"Sosegaos"
Esto dicen que dec¨ªa Felipe II a los visitantes que se turbaban ante su presencia. Esto habr¨ªa que decir tambi¨¦n a los espa?oles que se turban ante el cariz de los tiempos presentes. Sosegarse no es quedarse quieto e inm¨®vil; sosegarse es actuar sin agitaci¨®n, con sentido, con visi¨®n de futuro, poniendo, no quitando, cada uno lo que pueda de su parte. Lo que sigue intenta ser mi peque?a aportaci¨®n.El movimiento pol¨ªtico se hace mediante dos alas: la derecha y la izquierda. La derecha es el orden establecido y su evoluci¨®n prudente y gradual; la izquierda, la renovaci¨®n de ese orden, pero no vegetativa ni tan prudente, sino dirigida e impulsada por una fuerza pol¨ªtica profundamente innovadora. Humana y sicol¨®gicamente hay un ?talante? de derechas y otro de izquierdas que pueden evolucionar a lo largo de la vida, pero dentro de s¨ª mismos, de sus propias fronteras. Ni la derecha puede ser inmovilista, porque la pol¨ªtica es movimiento, ni la izquierda desenfrenada, porque la pol¨ªtica es prudencia. Son como el acelerador y el freno de algo que est¨¢ en marcha, y ambos hacen posible el movimiento mismo y su seguridad.
La pol¨ªtica de cada una de esas dos grandes fuerzas no es exclusiva. Ambas penetran rec¨ªprocamente en los respectivos ?programas?. Las derechas pueden hacer avances sociales t¨ªpicos de las izquierdas, y ¨¦stas pueden sobrepasar a las derechas en la autoridad y la disciplina. Los ejemplos m¨¢s significativos de lo uno y de lo otro, los dan los pa¨ªses totalitarios de derechas socializantes o de izquierdas autoritarias. Pero con todo, esos dos mundos est¨¢n, en sustancia, perfectamente diferenciados.
La posibilidad de la alternativa pac¨ªfica de esas dos fuerzas pol¨ªticas, es la esencia de la democracia, Porque cambios pol¨ªticos los ha habido siempre en la historia -no ha habido otra cosa-; pero cambios con mucha frecuencia te?idos de violencia y de sangre. Esto es tan real que precisamente uno de los fundamentos m¨¢s s¨®lidos de las monarqu¨ªas hereditarias, es el de dar resuelto el problema sucesorio de una manera natural, fija y estable, evit¨¢ndose, aunque con las excepciones de toda regla, el riesgo de las turbulencias en torno a la sucesi¨®n en el poder supremo.
Estas dos alas, si est¨¢n bien constituidas, ocupan del centro a la periferia del c¨ªrculo con que est¨¢ inscrito en sistema constitucional que est¨¦ vigente. Quedan fuera, en una y otra direcci¨®n, las fuerzas pol¨ªticas que est¨¢n m¨¢s all¨¢ -ultras- de ese c¨ªrculo, por cuanto no admiten ni el orden establecido ni su reforma: quieren, su destrucci¨®n y suplantaci¨®n. En esa estructura, el centro no tiene cabida como algo independiente y neutro.
Es el caso de los partidos Republicano y Dem¨®crata en los Estados Unidos, que no se rompen, dividen ni subdividen. sino que dejan siempre a salvo la sustancia de la unidad; cosa por lo visto inconcebible e impracticable para los espa?oles. La izquierda del partido Republicano y la derecha del partido Dem¨®crata se encuentran e incluso se solapan en el centro, centro que, por eso, no puede tener ni tiene entidad pol¨ªtica propia. Este fue tambi¨¦n el caso de la Inglaterra victoriana con los partidos Liberal y Conservador. Y asimismo pr¨¢cticamente la situaci¨®n de la Italia actual; y ¨¦sta puede llegar a ser, despu¨¦s de las pr¨®ximas elecciones, la situaci¨®n de Francia.
Estas dos posiciones -derecha e izquierda- tan est¨¢n en la naturaleza de la cosa pol¨ªtica que se dan lo mismo en los reg¨ªmenes democr¨¢ticos y liberales que en los de partido ¨²nico. Cada vez que en estos ¨²ltimos se produce una crisis pol¨ªtica (a su manera propia), se advierte, aun en esa unidad monol¨ªtica, la presencia de las dos tendencias, bajo otros nombres, con otros tratamientos -la facci¨®n perdedora pol¨ªticamente y a veces no s¨®lo pol¨ªticamente, es eliminada-, pero con la fisonom¨ªa inequ¨ªvoca de la derecha -respeto al orden (originariamente revolucionario) establecido y la izquierda, renovaci¨®n o transformaci¨®n dentro del mismo. Todo esto es tan conocido que no hacen falta citas hist¨®ricas ni nombres propios.
Cuando la derecha y la izquierda est¨¢n organizadas, pero deficientemente, queda por as¨ª decirlo un hueco en el centro, mayor o menor seg¨²n la fuerza real de los dos grandes partidos. Entonces surgen los partidos de centro. El denominador com¨²n de estos partidos, bajo diversos nombres, es el ?liberalismo?. No se definen como de. derechas o de izquierdas, son posiciones pragm¨¢ticas que, colocadas en el fiel de la balanza, se inclinan, coyunturalmente, a una u otra de las posiciones de fondo.
