Adios, Mr. Kissinger
En la trascendental reuni¨®n de Nairobi, en que, celebrando sus primeros treinta a?os, la Unesco se encontr¨® en asamblea general, afirm¨®se que ?En nuestros d¨ªas los teletipos de las grandes agencias noticiosas norteamericanas son, para el imperialismo, lo que las ca?oneras eran en el siglo pasado?.La falsificaci¨®n de los hechos, y hasta el enmascaramiento de la verdadera personalidad de los actores del tablado internacional alcanza ya no s¨®lo a los seres inferiores del Tercer Mundo, sino que hasta ?vende? determinadas im¨¢genes de los propios norteamericanos. As¨ª es tan sugestivo como sospechoso que durante la segunda parte de 1976 se ha hecho aparecer a Mr. James Carter como un simplote provinciano, mientras Henry Kissinger no solamente es pintado como el talento de los talentos, sino, adem¨¢s, como un personaje imprescindible en el escenario internacional.
Se oculta en primer lugar que si Carter ha dicho abiertamente que la pol¨ªtica exterior kissingeriana era inmoral e indecente, no hac¨ªa sino repetir el criterio mayoritario en el pueblo norteamericano, como lo demuestran todas las encuestas de opini¨®n p¨²blica. El asesinato en Washington de Orlando Letelier termin¨® con el mito de Kissinger para millones de norteamericanos, y mucho antes escritores como Rose Styron afirmaban algo tan grave como que ?El entrenamiento y equipamiento y el dinero (que enviamos al Gobierno del Uruguay -N. del A.-) nos transforma en responsables de una planificada violaci¨®n de los derechos humanos?.
Si Carter se equivoca, lo hace en la mejor compa?¨ªa imaginable: la de su pueblo, de sus intelectuales y de sus congresistas.
Tratando de vender una ?buena imagen? de Mr. Kissinger, los teletipos han insistido en su calidad de universitario profesor de Harvard, pero un an¨¢lisis objetivo de su biograf¨ªa lo que muestra es a un experto del espionaje. Entre 1943 (hac¨ªa s¨®lo cinco a?os que estaba en Estados Unidos) y 1953 trabaj¨® ininterrumpidamente para diversos servicios de espionaje militar. Desde 1955 se incorpor¨® casi simult¨¢neamente al Council of Foreign Relations y al servicio de la familia Rockefeller. Es cierto que desde 1954 participa de la Universidad de Harvard, pero su actividad acad¨¦mica es en el Center for International Affairs, el Harvard Defenge Studies Program, etc. La vinculaci¨®n entre el aparato militar y policial estatal y ciertas universidades norteamericanas, aunque ha sido muchas veces indicada, a menudo se olvida.
Si ?el tema es el hombre?, es interesante recordar que el personaje a que se dedica la tesis de doctorado de Kissinger es el siniestro Metternich, administrador de la Santa Alianza anti-liberal de los a?os 1812-1822; el mismo que orden¨® la ocupaci¨®n.de Espa?a por los ?hijos de San Luis?, que terminaron con la vida de Riego y reinstaura el absolutismo de Fernando VII, y el que proyect¨® la invasi¨®n de Hispanoam¨¦rica por la flota zarista para aniquilar a las nuevas rep¨²blicas.
Un experto a nivel mundial
Si el 20 de enero de 1977 Kissinger complementa 39 meses de visible y notorio ejercicio del cargo de secretario de Estado, su verdadero poder se funda en ser, desde 1969, inclusive, asesor presidencial en Asuntos de Seguridad Nacional, y adem¨¢s presidente del secreto Comit¨¦ de los Cuarenta, encargado de los dirty tricks (tretas sucias) en materia internacional. De ¨¦l han dependido, aparte de los funcionarios del Departamento de Estado, los 16.500 agentes de la CIA y los 135.000 agentes de la DIA (Defense Intelligence Agency) y NSA (National Security Agency), cuyos presupuestos combinados superan los 10.000 millones de d¨®lares anuales, es decir, m¨¢s que suficiente -entre otras cosas- para comprar no s¨®lo los teletipos, sino adem¨¢s la lengua de muchos.
