La austeridad, una cuesti¨®n de estilo
ESPA?A ATRAVIESA una de las m¨¢s dif¨ªciles crisis econ¨®micas de su historia contempor¨¢nea. De las situaciones, graves y concatenadas, que producen a diario el paro, la inflaci¨®n y el desequilibrio exterior, no se puede salir sin una pol¨ªtica en¨¦rgica de saneamiento y, en algunos casos, de cirug¨ªa. Pero, adem¨¢s de aplicar un plan de transformaci¨®n de nuestra econom¨ªa, es necesario reformar la mentalidad colectiva y devolverle los buenos h¨¢bitos de austeridad. La austeridad es una conducta econ¨®mica, pero tambi¨¦n una cuesti¨®n de buen estilo nacional. Este fue un pa¨ªs corrupto en ciertas alturas, pero razonablemente austero en sus costumbres, hasta que el primer desarrollo econ¨®mico de nuestros tecn¨®cratas llen¨® el pa¨ªs de despilfarros. Era la ¨¦poca en que los ministros econ¨®micos iban uniformados con las mismas corbatas francesas, cuando los mandos intermedios de la Comisar¨ªa del Plan cruzaban a almorzar, como por norma, al restaurante m¨¢s caro de Madrid, cuando los jerarcas de la econom¨ªa se bronceaban en los yates de los especuladores ind¨ªgenas en la Costa del Sol. Con los planes de desarrollo naci¨® en la alta Administraci¨®n franquista un estilo de hacer -en su lenguaje, en su vestimenta, en sus dispendios y costumbres- fundamentalmente cursi, que viv¨ªa a mil leguas de las realidades y las estrecheces de los espa?oles de a pie. Los arbitristas de entonces se justificaban arguyendo que tanta alegr¨ªa se fundaba en un cierre de ejercicios con signo positivo. La cosa es discutible, porque pocas cosas m¨¢s artificiales nos ha deparado nuestra reciente historia que los desarrollos del carrerismo.En tiempos todav¨ªa recientes, antes de noviembre de 1975, se extendieron distintas corruptelas en la vida pol¨ªtica del pa¨ªs. As¨ª, lleg¨® a hacerse h¨¢bito que toda naviera regalara en cada botadura de un nuevo barco una alhaja importante a la dama m¨¢s o menos egregia que estrellara la botella inaugural contra el casco. Con el tiempo, en vez de una alhaja se pas¨® a enviar, directamente, un cheque. La cosa lleg¨® a hacerse tan habitual, que los altos niveles apenas se sorprend¨ªan. ?Pero ?qu¨¦ hay de malo en ello??, se preguntaba inocente un ex ministro que adornaba su casa con diecis¨¦is cuadros depositados sine die en ella por el Patrimonio Nacional.
Pero hoy, en cualquier caso, los tiempos son diferentes. Y ha llegado el momento de la austeridad, ahora de verdad.
Es indispensable que el poder predique con el ejemplo. Y no ya por el ahorro efectivo que ello suponga en cifras, sino por la necesidad de imbuir el ambiente de una cierta ejemplaridad. Por eso, los espa?oles se sorprenden hoy al saber que don Adolfo Su¨¢rez ha salido a pescar, en la costa catalana, escoltado por dos buques de la Armada. Y se alarman al saber que tal ministro utiliza un avi¨®n especial para un desplazamiento que se podr¨ªa hacer dignamente en l¨ªnea regular. Y desconf¨ªan cuando se anuncia que los ocho secretarios de las nuevas Cortes tendr¨¢n ch¨®fer y coche oficial. No se trata s¨®lo de ahorrar un poco de gas¨®leo, gasolina o queroseno, sino de solidarizarse con un pueblo que vuelve a angustiarse con los precios y el desempleo. La democracia es tambi¨¦n una cuesti¨®n de estilo. Sus presupuestos deben basarse en la transparencia, la austeridad y el respeto al dinero del contribuyente. La nueva etapa iniciada hace a?o y medio debe distinguirse netamente del estilo pretencioso, derrochador, falsamente ejecutivo y un poco hortera que caracteriz¨® los a?os postreros de la tecnocracia franquista.
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