Andr¨¦ Breton y las ideas est¨¦ticas de Trotski
El a?o en curso conmemora el trigesimos¨¦ptimo aniversario de la muerte de Leon Trotski, y no deja de ser s¨ªntoma, mejor que casualidad, que el recusable asesinato del ex l¨ªder sovi¨¦tico viniese a coincidir con la andanza festiva de Andr¨¦ Breton por las rutilantes avenidas de Nueva York, en compa?¨ªa de Max Ernst, Masson... y nuestro inefable Dal¨ª. Merced a unas u otras causas (peregrinas, muchas de ellas) es lo cierto que la peripecia est¨¦tica y la acci¨®n pol¨ªtica hab¨ªan hallado, meses atr¨¢s, eventual confluencia, como a la postre hab¨ªan de quedar definitivamente emparentados en la historia del surrealismo, o en uno de sus m¨¢s recurridos episodios los nombres del clarividente revolucionario ruso y del variopinto poeta franc¨¦s.
?Fue Breton un aut¨¦ntico trotskista, o simplemente se vali¨® de la heterodoxia del trotskismo para justificar, tras devaneos mil, su ruptura con la ortodoxia del comunismo, estaliniano? Aun a sabiendas del riesgo que supone reducir a una sola y llana cuesti¨®n una relaci¨®n tan compleja e historiada, a ella limitar¨¦ este comentario ocasional y conmemorativo. Desde una perspectiva actual, y cotejados los sucesivos manifiestos y alternativas del padre del surrealismo, cabe de entrada afirmar que su estrat¨¦gica relaci¨®n con Trotski obedece, de una parte, al prestigio personal del viejo revolucionario, y resume, de otra, un pu?ado de afinidades m¨¢s ac¨¢ o m¨¢s all¨¢ del es cueto acontecer pol¨ªtico.No, Breton no apost¨®, al borde de la encrucijada, por el trotskismo. Se lo jug¨® todo a la carta per sonal de Trotski, tanto por su pre dicamento, pese a su heterodoxia, entre el movimiento obrero (certificado suficiente de una actitud revolucionaria, acorde con los tiempos) como por su particular concepci¨®n e interpretaci¨®n del hecho art¨ªstico (refrendo de cualquier propuesta vanguardista, reacia a la imposici¨®n dogm¨¢tica, a la consigna). Si faltaba un motivo para consumar el feliz y mutuo entendimiento, no tardar¨ªa en proporcion¨¢rselo Stalin con la imposici¨®n del realismo socialista, merecedor de inmediata repulsa por parte de ambos.
En la figura solitaria de Trotski coincid¨ªan, dato no siempre subrayado, la entrega a la revoluci¨®n y la preocupaci¨®n por el arte. Ni en sue?os (feudo predilecto de Br¨¦ton) pod¨ªan present¨¢rsele una ocasi¨®n y un personaje tan propicios para orillar el callej¨®n sin salida a que su alegre idea de transformar el mundo (si afin al pensamiento sistem¨¢tico de Marx, nada ajena a las propuestas libertarias de Rimbaud) te hab¨ªan conducido. Revolucionario sin revoluci¨®n, como Andr¨¦ Thirion ha atinado a definirle, Breton se hab¨ªa quedado solo, y en su frustrado empe?o de reconciliar al hombre consigo mismo y con la sociedad, se cobij¨® a la sombra de otro gran solitario, Leon Trotski, en cuya empresa los dos aspectos del arduo problema hallaban cabida y ten¨ªan probada historia.
El pensamiento est¨¦tico de Trotski es harto m¨¢s complejo que lo que bajo el t¨ªtulo general, de su doctrina revolucionaria suele en globarse o resumirse. ?Es necesario advertir -escribe agudamente Fernando Serra- que las ideas est¨¦ticas de Trotski est¨¢n cargadas de tradici¨®n seudomarxista. De Kautsky, que intenta resolver el problema del arte a extramuros del marxismo y bajo la inspiraci¨®n kantiana. De Plejanov y Mhering, que no consiguen ver la autonom¨ªa relativa del arte consider¨¢ndola exclusivamente desde una pers pectiva sociol¨®gica. Y sobre todo, del transplante al dominio del arte de la teor¨ªa del reflejo, que Lenin desarrolla en Materialismo y empiriocriticismo.?
