De la raz¨®n cr¨ªt¨ªca a la cr¨ªtica de la raz¨®n
Las trescientas y pico p¨¢ginas de este ensayo representan, por el momento, el m¨¢s destilado producto de la actividad intelectual de su autor. En ellas se dan la mano sus viejas ocupaciones con la religi¨®n, la teor¨ªa sociol¨®gica, el Estado, la burocracia, y, en general, con el sentido y el ser de eso que se llama, en nuestro critico tiempo, raz¨®n cient¨ªfica.El libro se presenta, m¨¢s modestamente de lo que era su intenci¨®n original, como una ?m¨ªnima investigaci¨®n de la conexi¨®n estructural entre "raz¨®n" y "dominaci¨®n" a lo largo de la historia social del pensamiento occidental? de los griegos -o, m¨¢s propiamente, de la invenci¨®n de la escritura- a nuestros d¨ªas. No es una historia de la teolog¨ªa, la filosof¨ªa o el pensamiento pol¨ªtico; m¨¢s bien toma a estas historias como objeto ?emp¨ªrico? del an¨¢lisis. Tampoco es una pieza m¨¢s de ?sociolog¨ªa del conocimiento?, particularmente ambiciosa, pero m¨¢s o menos convencional; le sobra el planteamiento, para no ser m¨¢s que eso, una concepci¨®n de la historia que excluye la aceptaci¨®n de niveles privilegiados -pol¨ªticos, econ¨®micos o ideales- que sirvieran como explicantes, y tambi¨¦n le falta la aceptaci¨®n de una l¨®gica de la evoluci¨®n humana externa o subyacente a lo que es el objeto del discurso del libro; pues el fin de ¨¦ste es, precisamente, patentizar el contexto en que se produce y se desarrolla el discurso de la raz¨®n, es decir, pensar estos l¨ªmites externos de la raz¨®n diciendo racionalmente su conexi¨®n con ella.
Carlos Moya
De la ciudad y de su raz¨®n Planeta, 1977 (Premio Benalm¨¢dena de ensayo, 1977).
Dominaci¨®n m¨ªtica
As¨ª, la g¨¦nesis de la raz¨®n en la antigua Grecia se muestra inseparable de la institucionalizaci¨®n del lenguaje escrito en el seno de la polis, como lenguaje de dominio p¨²blico que deja de ser el monopolio de una casta de escribas sacerdotales. En la misma polis, como organizaci¨®n en el espacio de un proyecto de denominaci¨®n sobre al azar rural del eterno retorno de la naturaleza, se perfilan, a un tiempo, la familia patriarcal y la democracia, la esclavitud y el comercio, el dinero y el imperio mar¨ªtimo ateniense. La raz¨®n occidental se constituye y se desarrolla en el seno de una trascendencia colectiva religiosamente expresada (Durkheim); su l¨®gica es la de la secularizaci¨®n del mundo (Weber), dando muerte a los dioses y a Dios mismo (Nietzsche), y su origen y su fin se encuentran en la fundante escisi¨®n entre hombre y naturaleza (Freud), es decir, en la salvaci¨®n de la muerte, en la permanencia frente al azar, ordenando, la reproducci¨®n de la vida social desde el espacio urbano (Marx). En el Derecho Romano, en la teolog¨ªa medieval, en la raz¨®n moderna, desde Descartes a Lacan y Levy-Strauss, el libro va siguiendo esta conexi¨®n estructural entre raz¨®n y legitimaci¨®n m¨ªtico-religiosa de la dominaci¨®n pol¨ªtica: la raz¨®n como logos teol¨®gico-pol¨ªtico.Est¨¢bamos acostumbrados a concebir esta conexi¨®n como oposici¨®n entre la luz y las tinieblas, y su doloroso resultado como el progreso. La Escuela de Francf¨®rt nos avis¨® de c¨®mo la destrucci¨®n de los mitos se convierte ella misma en dominaci¨®n m¨ªtica, y propuso una raz¨®n negativa, que refugi¨® en el instinto en el lenguaje o en la exterioridad a lo establecido. Moya va desentra?ando c¨®mo el discurso ?teol¨®gico-pol¨ªtico?, legitimador del orden de la dominaci¨®n, es el ?I¨ªmite epistemol¨®gico?, el ?supuesto trascendental? (Kant), la condici¨®n necesaria de la raz¨®n misma, que vive de la destrucci¨®n de este discurso. Seg¨²n ello, la ?superstici¨®n? no es s¨®lo el enemigo de la raz¨®n, sino, en cuanto trascendencia colectiva, la condici¨®n epistemol¨®gica de la posibilidad de la misma, que viviendo de demoler la Teolog¨ªa, acaba en nuestros tiempos convirti¨¦ndose en teolog¨ªa negativa. Este hilo, conductor de todo el libro, de los ?l¨ªmites mitol¨®gicos? permite a Moya evitar, en cierto modo, la abstracta oposici¨®n entre raz¨®n negativa y positividad establecida a que se ve¨ªan reducidos los de Francfort. La sociedad -el Estado- actual es el cumplimiento pr¨¢ctico del sue?o de la raz¨®n, de la muerte de Dios. Soberana realidad estructurante, la abstracci¨®n encarnada en la racionalidad presuntamente formal de la dominaci¨®n tecnoburocr¨¢tica crea y mantiene efectivamente su objeto -la naturaleza- y su presunto sujeto -el hombre- como la condici¨®n de su propia reproducci¨®n. As¨ª, mientras el estructuralismo anuncia la muerte del hombre, la ilusi¨®n del sujeto, la Ecolog¨ªa se nutre de la ilusi¨®n de una resurrecci¨®n de la naturaleza, y los economistas radicales americanos coinciden con los del Club de Roma en sacar la ¨²ltima consecuencia propugnando el crecimiento cero, la reproducci¨®n simple del sistema, eterno retorno por fin invertido de las cosas de la naturaleza en la estructura del Estado. Pero entonces tenemos claro en este Estado el supuesto del que debe partir todo nuevo discurso cr¨ªtico de la raz¨®n que pretenda volver a superar sus propios l¨ªmites m¨ªticos, ahora inmanentes a su misma encarnaci¨®n en el Estado.
