Lucio Mu?oz
?Una maravilla -declara el pintor, en reciente conversaci¨®n mantenida con Adolfo Casta?o-. F¨ªjate, sustituir el ¨®leo y la madera por la palabra, una cosa tan limpia, tan fresca, tan rica, tan distinta. Es como lavarte despu¨¦s de tantos a?os chorreando aceite. Lo de la limpieza lo digo (...) por la sensaci¨®n de frescura, de empezar casi desde cero t¨¦cnicamente, sin resabios; torpe o ingenuamente, pero diciendo lo que sientes, sin m¨¢s historias.?El pintor se ha dejado de historias, de resabios, de t¨¦cnicas preconcebidas..., ha renunciado a lo conocido y se ha adentrado en lo por conocer, ha permanecido ajeno a su oficio, a lo largo de largos meses, y lo ha trocado por el de poeta. El pintor ha dejado de pintar y se ha puesto a escribir torpe e ingenuamente. Con torpeza, es decir, con conciencia clara de la dificultad del problema que afronta, y con ingenuidad, esto es, con entera libertad en su m¨¢s estricta acepci¨®n etimol¨®gica.
Lucio Mu?oz
Galer¨ªa Juana Mord¨®. Castell¨®, 7.
El pintor, Lucio Mu?oz, se ha recluido en su propia soledad, ha emprendido, seg¨²n ¨¦l mismo confiesa, unos ejercicios espirituales cuya concentrada composici¨®n de lugar le ha inducido a acotar el lugar de su experiencia con otras indicaciones expresivas (m¨¢s limpias, frescas, ricas y distintas), concebidas y dadas a la luz en forma de poemas; unos poemas que traducen en palabras las mismas im¨¢genes, las mismas personal¨ªsimas im¨¢genes, que antes confiara su hacedor a la expresi¨®n pict¨®rica. Y tras este largo par¨¦ntesis, o desde esta nueva perspectiva, el pintor ha vuelto a pintar.
?C¨®mo se manifiestan sus pinturas, luego de la conciencia de ese punto cero que el propio Lucio Mu?oz se ha impuesto a modo de pausa y pauta de meditaci¨®n? Fieles a s¨ª mismas, por lo que a su corporeidad ata?e, pero mil veces m¨¢s remansadas, aligeradas, serenas, limpias, frescas, claras y distintas que las que las precedieron, aun nacidas de su ingenio y de su mano. Entre f¨®siles y embrionarios, como reci¨¦n descolgados de lo desconocido y a punto de cobrar una entidad definitiva, los objetos de Lucio Mu?oz siempre se han aclimatado a una suerte de luz crepuscular, de habitable penumbra, que los hace a un tiempo familiares y enigm¨¢ticos a los ojos del contemplador.
Y ha sido, justamente, esa luz de media noche (luz en perpetua duermevela) la que se ha tamizado hasta hacerse tan omnipresente como imperceptible, hasta ba?ar sin sobresaltos el tramado y entramado de sus le?os de siempre, convertidos ahora en puras y solitarias presencias que flotan y subsisten en su intr¨ªnseco crecimiento, en su propia y ascendente verosimilitud. Un conocimiento aquilatado de las leyes del claroscuro y toda una estrat¨¦gica y silenciosa aproximaci¨®n a la realidad logran, material y conceptualmente, present¨¢rnosla con su faz familiar y su enigm¨¢tico reverso.
Los fantasmas de anta?o se han habituado de tal modo al reino de la luz crepuscular, que ahora moran entre las cosas de la costumbre y con ellas comparten sus extra?os atributos en la regi¨®n de una seren¨ªsima penumbra sin estridencias, sin sustos, sin trepidaciones ni sorpresas. Los fantasmas de anta?o (cuya propia entidad innombrable llev¨® a que el pintor los bautizara con advocaciones tan indescifrables como Pecum, Rinopecum, Silius, Metis, Pertoc, Zaquizamis...) se familiarizan ahora insensiblemente con la mirada de quien a ellos se asoma, siempre que dicha mirada comparta la estrat¨¦gica penumbra en que las cosas se dejan ver.
Tras un prolongado par¨¦ntesis de meditaci¨®n, en que troc¨® el pincol por la lira, Lucio Mu?oz ha retomado a la habitaci¨®n de los fantasmas, ha vuelto a conversar con Pecum, con Rinopecum, con Mistia, con Krampertisco..., en un clima de definitiva familiaridad y bajo una luz de duermevela que convierte los sue?os, los mitos y los enigmas en trasunto de la realidad misma.
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