Aunque impl¨ªcita en toda su obra, la_preocupaci¨®n de Trotski por los problemas del arte y la literatura se esclarecen y concretan, de acuerdo con la fuente antedicha, en un largo per¨ªodo de diez a?os, de 1923 a 1933; el que media, justamente, entre sus escritos de Literatura y revoluci¨®n y su salida de Prinkipo, en Constantinopla. No pocas eran las ideas que el ilustre exiliado iba a brindar a Breton y a su desconcertada caravana, con cinco a?os de antelaci¨®n a la firma conjunta (suplido el nombre de Trotski por el del pintor Diego Ribera, en atenci¨®n a razones de estrategia) del Manifiesto por un arte independiente
.De acuerdo, otra vez, con Fernando Serra cabe resumirlas en estos tres puntos. De una parte, para Trotski el arte no es una materia en la que aI partido le cumpla dar ¨®rdenes, seg¨²n opini¨®n de Lenin expresada, en 1905, en su Organizaci¨®n del Partido y la literatura del Partido. Trotski, de otro lado, cree en la necesidad de conciliar el arte con la vida: la revoluci¨®n pretende conquistar el derecho no s¨®lo al pan, sino a la poes¨ªa. Da, por ¨²ltimo, gran importancia al elemento irracional en el fen¨®meno art¨ªstico, al tiempo que antepone el car¨¢cter creador al cognoscible y se muestra adicto al movimiento futurista y al sicoan¨¢lisis.
?Pod¨ªa Breton, repito, acariciar un sue?o m¨¢s sugerente que el que en bandeja le regalaba Trotski, cuando m¨¢s patentes parec¨ªan sus indecisiones conciliadoras entre vida y arte,entre raz¨®n e inconsciente, entre individuo y sociedad, y m¨¢s ostensible su incompatibilidad con las consignas del Partido, empe?ado en proclamar un realismo socialista de supuesta base proletar¨ªa? Fue Trotski, no Breton, el que acert¨® a denunciar en el realismo estalinista la descarada falsificaci¨®n de la realidad , la pretenciosa magnificaci¨®n del jefe, la fabricaci¨®n artificial de un mito heroico, siendo igualmente suyas las m¨¢s tajantes afirmaciones y repulsas que en el Manifiesto conjunto pueden leerse.
Tiempo hac¨ªa que a Trotski le ven¨ªan suscitando indignaci¨®n, iron¨ªa y sonrojo las anacr¨®nicas propuestas del realismo socialista, orquestadas por el, digamos, poco cultivado Stalin. De poder resumirse las prolijas razones del ex l¨ªder sovi¨¦tico en una f¨®rmula de circunstancias, no ser¨ªa muy ajeno su meollo a esta llana argumentaci¨®n: no, al presunto arte proletario. Antes del triunfo de la revoluci¨®n, dif¨ªcilmente podr¨ªa establecerse parang¨®n entre dicho arte y el hist¨®ricamente alumbrado por el esp¨ªritu burgu¨¦s. Y tras el triunfo de la revoluci¨®n, ?para qu¨¦? ?No hemos quedado que, a contar de tal d¨ªa, ya no habr¨¢ proletarios? .
Andr¨¦ Breton vio, en fin, abierto el umbral de todas sus contradicciones en la figura singular (talento y visi¨®n hist¨®rica, incluidos) de Leon Trotski, y con ¨¦l pas¨® a la historia de otras revoluciones coyunturales como el mayo franc¨¦s del 68. Es ya rito referrir a ambos personajes la proclama, no menos ritual, de aquella circunstancia: i Pidamos lo imposible! ?La imaginaci¨®n al poder! Y no lo es tanto recordar que el mismo d¨ªa en que Trotski fue vilmente asesinado en M¨¦xico, paseaba Breton sus ocios favoritos por las espl¨¦ndidas avenidas de Nueva York. Diverso signo de un revolucionario sin revoluci¨®n y de otro que habla sido alma de las m¨¢s decisiva de nuestro tiempo.
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