Una figura clave
Este a?o se celebran varios centenarios del nacimiento de hombres que sonaron en su ¨¦poca, pero de los que la fama se ha gastado despu¨¦s. As¨ª ha ocurrido con la de un poeta andaluz y la de un novelista de tendencia casticista y conservadora. El que escribe no puede decir algo de provecho sobre la vida y obra de estos dos hombres. Tampoco acerca de las de otros muy famosos cuyos centenarios se han celebrado poco antes, como Falla o Ravel, el vasco-saboyano, nacido cerca de su pueblo familiar y del que, durante el pasado curso, traz¨® una semblanza magn¨ªfica Javier Bello Portu, en el Ateneo de Madrid. Mas, ahora, se cumplen tambi¨¦n los cien a?os del nacimiento de cierta personalidad menos conocida que estas dos ¨²ltimas, sin duda, que tuvo fama siempre limitada a esferas intelectuales, en la categor¨ªa de lo que podr¨ªamos llamar ?eminencias grises?: un tipo de eminencias que se dan bastante en Espa?a, para bien (tal es el caso de nuestro personaje), o para mal.Me refiero a don Jos¨¦ Castillejo, figura clave en el mundo en que me eduqu¨¦, durante la infancia, la adolescencia y la juventud, durante los a?o de aprendizaje en que asimismo dieron mucho que hablar otras. ?eminencias grises?. Por ejemplo, don Antonio Flores de Lemus, un hombre talentudo, pero lo opuesto en casi todo a Castillejo.
Cuando all¨¢ por los a?os de 1932 ¨ªbamos los estudiantes calle Ancha abajo y arriba, camino de la vieja Universidad, sol¨ªamos cruzarnos con profesores conocidos por varias razones. Hab¨ªa b¨ªpedos pintorescos, como un helenista que, pese a haber traducido a Plat¨®n y a Oscar Wilde, era la ordinariez hecha persona, o un bi¨®logo que parec¨ªa reci¨¦n venido de la Luna. Otros se ve¨ªa que pisaban fuerte en esta tierra sublunar y otros, en fin, andaban con gran pompa de ac¨®litos y hier¨®dulos. Esto por las aceras: mucho mejores que las de hoy. Por el centro de la calle, entre pocos autos y algunos coches de punto todav¨ªa, de repente, aparec¨ªa la silueta de un ciclista, envuelto en cierto gab¨¢n de color sui generis, con bigote brit¨¢nico a lo 1915, sombrero flexible y varios paquetes. Maniobraba con prudencia y bajaba a la puerta de la Universidad. Este personaje heter¨®clito era don Jos¨¦ Castillejo, catedr¨¢tico de Derecho Romano, aunque nunca dedicado al estudio de Roma y del mundo cl¨¢sico de modo exclusivo. Su texto era de claridad extraordinaria en ¨¦poca en que abundaban los mamotretos indigestos y como profesor daba una nota de precisi¨®n y sobriedad en un mundo en que todav¨ªa se hac¨ªan reputaciones a base de oratoria chabacana y de desplantes. La venganza de los que estudiaban ante las iron¨ªas, chistes y humillaciones que padec¨ªan con frecuencia ten¨ªa su lugar apropiado en el sitio menos l¨ªmpio del edificio cochambroso: en los urinarios, Acaso la epigraf¨ªa m¨¢s terrible que se desarrollaba en aquellos muros era la dedicada a atacar a profesores de la Facultad de Derecho. Mas, entre los respetados por tirios y troyanos en otros lugares de expansi¨®n, como billares, tertulias de casas de hu¨¦spedes y cafetines donde la gente joven se desfogaba, creo que estuvo siempre don Jos¨¦ Castillejo, que manten¨ªa a los escolares en un pu?o, pese a la bicicleta y el gab¨¢n. En un pu?o, pero mesuradamente. Ya es decir lo que va dicho si se considera la cantidad de profesores que a¨²n destacaban en las aulas, como personajes de Carnaval: hay que reconocer que la personalidad de Castillejo no cobraba all¨ª su expresi¨®n m¨¢xima y m¨¢s definida. Se mov¨ªa mucho
mejor en medio m¨¢s rec¨®ndito, menos populachero que el de la calle Ancha, con Don Magn¨ªfico, Don Emeterio o Don Andr¨¦s. El medio a que me refiero era aquel en donde pod¨ªa consider¨¢rsele como la ?eminencia gris?, por antonomasia. Porque las eminenciasm¨¢s visibles eran don Santiago Ram¨®n y Cajal, don Ram¨®n Meri¨¦ndez Pidal, don Miguel As¨ªn Palacios, don Manuel G¨®mez Moreno, don Ignacio Bol¨ªvar y otros maestros famosos. Claro es que me refiero a la Junta para Ampliaci¨®n de Estudios y a sus dependencias.
