Keith Atchepohl

Cierta imprudencia parece invitarnos a prestar atenci¨®n exclusiva a un determinado n¨²mero de nombres cuyo quehacer quisi¨¦ramos creer que engloba a la pintura toda. Sin embargo, ?qui¨¦n lo duda?, no conocemos sino l¨ªmites, parcelas de aquello que, aun enmarc¨¢ndonos s¨®lo en nuestra contemporaneidad, en la pintura se realiza. A¨²n m¨¢s, no siempre la pintura o, mejor, la exactitud de sus logros se encuentra s¨®lo en los nombres antes mencionados, ni siquiera en todos sus cuadros, s¨®lo en algunos, en los escogidos, ellos son quienes lo califican.En otras ocasiones, pintores que no considerar¨ªamos como pertenecientes al c¨ªrculo citado, parecen en algunas de sus obras, en las escogidas, realmente tocados por la mano de la pintura; el resultado no es perfecto, sin embargo, su naturaleza, a quien disfrute con la pintura, le har¨¢, sin duda, gozar.

El caso de Keith Atchepohl podr¨ªa ser considerado entre estos ¨²ltimos. Su labor, aun cuando no presente ninguna innovaci¨®n, est¨¢ realizada con verdadera perfecci¨®n t¨¦cnica - lo que, qui¨¦rase o no, genera una sensibilidad cierta- para los colores, para sus juegos. En sus dibujos late, ocasionalmente, un aire de posibilidades, de puertas entreabiertas que, lamentablemente, no terminan nunca por girar libremente en sus goznes.

Curiosamente, si un perfecto dominio t¨¦cnico del dibujo es, posiblemente, quien genera los hallazgos que menciono, es un exceso del mismo -Keith Achepohl es profesor de Bellas Aries y, especialmente, profesor de Litograf¨ªa, en la Universidad de Iowa-, el que ocasiona la frialdad y la ausencia casi total de latencia en las litograf¨ªas ahora expuestas.

Si comenc¨¦ hablando de pintura, nada mejor que volver a ella al terminar; la pintura no tiene p¨¦rdida ni beneficio en aventuras que, aparentemente al menos, no tendr¨¢n muy larga andadura. Los que aman mirar la pintura, que no siempre se corresponden con quienes la escriben, se gozan, tal vez con intensidad reducida, aun con las m¨¢s diminutas sagas.