La responsabilidad de los cient¨ªficos
DOS RECIENTES informes han causado sensaci¨®n en la comunidad cient¨ªfica norteamericana y aparecido en las cabeceras de los peri¨®dicos de ese pa¨ªs, aun cuando hasta el momento no se hayan observado reacciones de la opini¨®n p¨²blica. Ese contraste entre la posible gravedad de las consecuencias de dichos informes y la pasividad de la opini¨®n es, de por s¨ª, un tema de reflexi¨®n. Pero a ¨¦l caben a?adir unas consideraciones sobre la responsabilidad de los cient¨ªficos y el grado de responsabilidad social a que este importante grupo deber¨ªa estar sometido.Resumamos esos dos informes,.
El director del Comit¨¦ para la Contaminaci¨®n en altitudes elevadas de la Administraci¨®n Federal de Aviaci¨®n de Estados Unidos indic¨®, el pasado 18 de julio, que los prototipos de aviones existentes no constituyen un peligro para la capa de ozono que protege Ia atm¨®sfera. Esas manifestaciones contradicen los temores existentes en gran parte de los especialistas y que hab¨ªan sido respaldados por estudios muy serios. Seg¨²n dichos trabajos, los aviones subs¨®nicos y supers¨®nicos estimulan reacciones que tienden a reducir el ozono existente en la atm¨®sfera baja. Ello permite que una proporci¨®n creciente de los rayos ultravioletas del Sol alcancen nuestro planeta. siendo una de sus posibles consecuencias un incremento del c¨¢ncer de piel.
Pues bien, los estudios citados parecen contradecir esa posibilidad. A cambio de esta buena noticia, los mismos cient¨ªficos se muestran alarmados por la nefasta influencia que los fluorocarbonos est¨¢n teniendo sobre esa misma capa de ozono. Seg¨²n sus c¨¢lculos, dichos elementos, acumulados en la atm¨®sfera por varias causas -sprays, refrigerantes y otros usos industriales- son la principal amenaza para el ozono.
Sin cambiar de pa¨ªs cambiemos de tema. El Comit¨¦ de Estudios Geof¨ªsicos de la Academia Nacional de Ciencia present¨®, hace dos semanas, un informe en el cual se advert¨ªa de los peligros inherentes a un incremento en el uso de los combustibles de origen f¨®sil, especialmente el carb¨®n. De acuerdo con sus conclusiones, si la Humanidad sigue utilizando carb¨®n al mismo ritmo que en los ¨²ltimos doscientos a?os, es de temer que para el siglo XXII los aumentos de di¨®xido de carbono en la atm¨®sfera hayan ocasionado una subida de 5,2 grados cent¨ªgrados en la temperatura media del planeta.
Las consecuencias de este hecho ser¨ªan desastrosas. El recalentamiento de la atm¨®sfera obligar¨ªa a trasladar los cultivos agr¨ªcolas, en los que reposa la alimentaci¨®n humana, a zonas m¨¢s altas, abandonando as¨ª las tierras m¨¢s productivas. La fauna marina se empobrecer¨ªa, pues el calentamiento del agua impedir¨ªa la circulaci¨®n de corrientes marinas que a?aden factores nutritivos a las capas m¨¢s superficiales del mar, por otro lado el cono helado del oc¨¦ano Artico estar¨ªa expuesto a un deshielo, con el consiguiente riesgo de una subida de la superficie de las aguas de los oc¨¦anos en unos, cinco metros. Aun cuando, como es habitual, los cient¨ªficos expusieron sus hip¨®tesis con la m¨¢xima circunspecci¨®n, los catastr¨®ficos resultados que se derivar¨ªan de su cumplimiento no pueden pasar inadvertidos. Como tampoco ha pasado inavertida la alegr¨ªa con que los partidarios del desarrollo de la energ¨ªa nuclear han acogido la noticia.
En todo caso, dos consecuencias se derivan estos informes. En primer lugar, ambos aportan conclusiones diferentes de las aceptadas hasta hoy. Se hab¨ªa cre¨ªdo que los vuelos a altitudes elevadas constitu¨ªan un peligro para la capa de ozono. Ahora, en pleno debate del Concorde, un grupo de cient¨ªficos indica lo contrario. De forma similar, cuando la opini¨®n p¨²blica, alertada por los grupos ecol¨®gicos, empieza a sensibilizarse ante los posibles peligros del uso industrial de la energ¨ªa at¨®mica, otro informe cient¨ªfico se?ala que la amenaza viene de otro lado. ?Simple coincidencia? Muy probablemente, pero la duda obliga a algunas matizaciones.
Ante todo, debe decirse que, a pesar de los incre¨ªbles avances experimentados por el conocimiento cient¨ªfico, dada la complejidad de ¨¦ste, los cient¨ªficos no siempre est¨¢n en situaci¨®n de formular las hip¨®tesis apropiadas y, adem¨¢s, en muchas ocasiones, aunque fueran capaces de ello, no podr¨ªan proseguir su trabajo por falta de los medios adecuados para analizar y testar esas hip¨®tesis. Los informes citados reposan, precisamente, en hip¨®tesis no plenamente confirmadas por la observaci¨®n y la experiencia.
El otro punto se refiere a la responsabilidad social de los cient¨ªficos. La historia de la ciencia ofrece per¨ªodos, la mayor¨ªa cabe decir, en los cuales la comunidad cient¨ªfica ha estado excesivamente dominada por la presi¨®n de la comunidad o de ciertos grupos que sol¨ªan arrogarse su representaci¨®n. La libertad es componente b¨¢sico de la innovaci¨®n y ¨¦sta constituye el pilar en que reposa el progreso cient¨ªfico. Pero los profesionales de la ciencia, los cient¨ªficos, no viven aislados del mundo que les rodea. Y por tanto, inmunes a presiones e intereses. Esta interdependencia, que algunos de ellos se empe?an absurdamente en negar es la que a ellos les obliga y a la comunidad justifica para exigirles responsabilidades. Al fin y al cabo, nadie sabe si las consecuencias de cierias experiencias cient¨ªficas no estar¨¢n poniendo en grave peligro la supervivencia de la Humanidad.
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