Gordos, in¨²tiles, dom¨¦sticos y aburridos pablorromeros
Antonio Jos¨¦ Gal¨¢n entr¨® a matar al quinto toro sin muleta. No es la primera vez que recurre a este innecesario y peligroso alarde, para arrancar los aplausos que es incapaz de provocar cuando torea.El ¨²nico pablorromero de embestida en cierto modo alegre, inofensivo como todos, hab¨ªa sido ese quinto de la tarde, de imponente estampa. La faena era de costadillo, sin ligar los pases, todos de vulgaridad absoluta. E interminable. Gran parte del p¨²blico protestaba. Hab¨ªa indignaci¨®n grande en ciertos sectores porque un toro de clase, sin problemas de ning¨²n tipo, parec¨ªa abocado a una muerte est¨²pida; pues un voluntarioso torero -aunque mal torero, al cabo- condenaba aquella embestida, que era ideal para crear arte, al trasteo ventajista e insulso, y al destajo. El destajo est¨¢ re?ido con el arte, como toreo no puede confundirse jam¨¢s con las habilidades de un pegapases.
Plaza de Las Ventas
Decimoquinta corrida de feria. Toros de Pablo Romero, muy bien presentados, bien armados. El quinto tom¨® con alegr¨ªa dos varas (la primera con carioca) y tuvo una embestida ideal. El resto, sin fuerza para cumplir en el primer tercio; algunos rodaban por la arena; inofensivos, aburridos, sin clase, en la muleta. En l¨ªneas generales fue un fracaso ganadero. D¨¢maso Gonz¨¢lez: Silencio. Algunos pitos. Antonio Jos¨¦ Gal¨¢n: Algunos pitos. Oreja muy protestada. Currillo: Aplausos y saludos. Aviso y silencio.Gran entrada. Presidi¨®, aparentemente sin criterio, el se?or Santa Ola?la. No debi¨® conceder la oreja, pues no hab¨ªa petici¨®n mayoritaria.
La pita era fuerte y generalizada, con mayores acentos en la andanada, como es f¨¢cil suponer. Pero alguien de sol hab¨ªa lanzado un sombrero al ruedo. Gal¨¢n lo recogi¨®, tir¨® la muleta y brind¨® a los de la andanada. Con el sombrero en la mano izquierda, empu?¨® la espada y se lanz¨® a tumba abierta sobre el testuz. Hundi¨® el estoque en lo alto -un poquit¨ªn trasero- y se apoy¨® en la empu?adura mientras el muy noble toro lo encunaba y lanzaba hacia lo alto. La pirueta result¨® limpia y el toro sali¨® muerto de la suerte ins¨®lita.
Hubo entre el p¨²blico primero un gran susto ante lo que podr¨ªa pasar con el alarde y luego el suspiro de alivio porque se hab¨ªa consumado con bien y eficacia. Muchos pidieron la oreja. No la mayor¨ªa. Las protestas continuaban yeran m¨¢s abundantes que las peticiones, y se o¨ªan gritos de todo tipo -?iEso no es torear!?, ?Queremos toreros, no suicidas!?, etc¨¦tera- que descalificaban toda la actuaci¨®n de Gal¨¢n. Pero el presidente, ouyas decisiones, toda la tarde, daba la sensaci¨®n que estaban totalmente en l¨ªnea con lo que pudiesen pedir los toreros, concedi¨® el trofeo. La vuelta al ruedo la dio Gal¨¢n entre fuertes aplausos y fuerte bronca. Y esos fueron los ¨²nicos momentos de pasi¨®n de la corrida.
Pues el resto constituy¨® un espect¨¢culo lamentable. La imponente fachada de los pablorromeros no se correspond¨ªa en absoluto con su fuerza ni con su casta. El ya mencionado quinto toro fue el ¨²nico que entr¨® con alegr¨ªa a los caballos. Los dem¨¢s no pudieron ni siquiera cumplir el tr¨¢mite del primer tercio, si no era con riesgo de rodar, desfallecientes, por la arena. Y aun sin cumplirlo, con una sola varita, se desfondaban tambi¨¦n. In¨²tiles reses, gordas a reventar, no aptas para la lidia. Lo m¨¢s parecido a un ganado de media casta -?qu¨¦ verg¨¹enza y qu¨¦ pena da decir tales cosas de un hierro con historia!-, jam¨¢s con mayor vivacidad que todas esas divisas comerciales tantas veces denigradas, y en muchas ocasiones con menos, andaban los, pablorromeros m¨¢s que embest¨ªan; entraban a los enga?os sin malicia, sin un s¨®lo movimiento feo de cabeza, sometidos, en la l¨ªnea del ganado dom¨¦stico, que podr¨ªa ser porcino, lanar, de cualquier especie, pero nunca de lidia. El toro de casta, bravo o manso, noble o marrajo, suave o ¨¢spero, es radicalmente distinto a esos animales de ayer, que no pod¨ªan taparse ni con el trap¨ªo. El fracaso no tiene paliativos.
Los tres espadas, ya de por s¨ª poco aptos para desgranar exquisiteces, lucharon, sin ¨¦xito, por suplir la falta de emoci¨®n de las embestidas; y como no pod¨ªan imprimir calidad, aportaron cantidad, con lo cual consiguieron hacer a¨²n m¨¢s densos los sopores de la tarde. Importa lo mismo decir D¨¢maso Gonz¨¢lez, Gal¨¢n o Currillo: no hay nada que analizar de su labor, nada que subrayar. Todo cuanto hicieron, jam¨¢s bueno, fue peor que malo: cay¨® en el olvido.
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