El vac¨ªo del ¨¦xito
Aunque a algunos, musicalmente hablando, les pueda parecer extra?o, hubo un tiempo en que Los Beatles no exist¨ªan. El jazz, esa ?m¨²sica de mierda para universitarios?, seg¨²n John Lennon, llenaba las necesidades de los j¨®venes a la hora de bailar, escuchar o relajarse. Nacido en el Sur, llevado luego al Norte, fue tomando cuerpo en orquestas cada vez m¨¢s numerosas, aun manteni¨¦ndose en un principio dentro de los cauces de sus habituales improvisaciones. Hacia 1935 Benny Goodman y algunos otros impusieron su swing, ya escrito y, por supuesto, m¨¢s refinado. Su ¨¦xito comercial supuso, como siempre, una cierta decadencia de la que peque?os grupos de color vinieron a sacarlo en el New York subterr¨¢neo de la ¨²ltima guerra mundial.En estos d¨ªas, en tal ambiente comienza el filme de Scorsese, con un t¨ªtulo que resulta equ¨ªvoco. No se trata de contarnos la vida de la gran ciudad, ni siquiera la de su m¨²sica excelente, sino de narrarnos la aventura de una pareja que se conoce el d¨ªa en que el Jap¨®n se rinde, para acabar triunfando, ambos, la una con su voz, el otro, al amparo de su saxo. La historia es la de siempre: la de dos j¨®venes que se conocen, se aman, ri?en, se separan y se buscan hasta ese momento en que De Niro dice a Liza Minelli: ??Sabes? Me siento orgulloso de t¨ª?.
New York, New York
Dirigido por Martin Scorsese. Int¨¦rpretes: Liza Minelly Robert de Niro. EEUU. Musical. Color. 1977. Local de estreno: Cine Gran V¨ªa.
Centrada exclusivamente en ambos, la pel¨ªcula navega entre el sainete y la realidad, al servicio de la pareja protagonista. Hay secuencias ya vistas en otros muchos filmes, dedicados al jazz: sus viajes constantes, sus grabaciones, su debut en la radio, su vocaci¨®n y sacrificio que, al final, ya se sabe, recibir¨¢n su recompensa en la vida y en el escenario. Sin embargo, en esta ocasi¨®n todo se nos ofrece de pasada, incluso la ciudad, que al igual que los protagonistas, apenas conocemos, si no es a trav¨¦s de sus salas de baile. Apenas existen personajes secundarios. Estos se suplen con escenas prolongadas, basadas casi siempre en la comicidad de un actor excelente, que, sin embargo, en ocasiones, cae en un histrionismo excesivo.
Si los antiguos musicales buenos o mediocres daban al menos la sensaci¨®n de haber sido realizados con cierta convicci¨®n, ¨¦ste, por el contrario, a pesar del derroche de medios o, quiz¨¢s por ello precisamente, nos trae un mundo visto desde fuera, no vivido, sino reconstruido. Esta comedia rosa con un final no feliz del todo, veladamente melanc¨®lico, con sus t¨®picos servidos a lo largo de unos cuantos esquemas antit¨®picos, se alarga demasiado entre canci¨®n y canci¨®n, a lo largo de escenas interminables. Su protagonista masculino se lleva la parte del le¨®n, en tanto la Minelli, a cuya fotogenia no favorece demasiado la moda ni los peinados de la ¨¦poca, se muestra por debajo de otros filmes en los que su personalidad aparece servida por papeles m¨¢s adecuados a su trabajo y m¨¦ritos.
Es curioso que el cine, a medida que avanza en su capacidad de comunicaci¨®n con el espectador, parece ir olvidando su voluntad de s¨ªntesis. S¨®lo as¨ª se explica que para contar esta historia simple y lineal Scorsese haya necesitado casi tres horas, repartidas en n¨²meros no siempre afortunados y unas cuantas escenas graciosas. Ello y su estructura, en ocasiones demasiado teatral, hacen de este New York no el filme vivo y brillante que hubiera debido ser, sino una historia desva¨ªda y demasiado larga.
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