El doctor Kissinger, experto en la represi¨®n a nivel mundial, ha administrado sus fuerzas de manera de mantener el statu quo favorable a las empresas multinacionales, y en especial a los grandes petroleros. Siguiendo a Metternich, ha negociado cuando la confrontaci¨®n era imposible o suicida (Vietnam o Israel) y ha practicado las artes de la guerra sucia represiva y la desestabilizaci¨®n econ¨®mica en todos los dem¨¢s casos.
El repudio con que termina la gesti¨®n de Kissinger no es un hecho de ¨¦tica pura, aunque podr¨ªa su pon¨¦rselo al o¨ªr decir en 1974 al senador Frank Church: ?Nuestra pol¨ªtica en Chile fue nauseabunda y agresiva y desprovista de todo principio moral? (sic). Pero el mismo informe del Subcomit¨¦ de Corporaciones Multinacionales del Senado que preside Mr. Church destaca sagazmente -usando palabras del juez Brandeis- que el crimen encadena al criminal. ?Nuestro Gobierno -son sus t¨¦rminos- es el potente, omnipresente maestro. Para bien o para mal, ense?a a todo el pueblo con su ejemplo. El crimen es contagioso. Si el Gobierno se convierte en un infractor a la ley, genera desprecio por la ley, invita a todos los hombres a establecer una ley para s¨ª mismos. Sostener que en la administraci¨®n de la ley el fin justifica los medios, afirmar que el Gobierno comete crimen al no asegurar la condena del criminal privado, puede producir resultados terribles?.
El Congreso norteamericano, a pesar de Nixon-Ford, ha adoptado recientemente importantes medidas para que los procedimientos criminales de la pol¨ªtica exterior no infecten y destruyan la vida democr¨¢tica interna. La prohibici¨®n a la CIA de intervenir en los ?asuntos dom¨¦sticos?, la condena de los asesinatos pol¨ªticos de personalidades norteamericanas (impl¨ªcita en la reapertura de las investigaciones sobre la muerte de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King) o la prohibici¨®n de aplicar los m¨¦todos de espionaje y de tortura en la pol¨ªtica interna demuestran que los Estados Unidos, viven la muy dif¨ªcil conciliaci¨®n de una pol¨ªtica internacional imperialista con una s¨®lida democracia. Desde Pericles este intento se ha revelado a la larga imposible, pero corresponde consignar la actitud de los congresistas liberales norteamericanos.
El ?presidente Kissinger?
Si internamente la acci¨®n del ?presidente Kissinger? (como le dijera Carter) se termina por verla negativa, todav¨ªa es m¨¢s nefasta para la misma seguridad nacional norteamericana.
Se ha ironizado porque el presidente Carter insiste en los factores morales, incluso en materia de pol¨ªtica exterior y reclama ?el juego limpio? en vez de las ?tretas sucias?, pero quienes as¨ª lo hacen pretenden hacernos olvidar la historia de los Estados Unidos.
Desde 1776 a la fecha, y en ocasiones significativas, los Estados Unidos han contado con la adhesi¨®n de millones de personas que no hablan ingl¨¦s, ni han visitado siquiera aquel pa¨ªs, porque admiraban sus instituciones y cre¨ªan que la libertad del mundo necesita de su liderazgo moral. Cuando Condorcet escrib¨ªa sobre la influencia de la Independencia de los Estado Unidos en Europa, o Sim¨®n Bol¨ªvar le calificaba de ?naci¨®n admirable?, iniciaban una corriente que en los recientes a?os treinta y cuarenta de nuestro siglo renov¨® y enriqueci¨® el aporte del antifascismo militante en toda partes. Los hermanos Dulles ya despreciaron esa tradici¨®n y dijeron expresamente que ?los Estado Unidos no tienen amigos, sino intereses?, y a esa c¨ªnica divisa se ha atenido Mr. Kissinger.
