Presentado p¨²blicamente el tapiz de Joan Mir¨®,el m¨¢s grande de la historia
Tiene unas dimensiones de once metros de alto por seis de ancho
Ayer, jueves, en los locales de la fundaci¨®n que lleva su nombre, Joan Mir¨® present¨® al p¨²blico barcelon¨¦s el tapiz m¨¢s grande de la historia. Los datos escuetos creo que ahorran comentarios: once metros de altura por seis de anchura, con un peso aproximado de 3.000 kilogramos. El tapiz ha sido realizado en un taller acondicionado para esta obra en Tarragona. Se han empleado en su fabricaci¨®n seis meses con el trabajo diario de seis tejedores, dirigidos por el conocido tapicero tarraconense Royo, que acompa?a con su firma la del pintor catal¨¢n.
Sobre todos estos datos me parece imprescindible destacar que la realizaci¨®n del tapiz se ha visto posibilitada merced a la total compenetraci¨®n que entre Joan Mir¨® y Royo viene d¨¢ndose en estos menesteres.Desde los a?os sesenta ha sido Royo el art¨ªfice de todos, o los m¨¢s importantes, tapices de Mir¨®, cuya primera difusi¨®n internacional tuvo lugar simult¨¢neamente en Par¨ªs y en Nueva York, a finales de dicha d¨¦cada, con la exposici¨®n de la gran colecci¨®n titulada Sobreteixims.
S¨®lo a las buenas artes de Mir¨® y a los buenos oficios de Royo cabe atribuir el milagro de una obra de tan colosales proporciones, anticipada, ya en 1973, por aquella otra de parecido fuste que se exhibi¨® en la galer¨ªa Pierre Matisse y hoy puede admirarse en Nueva York. Merced a la tradici¨®n de la artesan¨ªa catalana en las artes y oficios del telar, y a los particulares ejercicios llevados a cabo en la escuela de San Cugat, de la que Royo fue miembro, han cobrado cuerpo. peso y proporci¨®n muchos de los sue?os de Joan Mir¨®. Tierra de tejidos y tejedores, la Catalu?a natal es la que realmente ha inducido a Mir¨® a trasladar al tapiz no pocos de sus argumentos m¨¢s genuinos y la plenitud de sus inconfundibles formas y colores.
Ha sido exactamente eso: un caso de compenetraci¨®n. Me contaba Royo como ¨¦l no se siente un int¨¦rprete de Joan Mir¨®, sino un colaborador asiduo. El tapiz no surge, en el caso de ambos, del simple confiar al artesano un cart¨®n previamente conformado por el artista. Todo es m¨¢s bien fruto de largas deliberaciones en com¨²n, antes y a lo largo de la elaboraci¨®n del tapiz, que en casos como el que aqu¨ª se comenta exige la invenci¨®n, incluso, de un telar o sistema de telares que en la pr¨¢ctica no existen.
Ni siquiera en Catalu?a, tierra de telares, los hay de tales dimensiones. Como no los hay, hubo que inventarlo, modificando el sistema del oficio de tejer.
Frente al tradicional sistema del rebobinado en dos cilindros, hubo en este caso de recurrirse a la t¨¦cnica manual de desarrollar la urdimbre por sucesivios estratos que iban derramando por los suelos el producto paulatino del tapiz a manera de una gigantesca ola.
El tapiz es protot¨ªpicamente mironiano. Sobre un fondo blanquecino moteado de manchas terrosas, se enlazan y entrelazan los cuatro colores fundamentales de la paleta de Mir¨®: el rojo, el verde, el azul y el amarillo. Una gruesa l¨ªnea negra, muy an¨¢loga a la cinta de plomo que entramaba la vidrieras medievales, aglutina a un mismo tiempo formas y colores y da paso al derroche de la luz.
Representa el tapiz la figura de una mujer, esa opulenta figura femenina con algo de totem y algo de divinidad popular que mora en la efusi¨®n de los colores primarios. El tejido se aglutina, a veces, en nudos poderosos, tensamente concentrados, agresivos como v¨¦rtices, y otras veces se derraman a manera de cascada. Prominencias y depresiones absorben la luz ambiente hasta coagularla, en tanto miles y miles de hilos la esparcen a lo largo de once metros y a lo ancho de otros seis.
Desgraciadamente, el destino de este soberbio tapiz ser¨¢ el gran hall de las nuevas instalaciones de la National Art Gallery de Washington.
Babelia
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