Pancho Ortu?o
M¨¢s que de cuadros, el clima art¨ªstico madrile?o parece estar satur¨¢ndose de un falso concepto: la pintura-pintura o, mejor a¨²n, el soporte-supeficie son objeto de una amplia operaci¨®n necrof¨ªlica. Pocos se enteraron en su momento de aquel episodio, completamente superado hoy, que puso en el centro de sus preocupaciones la desconstrucci¨®n (bastidor, tela, pigmentos), porque los hoy campeones de la nueva etiqueta muerta, viv¨ªan entonces otros sue?os dorados. Ser¨ªa cuesti¨®n de preguntarle al personal si, aparte del recurso erudito, se ha tomado la molestia de seguir el itinerario de una revista como Peinture, que tiene el inconveniente de no incluir muchos santos que recorrer con la Vista distra¨ªda.Aunque parezca parad¨®jico, no creo que en la exposici¨®n de Pancho Ortu?o, en la galer¨ªa Juana Mord¨®, haya nada de soporte-superficie. Como no lo hay tampoco en la muestra En la pintura, que se ha inaugurado hace dos d¨ªas en el palacio de Cristal del Retiro, y en la que Ortu?o presenta sus obras anteriores. Pero a buen seguro ambos asuntos ser¨¢n catalogados as¨ª por la mayor¨ªa. Estas notas querr¨ªan contribuir a que no ocurriera as¨ª.
Galer¨ªa Juanu Mord¨®
Villanueva, 7.
Ortu?o expuso por vez primera hace a?o y medio en la galer¨ªa Egam. Dos influencias bien claras se hac¨ªan entonces patentes: la de la pintura americana (pero a trav¨¦s de un camino lateral como pod¨ªan ser los Ocean Park, de Diebenkorn) y la m¨¢s difusa de la llamada est¨¦tica de Cuenca. Desde entonces, quienes hemos seguido su caminar sabemos del entramado o nudo te¨®rico en que se halla el pintor. Este a?o y medio ha sido rico en ense?anzas, en lecturas. Las cuestiones en juego, sobre todo a partir del trabajo te¨®rico de Peinture y a partir de la cr¨ªtica a la instituci¨®n sicoanal¨ªtica, son bien distintas a las que entra?aba una obra casi paisaj¨ªstica como la exhibida en Egam.
Los grandes lienzos chorreados de Ortu?o obedecen a un g¨¦nero de inscripci¨®n que rehuye por completo la apoyatura ilusionista. En su producirse mismo, en el gasto, el sujeto-pintor tan s¨®lo pone de su parte las reglas del juego. Ni compone, ni dibuja; deja que el cuadro se hala que el pigmento vaya entendiendose, vaya impregnando el lienzo. No nos cuenta nada, ni podemos ?interpretar? nada, m¨¢s all¨¢ de un hacerse material y de aquello (teor¨ªa) que lo atraviesa, m¨¢s all¨¢ de una ruptura con el orden simb¨®lico de la representaci¨®n. Lo que el blanco casi total nos revela de color, y el blanco espacio que ¨¦ste determina, lo que el objeto nos dice sobre su circulaci¨®n, el mercado que se establece entre el ojo y, el cuadro, son otras tantas ense?anzas de esta muestra en la que, aunque s¨®lo parezca que hay pintura, hay algo m¨¢s que pintura.
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