Chema Cobo y G. Perez Villalta
?El d¨ªa transcurr¨ªa con lentitud; comprobamos la direcci¨®n-del viento, y s¨ª, T¨¢nger era visible a la hora del desayuno. Pint¨¢bamos hasta que el calor del mediod¨ªa nos ped¨ªa sumergirnos en la piscina.. La sobremesa serv¨ªa a la conversaci¨®n y la siesta a la lectura. Al declinar la tarde (no ten¨ªamos luz el¨¦ctrica) pase¨¢bamos, bien en direcci¨®n al mar, bien escalando la monta?a que crec¨ªa a nuestras espaldas. ?Quien as¨ª escribe no es ni un escritor que se hubiera metido en la piel de un artista-pintor, ni un plenairista de finales de siglo que evocara nost¨¢lgicamente la luz y el ritmo que impregnaron sus a?os mozos. Tampoco es, aunque lo parezca, la voz en off de ninguna pel¨ªcula. Escribe un pintor joven, Guillermo P¨¦rez Villalta, que relata la temporada en que ¨¦l y Chema Cobo se fueron al motivo, en Tarifa -de donde ambos son-. Ahora nos dan a versus cuadros, ejercicios de estilo para lo que no sin iron¨ªa calificaron en tiempos de nuevo arte mediterr¨¢neo, y volvemos a saber sus gustos ecl¨¦cticos y m¨¢s o menos compartidos: Vel¨¢zquez o Hitchcock, Uccello o los mambos, el agua de las piscinas o Marinetti.
Galer¨ªa Buades
Cladudio Coello, 43
Tendr¨ªamos que afirmar, con Jouve, que los recuerdos han de ser considerados s¨®lo en su relaci¨®n con la obra; o dicho de otra manera, ni los textos evocadores y bien escritos que contiene el cat¨¢logo, ni lo que pudi¨¦ramos decir del motivo (el Sur, Palladio, Bomarzo), tienen mucho que ver con el objeto de un an¨¢lisis de la pintura. Ni con la distancia que irremediablemente, y al margen de que tal vez sea la muestra m¨¢s apetecibl e de ver de cuantas hay, ahora mismo, nos separa a muchos de actitud tan sentimental y culturalista como la que se va afianzando en estos pintores.
En oposici¨®n al esquizo, a las mecan¨®grafas y obreros (Quejido), a la simb¨®lica del presidente Schreber (Alcolea), P¨¦rez Villalta, y Chema Cobo siguen construyendo un universo m¨ªtico. Una pintura de apoyatura figurativa en el caso del primero, y cubista, en el caso del segundo, acent¨²a lo que la representaci¨®n tiene de puesta en escena. Recu¨¦rdese el equ¨ªvoco e ir¨®nico retrato generacional de P¨¦rez Villalta (ver EL PAIS, 16 mayo 1976), o el exceso en la obra de un Rafael M¨ªnguez, al que malentendimos, y cuyo ininterpretable silencio es punto de fuga de toda una ¨¦poca.
Miremos los cuadros: Bomarzo, pintado por P¨¦rez Villalta, no pasa de ser, con todo su encanto, una construcci¨®n anecd¨®tica, fruto m¨¢s de un atrezzo que de la pintura misma. El retrat¨® de Chema Cobo, en cambio, representar¨ªa el polo opuesto, ejemplo logrado de una representaci¨®n m¨¢s desprovista de grandilocuencia, con una Tarifa ideal y real a la vez como fondo. En cuanto a Chema Cobo, en su retiro sevillano se ha empapado de vanguardias hist¨®ricas. Antes le gustaban sobre todo Lapicque Delaunay, y ahora tiene algo
desconcertante de post-cubista vibracionista del Ultra. Por momentos un revival descarado, y enotros cuadros como un desliz hacia las claves mismas de tales estilos. La cuesti¨®n es que hay cuadros en que el juego no funcionan especialmente por lo que a color se refiere.
Lo m¨¢s espectacular, donde hab¨ªa que hablar, es el doble cuadro La Isla. En ¨¦l las mitolog¨ªas particulares de los dos pintores lugar a una obra de una extraordinaria intensidad, en que el mar y la arquitectura, Madrid y el Sur se funden en un todo. Lo deseable, a pesar de las diferencias, seria un debate a fondo ante la pintura.
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