Courbet, revisitado
De creer a los manuales, esos eternos remedos del Diccionario de ideas recibidas, de Flaubert, la figura de Courbet carecer¨ªa para nosotros de fisuras. Socialista ejemplar, la paternalidad del realismo le habr¨ªa permitido asestar un golpe de muerte a los excesos literarios del romanticismo. Y as¨ª, sin problemas, quedaba abierta la puerta del arte moderno. Pero los asuntos de la pintura no son nunca, seg¨²n sabemos, tan sencillos. Por ello la gran exposici¨®n Courbet, que ofrece actualmente el parisiense Gran Palais, puede deparar para muchos m¨¢s de una sorpresa. Unas 130 obras bien seleccionadas ofrecen un panorama bastante completo, y complejo, de la producci¨®n del pintor. Quedan all¨ª patentes muchas de las contradicciones que han suscitado discusi¨®n en la historiograf¨ªa courbetiana. Plantearemos en primer lugar el tema del realismo que irrumpe y se afianza con dos escenas de su Ornans natal, la Sobremesa y el Entierro. Advertimos de qu¨¦ modo esa nueva batalla no acaba con muchos de los elementos rom¨¢nticos de la juventud del artista. Es preciso prestar atenci¨®n a la reiterada aparici¨®n del tema del sue?o y a un cuadro tan sorprendente como La vidente, de 1855, muy semejante a su temprano autorretrato llamado El desesperado. Y ello suponiendo que las dificultades en cuanto a fecha nos aconsejen pasar por alto el Hombre herido que es, junto al anteriormente citado, uno de los autorretratos m¨¢s claramente rom¨¢nticos del pintor. Incluso su tard¨ªa inclinaci¨®n por soluciones casi simbolistas en algunos cuadros no puede resultarnos del todo sorprendente. La intenci¨®n de eliminar en la pintura todo elemento ret¨®rico, que el realismo presupone, no sobrepasa, a menudo, el estado meramente te¨®rico. Conocemos sobradamente el gusto de Courbet por lo aleg¨®rico, a¨²n cuando la innovaci¨®n suponga escoger los motivos en su entorno y no en la literatura. As¨ª ese frescodelirante que, a la manera de un gran teatro del mundo, quiere ser L'Atelier, provoc¨® ya las primeras reticencias en el ¨¢nimo de Champfleury, que le reprochaba el exceso de s¨ªmbolos y su desmesurada vanidad. Ciertamente es necesario recordar que muchas veces en alegor¨ªas par¨®dicas, como la frustrada Fuente de los poetas, Courbet buca ante todo el esc¨¢ndalo para esa batalla contra la administraci¨®n acad¨¦mica que su megaloman¨ªa convierte en una cuesti¨®n personal, pero se trata tan s¨®lo de episodios marginales. En el extremo opuesto hallamos al Courbet so?ado en Du principe de l'art por Proudhon, quien quisiera un pintor continuamente empe?ado en expulsar los mercaderes del templo. Esa concepci¨®n proudhoniana del artista como moralista pict¨®rico, que tanto irritaba a Zola, topa con la espinosa cuesti¨®n de las relaciones entre el pensamiento socialista del Courbet de la comuna y su obra, pues resultar¨ªa dif¨ªcil entender c¨®mo cuadrar¨ªan en ello sus escenas de caza al gusto ingl¨¦s o el gigantesco Combate de ciervos que el propio autor considera de importancia pareja al Entierro en Ornans. Resta a¨²n el asunto de su paternidad respecto a la pintura moderna, el de ese Courbet al que Ingres compar¨® con un ojo. El artista rompe con las jerarqu¨ªas de temas y motivos; tambi¨¦n se vuelve, ciertamente, hacia una naturaleza real y no idealizada (al menos esa es su intenci¨®n), substituyendo el ?qu¨¦ vemos? por el ?c¨®mo vemos?, dando as¨ª pie a lo que m¨¢s tarde ser¨¢ el universo impresionista. Pero sabemos ya que aqu¨ª no se agota todo Courbet, contando adem¨¢s con que paisajes como ? La fuente del Loue? o algunas marinas, que recuerdan las de Friedrich, siguen comulgando con ese gusto rom¨¢ntico que a su pesar no lo abandona. Con todo ello, quien llega al Grand Palais llevando en su bagaje un Courbet monol¨ªtico, podr¨¢ caer en la cuenta de que lo que se le ofrece es un fen¨®meno mucho m¨¢s complejo, y, por tanto, mucho m¨¢s sugerente que el que en su memoria anidaba.
Courbet
Exposici¨®n antol¨®gica. Gran Palais. Par¨ªs.
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