Hablo de todo esto como espectador, desde fuera, aunque muy cerca de aquel medio, por raz¨®n de amistades, pero no como metido en ¨¦l, porque de 1931 a 1936 fui un estudiante ensimismado, buscador de cosas que no supe encontrar en Madrid y con una familia aislada voluntariamente. No importa.
La labor de Castillejo era conocida. Se consideraba grande su poder de organizador, tambi¨¦n su eapacidad de persuadir. En una tarea continuada y silenciosa de organizador estuvo metido treinta a?os. Los j¨®venes historiadores de la pedagog¨ªa espa?ola, con mi amigo Lapuerta en cabeza, est¨¢n valorando con precisi¨®n lo que signific¨® ¨¦sta a¨²n hoy. No hubo rama del saber en que Castillejo no interviniera para montar un laboratorio o un seminario, para promover vocaciones, dar becas, etc¨¦tera. Con su arte de persuadir influy¨® hasta en la vida privada de los hombres de la Junta, haci¨¦ndo les crear una especie de zona residencial en Chamart¨ªn, donde a¨²n subsiste su olivar entre bloques de cemento.
Ascetismo
De los altos de Chamart¨ªn bajaba en su bicicleta y con su balandr¨¢n de color ala de mosca, a la Universidad, a la Junta, a dirigir Dios sabe cu¨¢ntas empresas intelectuales que requer¨ªan mucho esfuerzo, porque los medios eran peque?os. Si se piensa en aquellos programas hechos a base de ascetismo, despu¨¦s del lujo y despilfarro que sigui¨® (al menos en lo de construir sedes de instituciones cient¨ªficas) se llega a la misma conclusi¨®n de siempre: la de que pasamos de un extremo a otro con excesiva facilidad. La Junta viv¨ªa con una dieta de Cuaresma. Luego vino el Carnaval, al rev¨¦s de lo que pasa en el curso del a?o. Un Carnaval con carrozas flamantes en las que a modo de figur¨®n iba presidiendo un personaje hist¨®rico. Ante la multiplicaci¨®n de instituciones bajo la advocaci¨®n de grandes nombres, institutos con no tan grandes resultados y s¨ª con un desorden total en los repartos de dinero, pod¨ªa pensar el observador malicioso que acaso el personaje m¨¢s representativo para simbolizar la s¨ªntesis de aquel esfuerzo deb¨ªa ser do?a Juana la Loca, pero no. Para aquella pobre se?ora no hubo cabida.Sobre don Jos¨¦ Castillejo, sus colaboradores y amigos,cay¨®, a la vez, una fama negr¨ªsima. Eran, seg¨²n ella, los representantes de lo que se llamaba la ?anti-Espa?a?. Pero ante la capacidad discursiva de los que hablaban de su obra nefanda se pod¨ªa tambi¨¦n llegar a la consecuencia de que si el ser un poco europeizante era sin¨®nimo de antiespa?ol, el atacado entonces por el virus casticista pod¨ªa ser un infraespa?ol. ?Infra-Espa?a? versus ?anti-Espa?a? ?Bonitojuego!
No querr¨ªa que se repitiera. Por la cuenta que me trae. Quisiera, tambi¨¦n, que la austeridad, pulcritlid, sequedad si se quiere, de Castillejo volvieran a tomarse como modelo y que nos dej¨¢ramos de baladronadas y sentimentalismos que, con frecuencia, encubren redomada hipocres¨ªa y apetitos desordenados. Me dicen que todav¨ªa est¨¢ en uso ironizar hablando de los hombres de la Instituci¨®n, como lo fue Castillejo a su modo, porque los d¨ªas de fiesta iban a la Casa de Campo a departir amigablemente y a comerse un huevo duro. No veo qu¨¦ hay de malo en esto. Y en todo caso pienso que mejor es comerse un huevo duro contemplando el Guadarrama que tenerlo en la cabeza.
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