El volumen de estos partidos centro es, comparativamente, siempre peque?o, pero el peso espec¨ªfico puede ser y es, las m¨¢s de las veces, grande. Primero, porque su inclinaci¨®n a uno u otro de los grandes grupos, aunque minoritaria, puede sencillamente darles o quitarles el poder. Es lo que ocurre actualmente en el equilibrio de fuerzas parlamentarias en Alemania e Inglaterra. Segundo, porque la escasa cantidad la compensan con la calidad. Son grupos de ?¨¦lite? compuestos, en general, por personas muy cualificadas en sus profesiones o actividades intelectuales. Pueden compensar el menor peso electoral,con un mayor peso espec¨ªfico personal. Pero un gran partido centro no puede perdurar. El centro no puede aspirar a ser m¨¢s que centro derecha o centro izquierda. El punto centro no es m¨¢s que un puro lugar geom¨¦trico que no ocupa espacio m¨¢s que en los reducidos t¨¦rminos dichos.
No puede haber democracia con una derecha y una izquierda que en su rotaci¨®n en el Poder no respeten una continuidad en las opciones pol¨ªticas b¨¢sicas: pol¨ªtica exterior, respeto a las libertades formales y a los derechos humanos; equilibrio entre la sociedad y el hombre; econom¨ªa libre, pero sin liberalismo econ¨®mico ni estatificaci¨®n de la econom¨ªa; fiscalidad justa en el reparto de las cargas econ¨®micas, sin matar el est¨ªmulo de la iniciativa y el esp¨ªritu empresarial; verdadera libertad religiosa; acceso no discriminatorio a la ense?anza; seguridad social, etc¨¦tera. Si la izquierda se radicaliza en el marxismo y la derecha en el antimarxismo, se entra en un callej¨®n sin salida, un callej¨®n a la italiana pero sin la misma capacidad de ayuda exterior y sin el esp¨ªritu de compromiso, de flexibilidad y de sentido pol¨ªtico de los italianos. Maquiavelo no fue en vano florentino.
Vengamos al caso de Espa?a. En ?el aqu¨ª y ahora? electoral espa?ol hay muchas cosas conflictivas, pero la m¨¢s de entre ellas es la Uni¨®n del Centro. El centro ya exist¨ªa, en gestaci¨®n. Y era necesario coyunturalmente. Pero al hacerse con el valor a?adido -valor invaluable- que le da la incorporaci¨®n del presidente, el parto de esa gestaci¨®n ya no parece a muchos natural, sino con forceps, es decir, con la acci¨®n de la fuerza, del poder.
Que el presidente del Consejo de Ministros -dando ya por superado el problema t¨¦cnico- tiene derecho a presentarse ante el cuerpo electoral, es indudable. Que le convenga o no le convenga es dudoso, pero en todo caso es su problema. Que le convenga o no a Espa?a es otra cuesti¨®n, pero una cuesti¨®n que no tiene que ver con que se presente o no se presente sino con el uso o abuso que haga del Poder en el proceso electoral. El presidente tiene, adem¨¢s del Poder, su personalidad pol¨ªtica. Ambas cosas se pueden jugar en las elecciones, lo mismo directa que indirectamente, descubierta que encubiertamente. Creo que es mejor lo directo y lo descubierto siempre que se haga derechamente. De los medios con que cuenta el Poder, el m¨¢s importante es la televisi¨®n. Si de la televisi¨®n se hace un uso igualitario y equitativo por todos los partidos concurrentes, el buen fin en las elecciones se habr¨¢ conseguido en una importante medida. Sobre el uso de otros medios m¨¢s indirectos habr¨¢ que ejercer toda la presi¨®n necesaria sobre el Gobierno para que no interfieran en la manifestaci¨®n de la voluntad popular. Pero sin aspirar a unas elecciones ?pur¨ªsimas?; en todas las democracias, absolutamente en todas, intervienen diversos centros de poder -no solamente los del Estado- que en alguna medida las manipulan. En Espa?a, adem¨¢s del poder pol¨ªtico, hay otros ?poderes? de derecha y de izquierda. Con la confusi¨®n que se est¨¢ produciendo, el gran ganador es el marxismo. En ¨¦ste hay que distinguir dos cosas: los pa¨ªses comunistas, en donde se est¨¢ haciendo, a un gran costo humano, una enorme experiencia sociol¨®gica, y los partidos comunistas nacionales, como el espa?ol. Estos ¨²ltimos tienen un juego escas¨ªsimo en la pol¨ªtica de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, como superpotencia, y de los m¨¢s escasos, el Partido Comunista Espa?ol.
El peligro del marxismo no se cura con el antimarxismo. Eso es empezar el Credo por Poncio Pilatos. La Revoluci¨®n francesa tiene su origen en el agotamiento del antiguo r¨¦gimen y la frivolidad de Versalles. La rusa del diecisiete, en la incapacidad de la clase dirigente del pa¨ªs para darse cuenta de que el feudalismo zarista se hab¨ªa hecho inviable. La revoluci¨®n china, en la corrupci¨®n del r¨¦gimen de Chang Kaishek, y as¨ª sucesivamente. Si la derecha y la izquierda espa?olas no marxistas no toman conciencia de que es necesario un cambio profundo, no solamente formal pol¨ªticamente hablando, sino un cambio sociol¨®gico y moral en la vida espa?ola -como en general en la vida europea- no habr¨¢ rada que hacer. En definitiva, los problemas pol¨ªticos son en gran parte problemas de ¨¦tica pol¨ªtica, de sentido de la responsabilidad, de prudencia y de sosiego.
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