Las ra¨ªces de Ia concordia
En este momento, de transici¨®n, de devoluci¨®n de Espa?a a s¨ª misma, cuando nuestro pa¨ªs busca una postura libremente elegida, desde la cual pueda vivir y proyectar, se habla sin descanso de la guerra civil, reaparecen sus hombres, sus temas, sus principios. ?Qu¨¦ sentido tiene esto, qu¨¦ posible Valor pol¨ªtico, qu¨¦ peligros?Recordemos unas cuantas verdades elementales:
1. La ruptura de la concordia espa?ola, de la convivencia, la sustituci¨®n de la lucha civil, civilizada, pol¨ªtica, por la violencia, la destrucci¨®n y el crimen, se produjo en 1936, pero se hab¨ªa ido preparando en los a?os anteriores. Pasada, la etapa de beligerancia, en que la, pasi¨®n o el c¨¢lculo ahogaron casi totalmente el esp¨ªritu de veracidad, nadie sostendr¨¢ la total inocencia de un bando, la total culpabilidad del otro. Durante una interminable etapa, la Espa?a oficial se ha considerado depositaria del punto de vista de los vencedores y no ha estado dispuesta ni siquiera a compartir su triunfo con los vencidos, ni aun con los que no aceptaban el planteamiento de la cuesti¨®n -y que eran, naturalmente, los m¨¢s vencidos de todos- En reciprocidad, en los vencidos o los que, en generaciones sucesivas.-y ajenas a la guerra- asumieron su representaci¨®n, se ha fosilizado la otra postura beligerante, lo cual ha ?congelado? las perspectivas pol¨ªticas de Espa?a durante cuarenta a?os.
2. La guerra civil naci¨® de ciertas tesis o actitudes extremas, sostenidas por minor¨ªas -muy peque?as-, que no aceptaban la convivencia con otras tesis y que, por otra parte, eran en¨¦rgicamente rechazadas por grandes porciones de la sociedad espa?ola. Cuando vemos sus formulaciones respectivas, en los innumerables libros que hoy exponen la guerra civil y su g¨¦nesis, es dif¨ªcil contener un movimiento de repulsi¨®n. El irrealismo de ambas posiciones extremas, su. falta de justificaci¨®n, el desprecio que mostraban por el grueso d¨¦ la opini¨®n nacional, la destemplada violencia. con que se presentaban, todo ello hace dif¨ªcil de comprender c¨®mo fueron seguidas por unos y por otros, c¨®mo grandes porciones se dejaron arrastrar hasta la muerte -propia y ajena.
3. Parece que un examen de conciencia colectiva, o un mero instinto de conservaci¨®n, har¨ªan descartar definitivamente aquellas maneras de plantear los problemas espa?oles que de tal manera prescind¨ªan de enormes porciones de Espa?a y que condujeron al m¨¢ximo desastre de nuestra historia. Parecer¨ªa razonable partir del desgaste que el R¨¦gimen anterior fue experimentando por el paso del tiempo y la necesidad de tener que vivir en el mundo, del esp¨ªritu de cr¨ªtica y reconciliaci¨®n que hab¨ªan' ido ejerciendo su influjo sobre los que lucharon del lado de la Rep¨²blica, apoyarse en las generaciones que, por su juventud, no tuvieron ocasi¨®n de cometer el tremendo error.
4. Entre los espa?oles que por su edad vivieron la guerra -individualmente o en agrupaciones-, unos representan su esp¨ªritu, la, locura colectiva, la perduraci¨®n de las, actitudes originar¨ªas, mientras que otros no cedieron a aquella demencia, no perdieron la conciencia moral, sintieron el af¨¢n de restablecer la paz y convivir con los dem¨¢s espa?oles. Parecer¨ªa razonable apoyarse en los ¨²ltimos y relegar el retiro a los primeros; no parece muy inteligente conceder cr¨¦dito a los representantes de principios que pusieron en trance de destrucci¨®n al pa¨ªs y costaron la vida a algunos centenares de mi les de espa?oles.. Se esperar¨ªa que se volviera los ojos a aquellos hombres que mostraron en circunstancias graves alguna cordura y perspicacia hist¨®rica, que se apartaran de aquellos cuyos hechos y palabras merecen en el mejor de los casos un piadoso olvido.
