Cuando yo ten¨ªa una novia en Pe?a Grande
Jaime Borrel y el amigo Guti, cuando llevaban una revista de camiones, me pidieron un cuento al respecto yo les mand¨¦ uno titulado as¨ª: Cuando yo ten¨ªa una novia en Pe?a Grande. Recuerdo que iba a verla en un autob¨²s rojo que sal¨ªa de la plaza de Castilla, con se?oras que le¨ªan el Hola y chicos de los recados. Ahora resulta que el Ayuntamiento quiere expropiar, o ha expropiado ya, a los vecinos de Pe?a Grande.Un d¨ªa lo del Viaducto, otro d¨ªa lo de los chaletitos y ahora lo de las casas bajas de Pe?a Grande, en una de las cuales viv¨ªa mi novia ef¨ªmera de baile-bolera, que se ha debido casar con alg¨²n metal¨²rgico fiel y ve un futuro tranquilo que yo no veo. Bueno, lo ve¨ªa la bella mujer, supongo, hasta que les han dicho, o sea el otro d¨ªa, que nada es suyo, ni siquiera el bordillo de la acera ni la riera donde los ni?os juegan a Curro Jim¨¦nez.
Todo es ya de las inmobiliarias. Alguna vez, despu¨¦s de aquel amor perif¨¦rico, he vuelto a Pe?a Grande, ya en plan reportero audaz, cuando las casas se les inundan, con las lluvias, para dejar constancia de c¨®mo llueve el cielo inclemente de las afueras sobre la palangana familiar y desconchada. O sea que nunca ha sido lo que se dice un barrio residencial aquello de Pe?a Grande. Hubo tiempos anteriores, casi mitol¨®gicos, en que el tranv¨ªa de la Dehesa de la Villa cruzaba como un rel¨¢mpago amarillo y municipal por Pe?a Grande. Siempre me han gustado las chicas de las afueras, porque no son campo ni ciudad, ni carne de f¨¢brica ni pescado de monte, y por sobre la colonia dominical que se ponen, les sale la lechuga perfumada del huerto suburbial.
?C¨®mo ha sido posible el enga?o, c¨®mo ha pasado el barrio, con calles y todo, con gatos y esquinas, a poder de las inmobiliarias? Ni se sabe.
El hermoso dinosaurio racional del Viaducto parece que lo hemos salvado a medias. Lo de los chaletitos lo est¨¢n defendiendo Margot Cottens y Joaqu¨ªn Garrigues-Walker, cogidos de la mano, a tapar la calle que no pase nadie. De la Vaguada no hablo porque es cosa de mi querido Carlos Luis, trinchera que ¨¦l defiende, ¨¢mbito sucio por donde ¨¦l se pasea al atardecer con Emmanuel Kant, que era un se?or muy casto, pese al nombre. ?Y las casas bajas de Pe?a Grande? Ah¨ª le duele.
Dice Juli¨¢n Mar¨ªas, arranc¨¢ndose a su dolor ¨ªntimo, en reciente art¨ªculo, que este pueblo sigue siendo muy imaginativo y creador. Ah¨ª est¨¢n las formas populares de arquitectura perif¨¦rica que ha creado la inmigraci¨®n, desde la chabola al chaletito, pasando por las casas bajas de Pe?a Grande, que son el producto intermedio, el eslab¨®n perdido, y que tienen el patio triste de la chabola y el anhelo casi po¨¦tico y campestre del chaletito.
He sostenido m¨¢s de una vez que la chabola y el monasterio de El Escorial son las dos grandes creaciones arquitect¨®nicas de Espa?a. El monasterio se hace con teolog¨ªa y piedra dorada. La chabola se hace con uralita de los desmontes, cartonaje USA de Torrej¨®n y tracoma en los ojos de los ni?os. Toda la periferia es, dir¨ªamos parafraseando a Baudelaire, la gran vomitona de Madrid.
Son unas doscientas familias las que ahora se ven amenazadas en Pe?a Grande. Peque?as viviendas unifamiliares. Supongo que en una de ellas cuaj¨® su nido feliz mi novia de baile-bolera. Dios la bendiga. Yo le hubiese dado muy mala vida, que es la que llevo. Siete inmobiliarias, que es el n¨²mero de los Ni?os de ?cija (y no quiero se?alar) se disputan este bizcocho urban¨ªstico, a la sombra sombr¨ªa de la Ciudad de los Periodistas, cerca de las tapias de El Pardo. Dulce ejido donde han crecido ya ni?os y mozas, conejos y gallinas. Algunas casas tienen tapia baja para el decoro. Voy y las miro como lo que pudiera haber sido mi hogar y retiro, lejos de las duquesas vanas y ropas chapadas que ahora frecuento y uso. Cuando se atenta contra la generalidad, se atenta contra la intimidad. Y hoy, me ha alcanzado en el coraz¨®n.
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