"Las bodas", de Strawinsky
El ¨²ltimo programa de la Orquesta Nacional, ofrec¨ªa el atractivo de la presencia de tres obras de inclusi¨®n poco frecuente en los programas de conciertos.En primer lugar, la suite de ballet de Vincenzo Tommasini Le donne di buon umore, instrumentaci¨®n, de sonatas de Dom¨¦nico Scarlatti, hecha por encargo de Diaghilev para sus ballets rusos en 1916. Se trata de obra de escaso inter¨¦s en la que la magn¨ªfica materia que sirve de base ha perdido gran parte de su esencia y de su encanto. M¨²sica menor pero agradable, hecha con oficio pero sin talento ni innovaci¨®n, insignificante al lado de sus compa?eras, la Pulcinella de Strawinsky, el Fuego fatuo de Falla o las Danzas antiguas.. de Respighi. Obra nada f¨¢cil, puede ser atractiva traducida en una versi¨®n excepcional. No lo fue en absoluto la de Mario Rossi, que -salvo el andante, bien cantado por la cuerda- result¨® poco pulcra, sin contrastes ni tensiones y exenta de gracia y ligereza.
A continuacion, el Gran d¨²o para viol¨ªn y contrabajo de Giovanni Bottesini, insigne virtuoso de este instrumento, compositor y director de orquesta en Barcelona y El Ca¨ªro, donde estren¨® Aida, es Bottesini una de esas personalidades t¨ªpicas de la intrahistoria decimon¨®nica: su m¨²sica nos recuerda que el romanticismo no fue s¨®lo ni principalmente lo qu¨¦ aparece ante nuestra vista, sino que fue un per¨ªodo musical invadido por el melodismo oper¨ªstico italiano. No olvidemos la inmensa admiraci¨®n de Schubert hacia Rossini, que le lleva a componer sus Oberturas al estilo italiano, o queja vida musical de Par¨ªs estaba dominada por Cherubini y la de Viena por Salieri, mientras Beethoven era desconocido. Tengamos en cuenta el triunfo de L¨ªszt , con sus parafrasis sobre temas oper¨ªsticos, las transcripciones de Paganin¨ª hechas por Liszt o Brahms, o lo significativo del deseo de Chopin de ser enterrado junto a Bellini, por cuya Norma el mism¨ªsimo Wagner, reconoc¨ªa haberse sentido hondamente impresionado. A este siglo XIX, virtuos¨ªstico, brillante y a menudo superficial, pertenece el
Gran D¨²o de Bottesini, m¨²sica absolutamente vacua pero con innegable encanto de ¨¦poca. Lo que habr¨ªa resultado insoportable en una interpretaci¨®n s¨®lo buena, nos proporcion¨® un rato delicioso en la asombrosa versi¨®n de Salvatore Accardo y Franco Petracchi. Si Accardo aparece como el gran violinista del pr¨®ximo cuarto de siglo,
Petacchi mantuvo id¨¦ntica altura: precioso sonido, virtuosismo llevado a su m¨¢ximo grado, musicalidad, facilidad y afinaci¨®n, asombrosa en un contrabajo (?qu¨¦ modo de tirar del arco!). Consiguieron ambos una versi¨®n merecedora de pentagramas menos intrascendentes.
Por ¨²ltimo, Las Bodas de Strawinsky. Esta gran obra, acabada en 1917 est¨¢, sesenta a?os m¨¢s tarde, llena de vida y actualidad. Pensada en primer momento para orquesta, y m¨¢s tarde para un grupo que inclu¨ªa armonio electr¨®nico y cymbali¨®n h¨²ngaro, su versi¨®n definitiva es para un grupo de percusi¨®n en el que se pueden incluir los cuatro pianos adem¨¢s del coro y los solistas vocales.
Obra conectada con el folklore ruso, nos pinta con grueso trazo un ambiente obsesivo y exaltado. M¨²sica tensa desde el comienzo hasta el final, con tensi¨®n t¨ªmbrica y r¨ªtmica, con gran uso del ostinato, y no poco efectista, en el sentido en que lo han sido casi todos los grandes m¨²sicos, desde Monteverdi a Penderecki, nos recuerda con su expresionismo a la obra de Picasso, tan paralela a la de Strawinsky, y dentro de ella, al per¨ªodo cubista, como apunta Tom¨¢s Marco en el programa de mano.
Todo ello, fue puesto de manifiesto por Rossi, que consigui¨® una gran versi¨®n: segura, seria, acaso un poco ligera pero siempre bien construida.
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