?Sucede as¨ª? En el fondo de la conciencia nacional, all¨ª donde realmente opera la voluntad viva de los pueblos, creo que s¨ª. En la expresi¨®n p¨²blica de las opiniones, en modo alguno. Los representantes de los que han dominado sin restricciones la totalidad del pa¨ªs se resisten a abandonar sus posiciones de mando y privilegio y, lo que es a¨²n m¨¢s grave, su particular interpretaci¨®n de Espa?a. No est¨¢n dispuestos a dejar que el pa¨ªs tome posesi¨®n de s¨ª mismo y decida democr¨¢ticamente su futuro. De ah¨ª los evidentes esfuerzos por provocar una situaci¨®n de inquietud,y violencia o una crisis econ¨®mica insuperable, que obligue a una intervenci¨®n militar y al establecimiento de una nueva forma de dictadura.
Del otro lado, y paralelamente, los grupos opuestos, persuadidos, como los primeros, de que tienen poco que esperar de unas elecciones democr¨¢ticas, conf¨ªan en lo mismo que sus opuestos, y ponen su esperanza, no en una dictadura militar, pero s¨ª en un intento de ella, que desprestigiar¨ªa el proceso de transformaci¨®n, comprometer¨ªa la fe en la democracia, abrir¨ªa las puertas a la acci¨®n directa.
En un caso y en otro, se trata de volver atr¨¢s, es decir, al planteamiento que fracas¨® hace m¨¢s de cuarenta a?os, de, saltarse la transformaci¨®n enorme de cuatro decenios, la experiencia acumulada, la voluntad colectiva que ha ido germinando. y est¨¢ empezando a expresarse. Dime qui¨¦n pinta en las paredes y te dir¨¦. qui¨¦n va a perder las elecciones. Los que sustituyen los votos expresos y contados por una mano con un pincel o un ?spray?, evidentemente no tienen fe en las urnas, ni respeto a las mayor¨ªas, ni al decoro de esa realidad verdaderamente comunal que son las fachadas, los monumentos, las calles, hasta- los signos d¨¦ tr¨¢fico.
Es notorio que se est¨¢ produciendo un deterioro de nuestra econom¨ªa, que puede compr¨®meter nuestra estabilidad, bienestar y paz interior y, por supuesto, el buen humor general de los espa?oles. El primer factor es, naturalmente, la monstruosa elevaci¨®n de? precio del petr¨®leo en los ¨²ltimos a?os, maniobra pol¨ªtica mundial de implicaciones transparentes, que casi nadie quiere ver, por no s¨¦ qu¨¦ ceguera culpable. Los pa¨ªses poco desarrollados, los pa¨ªses verdaderamente pobres, en Africa, Asia y parte de Suram¨¦rica, han perdido, mientras duren las actuales condiciones, toda esperanza de salir a flote; pero de eso apenas hablan los que parecen interesarse tanto por ellos. Los pa¨ªses industrializados de Europa est¨¢n en crisis, grav¨ªsima en algunos, y empiezan a no poder aceptar el excedente de mano de obra de pa¨ªses menos desarrollados, gracias a lo cual Europa empezaba a funcionar como una unidad social. Cuando el reflujo de esos trabajadores sobre sus pa¨ªses de origen aumente el desempleo en ellos, se producir¨¢n problemas de extremada gravedad.
El n¨²mero de empresas que operan en p¨¦rdida continua es muy alto; y a ¨²ltima hora llevar¨¢ a la intensificaci¨®n del paro, con la consecuencia de la pobreza de muchos o unas cargas sociales superiores a las posibilidades colectivas. La evasi¨®n de capitales, dif¨ªcil de medir, parece considerable, y retrae recursos necesarios para la puesta en marcha de la econom¨ªa.
