Salvar eI Rastro
LA PROGRESION de los actos de violencia en el Rastro madrile?o aut¨¦ntica instituci¨®n ciudadana, mercantil y hasta cultural de la capital de Espa?a, es intolerable y est¨¢ al borde de acabar con su propia identidad. ?Qui¨¦n tiene inter¨¦s en que el Rastro desaparezca? Los comerciantes de la zona ven con alarma su creciente y natural politizaci¨®n. Las autoridades confiesan su impotencia para salvaguardar el orden p¨²blico, en un escenario no excesivamente extenso y enclavado en pleno coraz¨®n de la ciudad. Y los partidos pol¨ªticos que hace una semana las rechazaban, ahora aceptan -si bien han creado piquetes de defensa con militantes- la presencia de las fuerzas de orden p¨²blico, que est¨¢n destinadas a garantizar la seguridad de sus actividades. Nadie parece querer asumir sus responsabilidades en funci¨®n de lo m¨¢s importante: salvar el Rastro.El Rastro madrile?o no ha tenido significados pol¨ªticos expl¨ªcitos hasta ¨¦pocas bastante recientes. El Rastro ha tenido ante todo una significaci¨®n cultural, costumbrista, comercial y folkl¨®rica: no solamente era un lugar para el intercambio y la compraventa de objetos del pasado -tarea important¨ªsima, sobre todo en estos tiempos en los que a la noci¨®n de consumo se une la de la desaparici¨®n de los objetos consumidos, y la p¨¦rdida de su identidad, esto es, de los testimonios del pasado-, sino tambi¨¦n un lugar donde se produc¨ªa cultura, arte y literatura. Pero en su m¨¢s profundo sentido, el Rastro ha sido tambi¨¦n pol¨ªtico, pues ha sido un lugar de intercambio de ideas donde se romp¨ªan los moldes habituales del comercio uniformizador y donde siempre, se ha respirado el aire de la libertad. Era un mundo aparte, pol¨ªtico en su sentido profundo, pero despolitizado de todo signo partisano concreto. La imagen de la tolerancia, del inconformismo y de la coexistencia pac¨ªfica. Quienes hoy siembran la violencia en el Rastro atentan al mismo tiempo contra la democracia, contra el orden ciudadano y contra el propio Rastro.
En los ¨²ltimos a?os del antiguo r¨¦gimen el Rastro se politiz¨® levemente: al lado del comercio habitual surgi¨® el de los libros prohibidos por la censura, las revistas er¨®ticas y hasta los puestos de confesiones religiosas no cat¨®licas. Tambi¨¦n el Rastro se democratizaba, era uno de los lugares donde se filtraba el nuevo aire de los tiempos. Hasta entonces, en materia pol¨ªtica, s¨®lo los grupos de extrema derecha se manifestaban -con sus s¨ªmbolos nazis y fascistas en el barojiano Campillo del Mundo Nuevo- y gozaban de bula pol¨ªtica. No ha sido la izquierda, pues, quien comenz¨® a politizar el Rastro. Lo que sucedi¨® fue que la habitual tolerancia policial en la zona permiti¨®, asimismo, la aparici¨®n de un incipiente mercado de la libertad. Hoy, cuando todos los partidos pueden vender y ofrecer sus mercanc¨ªas con entera libertad, los habituales grupos incontrolados de extrema derecha intentan sembrar el terror para destruir a sus adversarios ideol¨®gicos.
Es necesario que la pol¨ªtica no ahogue al Rastro: que sus manifestaciones respeten el incomparable marco donde se producen, que la pol¨ªtica no lo invada todo. Los partidos pol¨ªticos han aceptado, ?de hecho?, la presencia de las fuerzas de orden p¨²blico destinadas a controlar los brotes de violencia. El rechazo inicial por parte de los representantes de los partidos pol¨ªticos de la presencia de los agentes era facilitar la tarea de los violentos y proporcionar coartadas a quienes quieren eludir responsabilidades. Pues parece inconcebible que las autoridades se confiesen ahora incapaces de controlar el Rastro.
Dada la cadencia de incidentes y agresiones en esta parcela de la vida de Madrid, las fuerzas gubernativas deb¨¦n aplicar una pol¨ªtica de activa prevenci¨®n y vigilaricia, no limit¨¢ndose a intervenir a deshora sembrando el Rastro de confusi¨®n, carreras y botes de humo. Los partidos pol¨ªticos podr¨¢n estudiar si lo desean la posibilidad de ubicar sus mercadillos en otro punto de la ciudad, pero fundamentalmente debe impedirse que se produzca lo que todos tememos y unos pocos desean: la reproducci¨®n en el Rastro de una jornada sangrienta como la que se produjo el pasado d¨ªa 9, festividad local de la Almudena, en que unioven result¨® herido en la cabeza al ser confundido con un ?guerrillero?, que termine definitivamente con el hasta ahora pac¨ªfico y abigarrado comercio que preside la estatua de Eloy Gonzalo.
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