La m¨²sica enraizada: un problema de dogmatismo musical
Ultimamente se viene hablando mucho entre nosotros de un ente que responde al nombre de m¨²sica enraizada. ?Enraizada?, ?d¨®nde?, es la primera pregunta que asalta al lector no versado en esta fraseolog¨ªa. Debemos suponer que enraizada en nuestro m¨¢s aut¨®ctono folklore, venga ¨¦ste de donde venga. Tampoco parece muy claro de qu¨¦ m¨²sica se trata, pero en principio podemos intuir que se est¨¢ hablando de algo parecido al rock.
Hundidos el rock ingl¨¦s y americano en la m¨¢s absoluta mediocridad, habi¨¦ndose hartado e p¨²blico de figuras que pasean su casi ancianidad por plazas de toros y enormes coliseos ocult¨¢ndose la verdadera m¨²sica detr¨¢s de un fasto electr¨®nico-visual, que muchas veces carece de sentido, la juventud espa?ola tanto como las de otros pa¨ªses busca desesperadamente nueva formas con las que identificarse.Uno de los caminos posibles s encuentra en la m¨²sica popular tradicional. Bailes, canciones marchas y todo lo dem¨¢s son un terreno virgen que cualquier adaptador habilidoso puede explorar. Y no es que yo quiera decir que la m¨²sica enraizada sea un invento comercial m¨¢s, ni mucho menos. Yo lo ¨²nico que opino es que detr¨¢s del nombre se encubre la trampa, y que esa trampa consiste en hacer pasar por enraizado lo que a veces no es sino una fusi¨®n superficial de algunas l¨ªneas mel¨®dicas y, r¨ªtmicas del folklore andaluz, catal¨¢n o marroqu¨ª, con otras provenientes del Jazz o del rock. A partir de la aceptaci¨®n por parte de algunos cr¨ªticos de la veracidad, inter¨¦s y enjundia de todas las producciones discogr¨¢ficas que suenen a sevillanas, se va concretando un rechazo total de otras f¨®rmulas musicales no tan aut¨®ctonas. Se trata, en resumidas cuentas, de hacer avanzar una cierta xenofobia musical.
Zeleste y el Garrot¨ªn
Todo empez¨® cuando, hace ya bastantes a?os, alg¨²n grupo progresivo sevillano como Smash intent¨® combinar f¨®rmulas aflamencadas con su producci¨®n habitual. El. intento de Smash no fructific¨® como debiera y durante bastante tiempo (aproximadamente desde 1970 hasta 1974) nuestros m¨²sicos se dedicaron con gran fruici¨®n a copiar a los grupos extranjeros que comenzaban a visitar nuestro Estado. Surgieron as¨ª nombres como la Orquesta Mirasol (que realizaba un jazz-rock bastante al estilo de Herbie Hancock) o la Compa?¨ªa El¨¦ctrica Dharma, que en sus principios se hallaba enormemente influenciada por Miles Davis, padre mentor de gran parte del jazz actual. Alrededor de Zeleste, un local en el que lo mismo podemos tomar una copa escuchando buena m¨²sica a trav¨¦s de un bien instalado equipo de sonido, que ver casi todos los d¨ªas de la semana la actuaci¨®n de alg¨²n grupo, se va creando un montaje, art¨ªstico primero y comercial despu¨¦s, que definir¨¢ lo que se podr¨ªa llamar foco catal¨¢n. Existen grupos aislados que no pertenecen a la cuadra Zeleste, pero exceptuando Iceberg (tal vez el que mayores masas arrastra, junto a la Dharma), los dem¨¢s no han conseguido gran cosa.En Sevilla, por su parte, y continuando la estela de Smash, ha surgido gente que, como Gualberlo o Triana (aunque ¨¦stos viven en Madrid), intentan salirse de los c¨¢nones del rock para acercarse a la m¨²sica de su tierra.
Madrid
EI polo madrile?o, sin embargo, conoce poco de ese enraizamiento. No pod¨ªa ser de otra forma en una urbe donde el desarraigo es norma. Lo que predomina aqu¨ª es el rock por derecho cuanto m¨¢s brutal y primitivo, mejor. Las pocas islas de m¨²sica m¨¢s compleja que existen no son sino la excepci¨®n de la regla anterior.Y de esta forma ya tenemos planteado el tema. Mientras muchos catalanes y otros tantos sevillanos (agrupados discogr¨¢ficamente en Zeleste y en Gong, sobre todo), buscan la renovaci¨®n de su m¨²sica en ritmos y melodias populares que devuelvan la identidad y el esp¨ªritu aut¨®ctono a sus obras, los madrile?os buscan ese esp¨ªritu en la boca de las alcantarillas o en los tubos de escape de cualquier autob¨²s anticontaminante. Estas son unas ra¨ªces como otras y resulta en verdad problem¨¢tico que el joven madrile?o se sienta visceralmente identificado con unos buc¨¦licos madrigales.
Colonialismo
Podr¨ªa arg¨¹irse que el rock, tal y como practican nuestros grupos, es un subproducto m¨¢s del imperialismo saj¨®n. Sin embargo, ser¨ªa cuesti¨®n de tener en cuenta que las condiciones sociales que engendraron este rock en Estados Unidos comienzan a darse ahora entre nosotros, exactamente igual que los supermercados, los grandes almacene! o las hamburguesas. Estos son hechos que sobrepasan en mucho a las objeciones voluntaristas de un individuo y responden a una estructura econ¨®mica que se da aqu¨ª, en Am¨¦rica y en Finlandia. Resulta, en resumidas cuentas, que las ra¨ªces se hincan en la realidad, que las ra¨ªces dependen del lugar donde crece la planta y que lo ¨²nico que debi¨¦ramos hacer los as¨ª llamados cr¨ªticos es facilitar la expresi¨®n espont¨¢nea de la gente, comprendi¨¦ndola en su contexto y no dogmatizando desde nuestra infatigable imaginaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.