La brillante madurez de Andr¨¦s V¨¢zquez
Andr¨¦s V¨¢zquez, de nuevo en el ruedo de Las Ventas, el de sus grandes triunfos, recibido con una ovaci¨®n clamorosa. Ha vuelto co- mo maestro en su oficio. All¨¢, en una andanada de sol, los alumnos de la escuela nacional taurina hac¨ªan notar su presencia con una gran pancarta. Suponemos que estar¨ªan pendientes -de todo lo que suced¨ªa en la arena, porque cuando hizo el torero de Villalpando, in- cluso su propia colocaci¨®n durante la lidia, era una lecci¨®n magistral.Desbordado en inspiraci¨®n, Andr¨¦s recib¨ªa a los toros de salida,
los lanceaba con mando y con arte.
Hubo ver¨®nicas perfectas, pero es lo importante que las hubo de to-
dos los estilos: unas, cargada la suerte otras a pies juntos; algunas,
Plaza de Las Ventas
Segunda de feria. Toros de El Campillo, tres terciados, pobres de cabeza, primero y terceros flojos, el segundo derrib¨®, todos ellos nobles. El cuarto, bien presentado, con genio. Quinto, con cuajo, protestado por afeitado, de media arrancada. Uno devuelto al corral por inv¨¢lido y tambi¨¦n el sobrero, de Mart¨ªn Berrocal, por el mismo motivo. El segundo sobrero, de Ruise?ada, sin casta, con poder.Andr¨¦s V¨¢zquez, ¨²nico espada: Oreja con protestas. Oreja. Oreja y petici¨®n de otra. Silencio. Ovaci¨®n y algunos pitos. Gran ovaci¨®n y salida a hombros por la puerta grande. Brind¨® el tercer toro a la viuda e hijas de Antonio Bienvenida, en cuyo homenaje era el festejo, y saludaron desde el tercio Angel Luis Bienvenida y su hijo Miguel.
?del delantal?. Y sin traicionar nunca lo que es la teor¨ªa fundamental del toreo: el dominio. Lances ajustados a las condiciones de la res, a la que ganaba terreno, hasta rematar en los medios e incluso en el platillo, con media ver¨®nica belmontina. Y a veces, como un regalo, sobre la media ver¨®nica, la revolera, la serpentina o la jerga cordobesa.
Y lo mismo en los quites. La actuaci¨®n de Andr¨¦s V¨¢zquez iba para enciclop¨¦dica, hasta agotar todo el repertorio de suertes producido desde el C¨²chares ac¨¢. En esta ¨¦poca de monoton¨ªa, la verdad; en esta ¨¦poca de figuritas pl¨¢sticas sacadas a molde, la to-
rer¨ªa; en esta ¨¦poca de trabajadores vestidos de luces, el arte y la genialidad. Unas ver¨®nicas desmayadas, con el capote barriendo la arena; el recorte seco para poner en suerte al toro; ayudados por alto, estatuarios o cargando la suerte; derechazos cadenciosos, erguida la figura; el temple del natural, pura armon¨ªa y t¨¦cnica estricta; los de pecho, hondos, de cabeza a rabo; el muleteo a dos manos, con la fiera sometida, a la que se liaba, literalmente, a la cintura; los cambios de mano y adornos. Y en todo caso, la lidia, adecuada a los estados de la res, que eso -dec¨ªamos- es fundamentalmente el toreo.
As¨ª iba la tarde, as¨ª fue durante tres toros, con el diestro catapultado hacia la gloria. Y as¨ª sigui¨® en el cuarto, hasta que, al rematar un quite, perdi¨® el apote. ?Qu¨¦ ocurri¨® entonces? Se dir¨ªa que aquel error, apenas m¨¢cula imperceptible en la brillante madurez del torero, le pareci¨® un borr¨®n en su obra perfecta. Y se vino abajo. Porque el toro era reserv¨®n, le anduvo por la cara, desconfiado. Al tiempo, la tarde se cerraba en negros nubarrones y la fiesta luminosa pasaba a ser s¨®rdida brega, entre sombras. La afici¨®n cort¨® la espita de las facilidades, y si hasta entonces hab¨ªa tolerado los torillos terciados, pobres de cabeza y flojos, ahora exig¨ªa el toro, que la categor¨ªa de la plaza es lo primero. Al quinto lo echaron al corral, por inv¨¢lido; hubo bronca y altercados en el que lo sustituy¨®, por afeitado; el sobrero, que sali¨® en sexto lugar, renqueaba y tambi¨¦n se fue para adentro. Con el nuevo sobrero, un toraco colorao de Ruise?ada, quedaba restaurada la corrida hacia la seriedad, ya en un ambiente hostil, acentuado por el fr¨ªo y los goterones de lluvia. Mansa, sin casta y con poder la fiera, huy¨® del primer puyazo, derrib¨® con estr¨¦pito en el segundo, en toriles recibi¨® duro castigo. Todo parec¨ªa abocado al fracaso cuando, sorprendentemente, Andr¨¦s V¨¢zquez brind¨® al p¨²blico y cuaj¨® la faena m¨¢s importante, pues domin¨® al buey, lo meti¨® en la muleta para unos ayudados, una serie de derechazos y un pase de pecho impecables, y lo tir¨® patas arriba de un estoconazo en las agujas.A hombros, por la puerta grande, sali¨® de la plaza el maestro, entre aclamaciones: ??Torero, torero, torero! ?. No pod¨ªa ser un adi¨®s, no debe ser un adi¨®s. Su sitio est¨¢ en los ruedos, de nuevo, para recoger el legado de Antonio Bienvenida, que es como decir el toreo mismo, e irlo desgranando, tarde a tarde, a modo de recuerdo y ense?anza. No hacen falta hoy figuras, las tenemos de sobra; hacen falta maestros, como lo fue durante d¨¦cadas Antonio Bienvenida y lo fue el domingo Andr¨¦s V¨¢zquez.
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