Daniel P. Moynihan, que era embajador de los Estados Unidos en la India en septiembre de 1973 ha contado que neg¨® a la primera ministro Indira Gandhi que su Gobierno tuviera algo que ver con la ca¨ªda de Allende, pero un a?o mas tarde -al hacerse p¨²blica la famosa carta del diputado Harrington- tuvo que informar a su Gobierno ?que ella (Indira Gandhi) piensa que somos una potencia profundamente ego¨ªsta y c¨ªnicamente contrarrevolucionaria?. ?Qu¨¦ otra cosa podr¨ªa pensarse de un Gobierno cuyo ministro de Relaciones Exteriores, despu¨¦s de instigar al asesinato de 20.000 chilenos -incluyendo a su presidente legal- para asegurar los dividendos de seis o siete compa?¨ªas norteamericanas, lo niega once veces p¨²blicamente?
En 1939-1945 Estados Unidos, que no ten¨ªa ej¨¦rcito, marina, ni experiencia militar, gan¨® una guerra mundial por el apoyo del ?hombre com¨²n? del planeta, y venci¨® a una supermaquinaria de autoritarismo y de terror, pero que era incapaz de concitar adhesiones populares espont¨¢neas.
La Norteam¨¦rica kissingeriana, renegando de la imagen positiva de su pasado, env¨ªa como sus representantes por el mundo a polic¨ªas y a los pulpos de las grandes corporaciones, y, sin embargo, es el pa¨ªs que en 1976 obtuvo seis premios Nobel en un total de seis asignados...
No hay pa¨ªs tan poderoso como para vivir sin amigos, aislado en sus ego¨ªstas intereses, servido en el exterior por las acciones y las ideas de los expertos en espionaje, tortura, represi¨®n o negocios especulativos. Est¨¢ afectada la seguridad nacional norteamericana, que aunque tenga toda la supermaquinaria b¨¦lica imaginable, no podr¨¢ salir adelante del aislamiento en que le han colocado ?geniales? conductores m¨¢s atentos a las intereses de un pu?ado de supercapitalistas, que a los de su pueblo.
No corresponde enga?arnos. La sustituci¨®n de Kissinger no es un mero relevo de un funcionario por otro de diferente partido.
Implica en primer lugar la condenaci¨®n de una gesti¨®n desacertada durante ocho a?os para los intereses nacionales norteamericanos, y la causa de la democracia tanto en los Estados Unidos como en el resto de las Am¨¦ricas.
Kissinger ser¨¢ el ¨²ltimo funcionario que act¨²e soberanamente, sin someterse a los controles constitucionales, representados por los poderes del Estado y sus leyes, decretos, fallos judiciales y reglamentos.
Nunca m¨¢s estar¨¢n unidos en una sola persona los cargos de asesor presidencial para Asuntos de la Defensa, secretario de Estado y presidente del Comit¨¦ de los Cuarenta. Ya se conocen los nombres de quienes ocupar¨¢n los cargos citados en primero y segundo lugar. ?Subsistir¨¢ el Comit¨¦ de los Cuarenta?
Estamos -en definitiva- viviendo un gran episodio de la historia norteamericana: el intento de sus representantes leg¨ªtimos de someter el monstruoso complot de las supercompa?¨ªas y de los altos mandos de los aparatos policiales y militares.
Si durante casi ocho a?os -dando prueba del vigor de sus instituciones- ha sido capaz Estados Unidos de destituir de sus cargos, suspender en el ejercicio de sus profesiones e incluso castigar con prisi¨®n a un presidente y a un vicepresidente, y a casi todos sus ministros, aparte de docenas de pol¨ªticos de primera fila y sus servidores, ahora se pedir¨¢ cuentas a Mr. Kissinger por el ejercicio omnipotente y soberano que ha ejercido de la pol¨ªtica exterior. Kissinger no ser¨¢ el ¨²nico culpable, pero pagar¨¢ por todos ellos.
Es dif¨ªcil predecir c¨®mo terminar¨¢ este episodio -que tiene mucho de guerra civil- pero de lo que estamos seguros es que todos dependemos de su desenlace.
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