Signos de identidad
Nacido en Munich en 1942, Werner Herzog es, hoy por hoy, con Fassbinder y Kluge, uno de los m¨¢s conocidos representantes del nuevo cine alem¨¢n y, a la vez, uno de sus m¨¢s originales creadores. Su biograf¨ªa complicada y fuera de lo com¨²n, mezcla de aventura, estudios cl¨¢sicos y formaci¨®n autodidacta, aflora en su carrera cinematogr¨¢fica ya rica en t¨ªtulos y en la que participa de corrientes art¨ªsticas ajenas a lo puramente narrativo, aportando al esquema riguroso de sus obras anotaciones teatrales, filos¨®ficas o ambientales m¨¢s o menos ex¨®ticas que, a veces, van desde las islas del Egeo hasta las cumbres nevadas de los Andes. Tal exotismo y un cierto af¨¢n por ahondar en la aventura del hombre, m¨¢s que ante el riesgo ante las razones de su propio destino, explican, quiz¨¢ el ¨¦xito de sus filmes entre los j¨®venes que acuden desde su iniciaci¨®n a este ciclo en el que el realizador, copiando el t¨ªtulo de su primer largometraje, con este filme comienza a dar fe de su vida cinematogr¨¢fica.
Signos de vida
Direcci¨®n, gui¨®n y producci¨®n Werner Herzog.Fotograf¨ªa: Thomas Much M¨²sica. Stavros Xarchacos. Int¨¦rpretes: Peter Brogle, Wolfgang Reichman. Athina Zacharopoulou. Rep¨²blica Alemana. 1967. Blanco y negro. Dram¨¢tica. Local de estreno: Duplex 1
A pesar de basarse lejanamente en un diario de guerra que a su vez sirvi¨® de inspiraci¨®n a Achim von Arnim para escribir su novela El inv¨¢lido loco del fuerte Ratoneau, el filme de Herzog con su mundo absurdo bajo el sol, en el castillo in¨²til que domina la ciudad de Kos, tiene que ver m¨¢s con Camus que con otro escritor cualquiera. Aqu¨ª, entre las defensas que ya nada defienden, a solas ante la ciudad, ni siquiera enemiga, los tres soldados alemanes del relato tratan de hallar una justificaci¨®n a su existencia, inventando trampas para cucarachas, intentando descifrar antiguas inscripciones o fabricando in¨²tiles fuegos artificiales.
El protagonista principal, a fuerza de no hallar tal sentido a su existencia, acabar¨¢ por volverse extra?o a los dem¨¢s, extranjero ante su mujer y ante s¨ª mismo. Rebelde sin causa aparente, frustrado sin emprender acci¨®n ninguna, intentar¨¢ liberarse por ¨²ltima vez, solicitando una misi¨®n por las sierras vecinas. Tal misi¨®n, sin embargo, el descubrimiento imprevisto de un valle poblado de cientos de molinos, vendr¨¢ a ser causa inmediata de su locura y rebeli¨®n final contra sus superiores, y el universo todo, incluidos sus antiguos compa?eros.
Como el personaje de Camus, se dir¨ªa que acaba descubriendo como s¨®lo rebel¨¢ndose puede el hombre hallar sentido a un mundo privado de ¨¦l, absurdo y muerto y. por tanto, enemigo. Ello le llevar¨¢ a la condici¨®n de h¨¦roe del relato, en su doble vertiente de toma de conciencia y desesperaci¨®n, en la f¨¢bula de su cerco irreal a la ciudad con coronas de fuegos artificiales, en el desenlace que no llegamos a ver, que se nos cuenta tal como suele suceder en la muerte de los mitos cl¨¢sicos.
Filmada con medios limitados, ni m¨¢s ni menos que aquellos que la historia exige, esta pel¨ªcula de Herzog esconde en su aparente ascetismo una rica vena de valores visuales entre los que destacan el ambiente de la ciudad, el mar griego o las calles del puerto vac¨ªas, abrasadas de sol o repletas de tipos que juegan, charlan o esperan no se sabe qu¨¦ imprevistos acontecimientos. Toda la primera parte, en lo que tiene de exposici¨®n, resulta extremadamente eficaz en el planteamiento de la historia, que si m¨¢s adelante resulta a veces ingenua o algo premiosa, por culpa, sobre todo, de un narrador omnipresente, vuelve a alzarse m¨¢s tarde con la locura del protagonista principal que a cuantos conocen otras obras posteriores de Herzog recordar¨¢ sin duda, la del vizca¨ªno Aguirre y sus Mara?ones en, las jornadas m¨ªticas tambi¨¦n en la conquista de Am¨¦rica.
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