La lengua filos¨®fica espa?ola
Lejos de estar Espa?a confinada en s¨ª misma, escindida del resto del mundo, atenida a s¨ª propia, se ha constituido como tal en medio del mundo, presente en todas partes. Hace medio milenio inventa la naci¨®n en el sentido moderno del t¨¦rmino, y pocos decenios despu¨¦s inventa y realiza la supernaci¨®n, el conjunto de pueblos diversos en los dos hemisferios, unidos en una empresa pol¨ªtica cuyo nombre fue la Monarqu¨ªa espa?ola o, si se prefiere, las Espa?as. Espa?a, desde que existi¨® como tal naci¨®n, no fue ?intraeuropea? -como Francia, Italia o Alemania-, sino que fue m¨¢s all¨¢ de s¨ª misma en Europa y, sobre todo, fue ?transeuropea?, proyectada hacia lo otro; no estrictamente occidental, sino m¨¢s bien occidentalizadora.De ah¨ª su responsabilidad hist¨®rica. La innovaci¨®n pr¨¢ctica de Espa?a, su fecundidad, su capacidad de engendrar en otras formas humanas y otras culturas, la extensi¨®n de su instalaci¨®n ling¨¹¨ªstica a otros continentes, no guard¨® equilibrio con su innovaci¨®n te¨®rica. Espa?a, la naci¨®n m¨¢s madrugadora en la acci¨®n -en esa forma de interpretaci¨®n de la realidad que es la acci¨®n-, tan temprana en la expresi¨®n literaria y art¨ªstica, en ciertos aspectos de la vida religiosa, fue perezosa en llegar a su expresi¨®n filos¨®fica original, se retras¨® respecto de otros pueblos europeos m¨¢s creadores.
Ese desnivel ha venido gravitando sobre todos los pueblos hisp¨¢nicos, en Europa y en Am¨¦rica, y ha frenado ciertos desarrollos ¨²ltimos, ha introducido un elemento de inseguridad que es bien visible en nuestra historia reciente.
Al fin y al cabo, el torso de las sociedades occidentales hab¨ªa vivido de manera credencial hasta el siglo XVIII; fue la gran crisis de este siglo la que forz¨® al recurso a las ideas, y esto quiere decir a las ¨²ltimas, a la filosofia. Advi¨¦rtase que hasta fines del siglo XVIII o comienzos del XIX no se puede descubrir ninguna inferioridad de la Am¨¦rica hisp¨¢nica respecto del resto del continente, sino m¨¢s bien al contrario: las cimas de la Am¨¦rica hisp¨¢nica son las cimas de Am¨¦rica.
Cuando se extiende a las sociedades en su conjunto lo que hab¨ªa sido privativo de sus minor¨ªas, cuando es imperiosa la necesidad de saber a qu¨¦ atenerse, de llegar mediante la raz¨®n a un sistema de certidumbre que puedan convertirse encreencias aut¨¦nticas, el mundo hisp¨¢nico se encuentra con que no s¨®lo no tiene una filosof¨ªa propia, sino que carece del instrumento ling¨¹¨ªstico para hac¨¦rsela, de la manera de alojar en su instalaci¨®n fundamental una interpretaci¨®n filos¨®fica propia de la realidad.
Desde hace siglo y medio o dos siglos -seg¨²n se miren las cosas-, los hombres hisp¨¢nicos hemos vivido ?de prestado?, dependientes de formas mentales ajenas, no enteramente pose¨ªdas, no plenamente significativas; es decir, sin verdadera independencia hist¨®rica. Hemos estado condenados a imitar y a la vez a ser provincianos -una cosa suele ir con la otra- Las causas de esta situaci¨®n son muy complejas y merecer¨ªan una indagaci¨®n a fondo, que no se contentase con una primera aproximaci¨®n. Pero es esencial percatarse de que no es excepcional, que m¨¢s bien constituye la regla general de la cual son excepciones, unos cuantos pa¨ªses particularmente afortunados en este aspecto.