A?¨¢dase a esto el problema que,plantean las huelgas. El derecho a la huelga es respetable, y su mera prohibici¨®n una forma de opresi¨®n. Pero el ejercicio de la huelga es problem¨¢tico. Fue un recurso para resolver los conflictos entre obreros y patronos en la econom¨ªa de hace 150 a?os. Pero la estructura del mundo actual, la interconexi¨®n de todo lo econ¨®mico y social hace que hoy el que menos padece es el ?patrono? -si es que lo hay, si no se trata, por ejemplo, de los innumerables accionistas de una so ciedad, y entre ellos los obreros y empleados de esa empresa y de otras- La paralizaci¨®n de amplias zonas de la vida econ¨®mica puede ser consecuencia inevitable de una huelga distante; la presi¨®n sobre la empresa es m¨ªnima, y los da?os para las, actividades del pa¨ªs, enormes. Habr¨ªa que buscar un sustitutivo inteligente de la huelga, que en las condiciones actuales es un arca¨ªsmo. Es pana se est¨¢ resintiendo grave mente de ello; sin exagerar las cosas, las huelgas de todo tipo han ido ya m¨¢s all¨¢ de lo que el bienestar nacional puede soportar. Como todo se encadena en un mundo tan tupido como el de nuestro tiempo, todo esto repercute sobre la inflaci¨®n, que est¨¢ volatilizando la prosperidad de los espa?oles -y de tantos otros- y va a introducir muy pronto el descontento, la ?moh¨ªna? causada por la falta de ?har¨ªna?. Y, aunque no soy economista y no me gusta opinar m¨¢s all¨¢ de mi modesta competencia no puedo evitar la impresi¨®n de que el es tado de la Bolsa en Espa?a es peor de lo que objetivamente de biera ser, y quiz¨¢ no sea excesiva suspicacia pensar en maniobras destinadas a introducir el desaliento y una m¨¢s profunda crisis. No quiero pensar que Espa?a, que alcanz¨® un nivel de vida decoroso hace algunos a?os, puede volver a ser lo que durante tanu, tiempo hab¨ªa sido:-un pa¨ªs pobre, lleno de pobres.
La m¨¢s elemental honestidad obliga a decir todo esto. Pero si se miran las cosas en conjunto y se hacen bien las cuentas, creo que hay motivos pata la confianza: ?Por qu¨¦? Porque los factores reales son en su mayor¨ªa positivos, y los negativos son en gran parte, resultado de manipulaciones minoritarias. Si Espa?a completa su proceso de transici¨®n, si no se deja arrebatar su capacidad de,decidir y llega a unas elecciones libres dentro de unos meses, es casi seguro que establecer¨¢ una Monarqu¨ªa plenamente democr¨¢tica, inspirada. por el deseo de libertad individual y social, apta para integrase en el sistema pol¨ªtico, econ¨®mico y social de Occidente. La vitalidad de Espa?a como realidad hist¨®rica es sorprendente -cuarenta a?os de resistencia lo prueban-; su potencial econ¨®mico es considerable -el ?despegue ? de los ¨²ltimos veinte a?os basta para demostrarlo-; su proyecci¨®n -sobre la Am¨¦rica hisp¨¢nica le dar¨¢ a un tiempo estabilidad y un horizonte hist¨®rico.
La condici¨®n absoluta para que esto sea as¨ª es que cada espa?ol, cada grupo de. espa?oles, cada partido, cada regi¨®n, renuncie a lo que es gravemente divisivo, a lo que hiere profundamente los sentimientos o los intereses de los dem¨¢s. Se puede intentar que esto se modifique, que Espa?a sea un sistema de persuasiones mutuas, no de exigencias airadas o de imposiciones autoritarias; pero hay que ceder en lo que provoca la discordia, hay que buscar en una convivencia creadora y fraterna las ra¨ªces activas de la concordia.
Los dos primeros art¨ªculos de esta serie fueron publicados en EL PAIS los d¨ªas 15 y 20 de febrero, respectivamente.
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