La duquesa y el rojo
Voy a almorzar a la embajada de Argelia y se comenta la recepci¨®n del d¨ªa de San Juan en el Palacio Real. Hace a?os que vengo a esta embajada a tomar el cusc¨²s. Hafida, la embajadora, fue guerrillera y mujer del desierto. Hoy es una de las damas que mejor reciben en Madrid.-La duquesa de C¨¢diz ten¨ªa verdadera curiosidad por conocer a Felipe Gonz¨¢lez -comenta alguien.
La duquesa y el rojo. Se me ha quedado la estampa de la duquesa y el mozo, socialista, como delicada l¨¢mina entre todo el anecdotario de la recepci¨®n. Me parece que es el ¨²ltimo rev¨¦s que sufre el franquismo. Franco, durante cuarenta a?os de anticomunismo y antisocialismo, no pudo prever ni evitar esto: la curiosidad p¨®stuma de su nieta por un pr¨ªncipe del pueblo, por un abogado socialista, por un joven que se ha llevado casi media Espa?a en las elecciones. Pero Carlos Saura est¨¢ a mi lado, sentado sobre la hierba, en el jard¨ªn de la embajada.
-Yo no creo en nada. Ya sabes que yo no creo en nada -dice.
No ando yo muy lejos del escepticismo bondadoso y creador de Carlos Saura, pero cuando a uno ya apenas si le quedan convicciones, a uno todav¨ªa le quedan emociones, Carlos, y yo gusto una fina emoci¨®n hist¨®rica y s¨¢dica en la estampa de la duquesa inclinada, loto de la aristocracia franquista, hacia el pozo oscuro del pueblo que se encierra en Felipe.
Porque esa curiosidad de la neoduquesa por el socialista supone que, al fin, hubo gap generacional en la familia-piloto de Espa?a, que fue durante muchos a?os la familia de Franco, un hogar de varias generaciones en el que no hab¨ªa tensi¨®n ni fisuras. Franco nos salv¨® a todos los espa?oles del peligro socialista, pero no ha podido salvar a su nieta de la curiosidad por un socialista. Lo m¨¢s duro sobre el franquismo lo dijo Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde, que ahora vuelve a su c¨¢tedra de Est¨¦tica:
-Cuando no hay ¨¦tica, sobra la est¨¦tica.
Y cogi¨® puerta. Yo no le dir¨¦ a mi admirado Valverde (que acaba de enviarme un libro, como heraldo blanco de su regreso) aquello que me dijo en Par¨ªs Andr¨¦ Gide, bujarr¨®n genial cuando yo estaba en Francia de monedero falso:
-Mon petit, mi ¨¦tica es mi est¨¦tica.
Pero s¨ª les dir¨ªa, a Saura y a Valverde, que hay una delicada est¨¦tica en ese momento ¨¦tico e hist¨®rico en que la duquesa nieta alarga su blanco cuello, ya borb¨®nico, para conocer a Felipe Gonz¨¢lez, para mirar el rostro verdadero del pueblo espa?ol, que abuelito le hab¨ªa ocultado tantos a?os.
Luc¨ªa junio en Puerta de Hierro y el embajador de Argelia se hab¨ªa ido a jugar al ajedrez con el embajador de Francia, ambos tirados sobre la hierba. Dos hombres que un d¨ªa se revolcaron en trincheras opuestas, por la causa ya finisecular del imperialismo y el antimperialismo, se revuelcan hoy en una partida de ajedrez, despu¨¦s del cusc¨²s oriental de Hafida, que es como un postre para Rabindranah Tagore. Un hombre y una mujer casi de la misma edad -la nieta del dictador y el triunfador de las elecciones- han cruzado una mirada moment¨¢nea bajo el protocolo borb¨®nico del Palacio de Oriente. La Historia es fundamentalmente ir¨®nica y acaba burl¨¢ndose siempre de los imperialistas y de los dictadores. La Historia se resuelve en una partida de ajedrez.
-En Catalu?a s¨ª que ha gando plenamente la izquierda -me dice M¨®nica Randall, bella y entusiasta, sentada tambi¨¦n en la hierba de la embajada.
La amada de Huidobro era tan bella que no sab¨ªa hablar. M¨®nica es tan bella que cree en la pol¨ªtica. Las lecciones de iron¨ªa que da la pol¨ªtica todav¨ªa se le escapan a M¨®nica, siendo lista como es. Pero ah¨ª est¨¢n esos dos hombres jugando al ajedrez. La guerra de Argelia, la OAS, De Gaulle, los paracaidistas y todo aquello se hicieron para que un argelino y un franc¨¦s jueguen hoy al ajedrez, al sol mon¨¢rquico de Puerta de Hierro. Tres a?os de guerra civil espa?ola y cuarenta a?os de dictadura y represi¨®n han servido para que la nieta del dictador se asome por fin, con curiosidad femenina, a los ojos oscuros del hondo pueblo espa?ol.
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