Pero ello introduce un insidioso arca¨ªsmo en nuestra cultura. He comparado hace mucho tiempo la lengua a la herencia biol¨®gica, y advert¨ªa que as¨ª como en el rostro de una persona descubrimos junto a los rasgos hereditarios y?o individuales, la edad, del mismo modo la lengua es siempre la de cierto tiempo; y finalmente, al gesto y la expresi¨®n de cada individuo corresponde el estilo con que esa lengua es hablada o escrita. Pues bien, el espa?ol no cre¨® en su hora la lengua filos¨®fica que necesitaba, y esto quiere decir que las sociedades que viven en esa lengua no llegaron a ?madurar? ¨ªntegramente.Ser¨ªa apasionante indagar si la decadencia espa?ola vino a coincidir con el momento hist¨®rico en que esa situaci¨®n era insostenible; habr¨ªa que ver si al menos una de las ra¨ªces de la decadencia espa?ola fue la falta de una filosof¨ªa propia (y no recibida, no ?escol¨¢stica?) cuando era menester vivir desde la irrenunciable instalaci¨®n hist¨®rica y a la vez a la altura del tiempo. Se podr¨ªa ver si la raz¨®n de que esa decadencia no afectara entonces a las tierras de Am¨¦rica no estaba acaso en el hecho de que el Nuevo Mundo no hab¨ªa llegado todav¨ªa a la necesidad de la filosof¨ªa y, por tanto su situaci¨®n no era a¨²n carencial o deficitaria. Finalmente se podr¨ªa investigar si la interrupci¨®n o mitigaci¨®n de la decadencia espa?ola (que no fue ni tan completa ni tan definitiva como suele creerse) no se debi¨® acaso a que el espa?ol, si bien en forma precaria, fue capaz de improvisar ciertos modos de expres¨ª¨®n filos¨®fica -Feijoo, por ejemplo, cuya importancia ling¨¹¨ªstica no se ha estimado justamente-; ya que Europa fue en el siglo XVIII ?una escuela general de civilizaci¨®n? (la expresi¨®n es de Antonio de Capmany en 1773) y a que en ese tiempo funcion¨® -m¨¢s que antes y que despu¨¦s-como un todo del que participaba cada uno de sus miembros.
? Nosotros somos -escrib¨ªa Capmany- de los que menos hemos contribuido para hacer la Europa, moderna, tan superior a la antigua: mas la gloria de este todo cubre a todas sus partes. ? Es decir, que en el siglo XVIII Espa?a funcion¨®, m¨¢s all¨¢ de s¨ª misma, como parte de Europa, y esto pudo mitigar su ausencia de filosof¨ªa en espa?ol y aplazar el enfrentamiento con esta situaci¨®n de deficiencia. Con ella se encontraron la Espa?a del siglo XIX y los pa¨ªses independientes de la Am¨¦rica de?uestra lengua.
Si Baruch de Spinoza, muerto en 1677, hace trescientos a?os, jud¨ªo espa?ol, no hubiera tenido que nacer y vivir en Holanda y hubiera sido Benito de Espinosa; si, aun habiendo sido holand¨¦s, no hubiera sido expulsado de la Sinagoga a los veinticuatro a?os, quiz¨¢ las cosas hubiesen sido un poco distintas. Spinoza ten¨ªa como lengua materna el espa?ol; en ella viv¨ªa, pensaba le¨ªa a Cervantes, Quevedo, Graci¨¢n, Saavedra Fajardo, G¨®ngora; en ella compuso en 1656 su Apolog¨ªa -para justificarse de su abdicaci¨®n de la Synagoga; en carta a BIyenbergh de 5 de enero de 1665 se lamentaba de no poder escribirle ?en la lengua en que hab¨ªa sido criado? y tener que hacerlo en holand¨¦s. Si hubiese vivido en u comunidad jud¨ªa sefard¨ª, dentro de la lengua espa?ola, no entre cristianos holandeses que la desconoc¨ªan, es posible que su filosof¨ªa se hubiese escrito en espa?ol y no en lat¨ªn; en espa?ol, como probablemente se pens¨®. Tal vez en el siglo XVII hubiese existido un pensamiento rigurosamente filos¨®fico, nutrido de cartesianismo, en nuestra lengua. Pero dejemos los futuribles.
No fue as¨ª, y eso condiciona buena porci¨®n de nuestra historia com¨²n. Pero ?sigue siendo as¨ª? ?No es el espa?ol de hoy uno de los instrumentos m¨¢s perfectos y eficaces para la creaci¨®n filos¨®fica? ?No se ha pensado en esta lengua parte esencial de la filosof¨ªa m¨¢s innovadora de este siglo? ?No se ha creado una lengua filos¨®fica de singular rigor y flexibilidad, que adem¨¢s ha alumbrado innumerables posibilidades ling¨¹¨ªsticas que hab¨ªan permanecido abandonadas tanto tiempo?
