en el refer¨¦ndum permite situarlos en su adecuado lugar.
?C¨®mo distribuir¨¢ la aplastante mayor¨ªa que vot¨® s¨ª el 15 de diciembre sus lealtades en las elecciones de la primavera? Todo depende de las propuetas que se le hagan desde las diferentes plataformas electorales. Hasta ahora s¨®lo Alianza Popular, constituida el pasado mes de septiembre, ha presentado su oferta y ha comenzado a venderla. Ciertamente, la peculiar forma de entender la democracia de ese frente electoral neofranquista ha sido espectacularmente puesta de relieve por uno de sus fundadores, el se?or Thomas de Carranza, que no ha dudado en requerir la presencia de la fuerza p¨²blica en un local cerrado para disolver a los delegado del grupo pol¨ªtico que preside; y ha sido m¨¢s discretamente (?) insinuada por la presencia del se?or Fern¨¢ndez de la Mora en la manifestaci¨®n "ultra" de la Plaza de Oriente el 20 de noviembre. Pero tambi¨¦n es verdad que los ex ministros de Franco tratan de regresar al Poder por la puerta principal y no son escasas las ventajas en el moniento de dar la salida. Se hallan familiarizados con los resortes del Poder, figuras son conocidas tras varias d¨¦cadas de monopolio informativo, pueden contar con importantes recursos econ¨®micos, y adem¨¢s, las normas electorales juegan a su favor. La composici¨®n del Senado (representantes iguales por provincias, con independencla de su poblaci¨®n, elegidos por el sistema mayoritario) y los correctivos al sistema proporcional en las elecciones al Congreso significan el triunfo del sufragio desigual, que perjudica a las zonas m¨¢s pobladas e industrializadas del pa¨ªs y beneficia a la Espa?a rural, donde, por a?adidura, las pr¨¢cticas caciquiles y la desinformaci¨®n organizada sientan sus reales. El temor al cambio podr¨ªa ser utilizado para tratar de desplazar hacia la Alianza Popular un n¨²mero considerable de votos, lo mismo que una campa?a propagand¨ªstica que insista en establecer, pese a su falsedad, correlaci¨®n entre el desarrollo econ¨®mico de la d¨¦cada de los sesenta y la gesti¨®n de los tecn¨®cratas del Opus Dei. La Alianza Popular podr¨¢ presentarse en el frente neofranquista con una cl¨¢mide de autoridad que emana del propio dictador muerto y una oferta nacional de orden y trabajo frente a lo que se llama el caos econ¨®mico y ladisgregaci¨®n demoliberal.
Por eso cobran importancia las conversaciones iniciadas el martes por los moderados, la consolidaci¨®n de la democracia en nuestro pa¨ªs exige la alianza de todas las fuerzas pol¨ªticas a las que una el sincero prop¨®sito de someter la gesti¨®n del Estado al control popular y a la participaci¨®n de los ciudadanos y de crear un sistema basado en las libertades p¨²blicas para todos los espa?oles.
Ese parece ser el ¨²nico criterio delimitador del pacto del centro. La confesionalidad de los partidos o de las alianzas ha sido desautorizada por la propia Iglesia: los cat¨®licos pueden y deben convivir con quienes no lo sean o lo sean de distinta forma.
La Alianza Popular y la plosible alianza iniciada el martes representan en definitiva dos opciones bien diferentes. Con alg¨²n riesgo de simplificaci¨®n podr¨ªa resumirse as¨ª: de un lado, la derecha franquista, continuista y anclada en el pasado -con preponderancia de gentes pertertecientes a la generaci¨®n de la guerra e inmediata posterior. De otro, la de quienes rechazan toda prolongaci¨®n del franquisnio y propugnan el modelo de sociedad liberal avanzada que rige en el occidente de Europa. Estamos seguros de que muchos empresarios, profesionales j¨®venes y la gran mayor¨ªa de las clases medias pueden encuadrarse en este frente. Con preponderancia, adem¨¢s, de personas no directamente influidas por el trauma nacional de la guerra civil. Tal vez quienes de este espectro de la derecha democr¨¢tica han permanecido apartados de toda colaboraci¨®n con el franquismo puedan sentir la tentaci¨®n de mantener a todo trance su independencia frente a quienes militaron de un modo u otro en el R¨¦gimen. Ninguna otra cosa favorecer¨ªa m¨¢s a la Alianza Popular, que es la pervivencia de los intereses de la dictadura con disfraz. Pero no se trata s¨®lo de conveniencias t¨¢cticas. Personas que, como los se?ores Areilza y Ruiz-Gim¨¦nez, ocuparon cargos de elevada responsabilidad bajo el franquismo, se alejaron del Poder cuando ¨¦ste se hallaba a¨²n en su declive. Otros -como el se?or Cabanillas- fueron espectacularmente puestos en la calle por su aperturismo. Y la Administraci¨®n fue la salida para los hombres de las siguientes generaciones que -como el se?or Fern¨¢ndez Ord¨®?ez o los j¨®venes funcionarios del grupo "T¨¢cito"- creyeron que la v¨ªa id¨®nea para la democritizaci¨®n del R¨¦gimen era la reforma desde dentro. No hay que olvidar que el franquismo, adem¨¢s de una dictadura, constituy¨® toda una etapa hist¨®rica en la que se produjeron grandes transfomiaciones sociales y econ¨®micas. El R¨¦gimen creo una nueva burgues¨ªa, una nueva clase media, desvinculada emocionalmente de la guerra civil, pero que no conoci¨® otro ¨¢mbito para trabajar y vivir que el propio R¨¦gimen. Es l¨®gico que esa base social se reconozca en los hombres p¨²blicos que compartieron anta?o sus creencias y que ahora coinciden en un mismo prop¨®sito democratizador. Tal vez a los moralistas pueda desagradarles ese fen¨®meno, pero los historiadores reconoceran una ?astucia de la raz¨®n? en el enterramiento de un sistema pol¨ªtico por las fuerzas que ayud¨® a engendrar. Y el aislamiento del neofranquisnio militante -si aceptamos que el franquismo fue una dictadura- es condici¨®n primera para la construcci¨®n de la democracia. Los minidictadores de tantos a?os con Franco no deben pretender seguir si¨¦ndolo sin el general.
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