D¨¢maso Alonso
Se da paseos, D¨¢maso, por el barrio, por su barrio, por mi barrio, por nuestro barrio, que se lo ha mandado el m¨¦dico, y cuando yo era chico no le¨ªa a G¨®ngora, sino que le¨ªa los estudios de D¨¢maso Alonso sobre G¨®ngora, que me gustaba m¨¢s, hay que ver c¨®mo glosa el maestro aquello de mariposa en cenizas desatada, y ahora D¨¢maso ha salido, hombre, reelegido presidente de la Academia por cuarta vez.Hab¨ªa que leer Hijos de la ira, cuando efectivamente ¨¦ramos hijos de la ira, para no ser irremediablemente hijos del glorioso Alzamiento Nacional, y luego, ya en Madrid, hab¨ªa que ir a casa de D¨¢maso Alonso para una entrevista, para una encuesta, para cualquier cosa, porque el caso era acer carse al poeta, al sabio, en aquel Chamart¨ªn que estaba a¨²n entre el rascacielos y la oveja con garrapa tas. D¨¢maso es un se?or de negro o de gris que se est¨¢ en casa leyendo libros o se pasea por el barrio mi rando mucho en los pasos de pea tones, a uno y otro lado, y que se vino a vivir aqu¨ª, como Men¨¦ndez-Pidal, buscando todos la salubridad despejada del norte de la ciudad, la cercan¨ªa de una sierra por la que, entornando un poco los ojos, a¨²n pod¨ªa verse pasear a don Francisco Giner de los R¨ªos..
Que le he estado llamando esta ma?ana por tel¨¦fono, a D¨¢maso, para felicitarle por eso d¨¦ la reelecci¨®n, pero comunica todo el rato, hombre, se conoce que le hab¨ªa llamado G¨®ngora, que le, llama muchas ma?anas, y estar¨ªan de ch¨¢chara, desvelando alg¨²n conceptismo, digo yo, y cuando cuelgue a lo mejor se va a la calle a dar su paseo, porque el chalet, que antes daba directamente a la nieve del Guadarrama y a los pu?eteros mosquitos del est¨ªo, ahora se lo han emparedado de rascacielos, y restaurantes chinos, y D¨¢maso, monstruo de saber en su laberinto, se mueve en unjard¨ªn cuajado de tardes antiguas, tapiado de inmobiliarias. ?Tambi¨¦n le estorbaba a usted el hotelito de D¨¢maso Alonso, se?or Arespacochaga?
Don Ram¨®n en su chalet, D¨¢maso en su chalet, Aleixandre en su chalet. Fueron varias generaciones higi¨¦nicas y liberales que quisieron vivir entre la biblioteca y la sierra. Esa forma de vida es lo que iba a destruir el alcalde con la batalla de los hotelitos, que seg¨²n me ha dicho Margot Cottens en Barcelona, ya est¨¢ afortunadamente ganada.
D¨¢maso no se queja, o se queja poco:
-Somos pobres, la Academia es pobre.
Para ¨¦l no pide nada. Don P¨ªo Cabanillas, que tiene la oficina cerca, o sea el Ministerio, y que no sabe qu¨¦ hacer con eso de la cultura, debiera darse un paseo hasta Alberto AIcocer y mirar c¨®mo han asfixiado de hormig¨®n hortera la casa del poeta, la biblioteca del sabio, las ma?anas del acad¨¦mico. As¨ª que D¨¢maso coge su sombrero, que seguramente no se lo pone, pero que es una inercia generacional, y se va a pasear. por el barrio. Un d¨ªa se llega hasta mi casa con un libro. Otro d¨ªa me llego yo hasta la suya que me d¨¦ vodka con naranja. Cuando uno cree que D¨¢maso le va a mostrar un incunable, D¨¢maso le muestra a uno un tocadiscos ¨²ltimo modelo:
-?Usted tiene uno como ¨¦ste, Umbral?
-No, D¨¢maso, yo no tengo uno como ¨¦ste.
Eulalia, Eulalia. Llama mucho a Eulalia. Eufalia Galvarriato, su mujer. Antes escrib¨ªa, de ma?ana, con la luz de Oriente. Ahora se la han tapado los de los c¨®modos plazos. A media tarde sale al jard¨ªn con los visitantes. Por la noche lee hasta muy tarde. Es el vecino m¨¢s laborioso del barrio. Es el hombre m¨¢s sabio de su calle. Tambi¨¦n uno de los m¨¢s sabios del mundo, pero eso importa menos. Sus trajes, sus camisas, sus sombreros tienen toda la r¨¦ciedumbre casta de la instituci¨®n libre de ense?anza. ?Qu¨¦ estar¨¢ haciendo ahora D¨¢maso?, me pregunto a veces, mientras escribo, con curiosidad y fisgoner¨ªa de vecino. Le han reelegido presidente de la cosa y le llamo para felicitarle, pero sigue hablando con G¨®ngora.
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