La nueva raz¨®n
Gracias a este planteamiento, la obra no nos deja en la apor¨ªa de la mera negatividad, al menos en un sentido. Pues, por otro lado, me parece que tiende a ?absolutizar su lenguaje en t¨¦rminos excluyentes?, y acaba sucumbiendo a la vieja tentaci¨®n de creer que la dial¨¦ctica viva en el pasado se ha petrificado en el presente, como si el mundo estuviera realmente clausurado y fuera absoluta y sin fisuras la reducci¨®n del lenguaje a la raz¨®n, de la raz¨®n al Estado y a ¨¦ste de toda materialidad y de todo movimiento. Por ello, buscando una salida, al final de la obra se viene a dar marcha atr¨¢s; tras haber declarado anulada la privacidad, se vuelve a la privacidad para ver de reinventar la vida desde ella; tras haber declarado mercantilizada la carne, se vuelve a la carne, ?natural y sensible?, en busca de un nuevo ?l¨ªmite trascendental? para la nueva raz¨®n.Como si olvidara que ese l¨ªmite trascendental de toda existencia social que es el deseo humano es el que alienta en la poes¨ªa o en la religi¨®n, hecho fantas¨ªa, y tambi¨¦n, hecho poder extra?o, en la raz¨®n y el Estado actuales; como si olvidara que se trata de recuperar el deseo as¨ª alienado en la objetividad a¨²n viva, y no s¨®lo de oponer al deseo enajenado la inmediata y abstracta identidad entre deseo y vida. En la coherencia implacable del discurso con que la raz¨®n concluye la necesidad de pensarse a s¨ª misma, Moya ha introducido una fuga final que ?s¨®lo? puede interpretarse como momento po¨¦tico-fant¨¢stico de la subjetividad del autor, que quiz¨¢ toma as¨ª una revancha moment¨¢nea del discurso que habla en su escritura.
El estilo
Una ¨²ltima palabra sobre el estilo, que tiene gran importancia. Goza y padece de una cierta borrachera de descubrimiento, e, inevitablemente, se la hace padecer al lector, que no llegar¨¢ a gozarla si se acerca al libro con ¨¢nimo meramente anal¨ªtico; y no porque la obra no resista este tipo de acercamiento; lo resiste, pese a la necesaria arbitirariedad en la selecci¨®n de ?figuras de la raz¨®n? y al desarrollo sincopado del tema; sorprende, de hecho, constatar que, en medio de la mara?a sint¨¢ctica, los adjetivos o los adverbios son precisos y estricta mente necesarios. Si no porque quiz¨¢ no llegar¨ªa al punto funda mental, la pretensi¨®n de trascendender los l¨ªmites del lenguaje dentro de cuya opacidad ¨²ltima resulta claro el discurso cient¨ªfico que entendemos sin esfuerzo. La sintaxis se complica en este libro m¨¢s a¨²n de lo ya habitual en su autor, los t¨¦rminos se estiran connotativamente, sujetos y predicados se trastuecan, se marcha continuamente de la met¨¢fora a la explicaci¨®n sin que muchas veces se llegue y desde luego, las may¨²sculas proliferan desmesurada e irritantemente. Es el precio que el autor ha pagado por la inusitada audacia de querer pensar radicalmente, en lenguaje racional y cr¨ªtico (no cartesiano, ni cortesano), la frontera irracional de todo discurso, por convertir en texto de la escritura racional, no ya su contexto irracional, sino la misma relaci¨®n entre ambos.
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