Esta es la situaci¨®n actual. Con la experiencia acumulada de las lenguas cl¨¢sicas y las principales lenguas modernas en que se ha creado la filosof¨ªa moderna, sin el intento provinciano de atenerse a una sola -como han propendido a hacer pa¨ªses de tradici¨®n filos¨®fica m¨¢s rica-, aprovechando para la filosof¨ªa una espl¨¦ndida tradici¨®n literaria y de pensamiento religioso, con un ?espesor ling¨¹¨ªstico? asombroso, el espa?ol ha llegado a la filosof¨ªa. No se ha reparado lo bastante en que la lengua espa?ola, fijada morfol¨®gicamente en fecha muy temprana, mantiene viva casi toda su historia. Las Coplas de Jorge Manrique son espa?ol de hoy, inmediatamente accesible a todo hispanohablante; el Libro de Buen Amor o las obras de Alfonso el Sabio se pueden leer sin esfuerzo; el Poema del Cid es inteligible con muy poca ayuda o preparaci¨®n filol¨®gica. Comp¨¢rese esta situaci¨®n con la del franc¨¦s, el ingl¨¦s o el alem¨¢n ante su pasado ling¨¹¨ªstico y literario, que se han ido ?enajenando? y alejando de la lengua hablada y entendida hoy. Y esto es todav¨ªa m¨¢s importante para los hispanoamericanos, que pueden disponer como propia de toda la herencia literaria de su lengua, siglos antes del Descubrimiento, y as¨ª compensar la relativa brevedad de su historia pol¨ªtica con la profundidad de un largu¨ªsimo pasado cultural inmediatamente vivo, plenamente significativo. Todo el sistema de interpretaciones ling¨¹¨ªsticas de la realidad en que consiste nuestra lengua se actualiza ahora al nivel de la filosof¨ªa y sin renunciar a ellas, poni¨¦ndolas en juego desde el enriquecimiento literario de que no dispon¨ªan las filosofias m¨¢s tempranas de otras lenguas nac¨ªonales europeas. El espa?ol ha llegado a la filosof¨ªa tarde, pero en una esplendorosa madurez. ?Puede compararse el espa?ol -europeo y americano- del siglo XX con lo que era el franc¨¦s del siglo XVII o el italiano dividido en dialectos, entre los que acab¨® por imponerse el toscano, o el ingl¨¦s de la misma ¨¦poca, o el alem¨¢n de mediados del siglo XVIII, anterior a Goethe, a Schillet, a los rom¨¢nticos?
El vocabulario espa?ol, enriquecido en dos hemisferios, y en incontables experiencias hist¨®ricas reales, la sintaxis flexible y ¨¢gil -?el espa?ol -dije una vez- juega libremente con monedas bien acu?adas?-, la incre¨ªble riqueza de modismos, que llevan cuajadas interpretaciones procedentes de vivencias seculares; la existencia de sufijos fecundos, como -izo, que me ha permitido incorporar al vocabulario filos¨®fico el adjetivo "futurizo?, dif¨ªcilmente sustituible; la existencia de los tres prodigiosos verbos ?ser?, ?estar? y ?haber?, por los que no s¨¦ qu¨¦ dar¨ªan los fil¨®sofos que piensan y escriben en otras lenguas; el uso optativo del adjetivo antepuesto o pospuesto, con tan diferentes funciones; la personalizadora preposici¨®n ?a? para el acusativo, que tan finamente usa nuestra lengua; el doble signo de interrogaci¨®n o de admiraci¨®n (o su refinada combinaci¨®n en una misma frase); tantos recursos m¨¢s, bald¨ªos durante siglos, de los cuales puede servirse la filosof¨ªa tan pronto como nos pongamos a hacerla de verdad, sin mimetismos ni arca¨ªsmos, en nuestra lengua viva.
La lengua espa?ola, finalmente no es s¨®lo la lengua de Espa?a, sino que es una lengua universal; lo cual no quiere decir que la hablen muchos millones de hombres, sino que la hablen diversos pueblos, es decir, comunidades diversas, con diferentes posturas hist¨®ricas, con distintas experiencias de la realidad. Los que hablamos espa?ol no somos un pa¨ªs, ni siquiera un inmenso pa¨ªs, sino muchos: un mundo, que llamamos hisp¨¢nico, y que es verdaderamente, mundo porque se funda en un com¨²n repertorio de ingredientes humanos, de creencias, experiencias, usos, cosas consabidas, dolores y esperanzas y proyectos; y, sobre todo, en la lengua, veh¨ªculo de todo eso, interpretaci¨®n primaria de la realidad, sustrato de toda filosof¨ªa posible que pretenda ser aut¨¦ntica.
Esta es nuestra riqueza principal, en todos los ¨®rdenes; este, es el instrumento fundamental para la filosof¨ªa; es, por a?adidura, el temple primario de nuestra interpretaci¨®n propia, la posibilidad de decirnos a nosotros mismos qui¨¦nes somos, lo cual significa qui¨¦nes pretendemos ser. La filosof¨ªa es la busca de una certidumbre radical para saber a qu¨¦ atenerse y vivir en autenticidad. S¨®lo desde la filosof¨ªa en este sentido son ?filos¨®ficas? las cuestiones secundarias y marginales que tambi¨¦n interesan y deben estudiarse; es la filosof¨ªa la que decide de s¨ª propia y de toda otra certidumbre. Las posibilidades de la lengua espa?ola me parecen ilimitadas, superiores a todo lo mucho que ya se ha hecho con ella; en el campo de la filosofia, tan joven, est¨¢ casi todo por hacer; pero lo que se ha hecho nos ense?a ya c¨®mo hay que hacerlo. Los que hablamos espa?ol no tendremos excusa si no hacemos en los pr¨®ximos decenios una filosof¨ªa que nos haga entendernos desde, la ra¨ªz, proyectivamente, y que d¨¦ al mundo una nueva interpretaci¨®n, insustituible y, ¨²nica, que venga a integrar los milenarios esfuerzos de Occidente por llegar a la vida como claridad y, por tanto, libertad.
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